En abril de 2020, recién iniciada la pandemia producida por el SarsCov2 (covid1-9), este servidor se lanzaba a secundar una tesis, según la cual el escenario de crisis sanitaria y económica en el ámbito mundial sería utilizado por las élites en el poder para llevar a cabo el más grande experimento social, jamás hecho y visto, aprovechando las particulares circunstancias físicas, sicológicas, económicas, pero sobre todo de conectividad, presentes y hasta necesarias durante la peste mundial (Ver: Pandemia y experimento social (I) - Las2orillas y Pandemia y experimento social (II) - Las2orillas).
La teoría planteada estaba principalmente soportada en las ideas de Thomas Malthus acerca de la existencia de una relación inversa entre el número de individuos de una especie (la humana para este caso particular) y la cantidad de recursos disponibles para sustentarlos; es decir, que entre más gente haya, habrá menos comida y espacio.
Según Malthus, la guerra y las pestes terminarían siendo necesarias para equilibrar el crecimiento de los primeros y administrar mejor los segundos. De igual manera se planteaba que, más allá de este extremista razonamiento, subyacía la tentación de las élites económicas de aprovechar el papayazo para poner a rodar una que otra reformita en los códigos policiales, de acceso a las comunicaciones, sanitarias, de movilidad, pero, sobre todo, laborales y pensionales, a fin de comprobar su tesis de la posibilidad de poder incrementar sus ganancias con menos trabajadores. Eso sí, con una pequeña ayudita de los gobiernos amigos.
Durante estos 16 meses de peste, crisis económica y social, los colombianos hemos podido ser testigos de excepción de la realización de este experimento social. Acostumbrados, como están, los eternos detentadores del poder político corrieron presurosos a satisfacer los anhelos de economistas ortodoxos y codiciosos empresarios para implantar la actualizada versión de los odiosos estados de sitio de la vieja Constitución de 1886, de manera que el muy útil encargado de la presidencia de Colombia tuviera la posibilidad, vía decretos de Emergencia sanitaria de imponer una que otra reformita en los códigos policiales, de acceso a las comunicaciones, sanitarias, de movilidad pero, sobre todo, laborales y pensionales, que pudiera salvar del desastre a los empresarios amigos y, de paso, constatar la validez de la teoría neoliberal, según la cual; si es posible obtener mayores ganancias sin invertir en mano de obra adicional.
Fue así cómo, sin querer queriendo, el uribismo en el poder, paulatinamente, dejaba filtrar una que otra insinuación de Fedesarrollo, de la Andi, de Cotelco, de Anif, de Asocaña y demás centros de pensamiento económico y social de la derecha colombiana, en torno a la necesidad de salvaguardar a toda costa la economía, como requisito indispensable para la sobrevivencia del pueblo colombiano, incluso por encima de su salud. En concordancia con estas “sugerencias”, el que dijo Uribe dictó normas tendientes a flexibilizar las relaciones laborales en un entorno de encierro obligatorio, relativas al desmonte de pesadas cargas laborales para los heroicos empresarios.
Entre chanza, chiste y encierro, dictó el Decreto 1174 y otras delicias reformistas, según Duque y sus estudiosos amigos de los gremios, para rescatar la economía y el empleo, olvidando mencionar que el precio a pagar era acabar con casi todas las garantías laborales, que tanta sangre, vida, encarcelamientos y persecuciones le habían costado a la clase trabajadora.
A manera de premio de consolación, se dictaron medidas para intentar regular el teletrabajo y hasta se discutió y aprobó una norma que rebajaba las horas laborales, sin atreverse a plantear en dónde diantres iban a trabajar los millones de trabajadores que por causa de los TLC, las reformas laborales y la peste estaban y están siendo condenados a seguir arriesgando salud y vida, compitiendo con migrantes, informales y desempleados nacionales por posicionar su “emprendimiento” o alcanzar uno de los escasos empleos, que ahora desregularizados, ofrecen los pocos empresarios que van quedando.
En días recientes, con bombos y platillos, el equipo económico del uribismo y sus aliados en el poder han anunciado con alborozo orgásmico las esperadas cifras de recuperación económica, las que, no obstante haber costado miles de vidas, demuestran que, en Colombia, el que es pobre es porque quiere. Según los amanuenses del poder, el crecimiento alcanzado durante la reapertura presenta cifras extraordinarias, que sitúan la economía colombiana en los mismos niveles de antes de la peste.
De igual manera, ya a punto del paroxismo, dieron a conocer cifras según las cuales en Colombia sí es posible crecer económicamente sin aumentar el número de empleos, tal y como lo reseña Mauricio Cabrera Galvis en su columna del portal El País de Cali, en su edición online del 29 de agosto: “Así, por ejemplo, la agricultura aumentó su producción en 6,9 %, a la vez que disminuyó el número de trabajadores en 7,5 %. La producción industrial aumentó un poco menos (3,1 %), pero lo hizo con 16 % menos trabajadores, y unas variaciones similares tuvo el sector de información y comunicaciones”.
En conclusión, la peste sí sirvió para realizar un gran experimento social que permitió determinar el nivel de control que, sobre la vida cotidiana, pueden tener los dueños del poder, por medio de la manipulación de la información y del acceso a ella. También fue posible estimar los niveles de reacción que puede tener la sociedad frente a situaciones estresantes como una pandemia y/o medidas de reformas de aspectos fundamentales de las vidas de los ciudadanos, tales como acceso a las TIC, a la salud, a la educación, al empleo y a las pensiones y, hasta qué punto una regulación de ciertas libertades puede o no ser tolerable.
El hecho es que la desregulación laboral llegó para quedarse, instaurando de paso el nuevo dogma del modelo capitalista, injustamente endilgado a alguna comediante colombiana venida a menos, que a la sazón reza: “El que no emprende es porque no quiere” o, en otras palabras, “el que es pobre es porque quiere”.
Los resultados anunciados están dando fe de que el experimento social realizado en medio de la pandemia ha servido, ahora lo que hay que preguntar es: ¿a quién?