A Beto Coral lo conocemos desde marzo del 2019, cuando Álvaro Uribe lo demandó. Influencer radicado en Miami por amenazas de muerte, es hijo de Franklin Humberto Coral, un comandante de la policía que hizo parte de la persecución a Pablo Escobar. Coral no se caracteriza por su mesura en sus publicaciones. En esa época se atrevió a decir que Uribe era el Comandante de las Águilas Negras y del Clan del Golfo. Asilado político en Miami, sus enfrentamientos con uribistas como Ernesto Yamhure le han granjeado admiración por parte de petristas radicales y el odio de los más vehementes defensores del expresidente. En la Florida, además de su oficio como influencer, se cuadra el mes manejando un Uber.
El 22 de abril de 1994 no todo era felicidad para el capitán de la policía Franklin Humberto Coral. Cuatro meses atrás, sobre un tejado del barrio Los Olivos de Medellín, el Bloque de Búsqueda, la unidad que había diseñado el gobierno de César Gaviria para cazar a Pablo Escobar después de que se escapara impunemente de la Catedral luego de matar, asesinar, descuartizar y asar a Kiko Moncada y Fernando Galeano, sus socios mafiosos, caía abatido luego de una persecución de más de un año. Después de la fiesta, los reconocimientos que produjo la operación, le quedó sólo la preocupación al Capitán Coral. Es que suplicaba a sus superiores un traslado de Medellín ya que allí corría peligro. La muerte del capo sólo fue la antesala a otro círculo, más siniestro y agobiante, de nuestro propio infierno.
Pablo Escobar sólo era una cabeza de la hidra. Hasta entre la propia gente que lo persiguió, los PEPES, habían monstruos como Don Berna, Carlos y Fidel Castaño. Se acabó el Cartel de Medellín y quedaron los paras. La cabeza del Capitán Coral tenía precio. Eso lo sabía cuando salió esa noche de abril del bar Chocolo en plena 70 de Medellín. Lo acompañaba su amigo, el capitán Omar Acevedo y una mujer de nombre Luz Mary Arboleda. Coral llevó a su amiga, quién también era policía, a su casa. En el camino, según reza el expediente, fue abordado por dos hombres quienes lo robaron y luego lo obligaron a subir a un carro. El recorrido sólo duró tres cuadras. Cuando llegaron al barrio Olivos lo bajaron del carro, lo hicieron arrodillar y ahí le metieron tres tiros en la cabeza.
En esa época Beto Coral tenía tres años y los recuerdos de esos años en Medellín son difusos. Lo que recuerda es lo que le han contado sobre quién es su papá, un hombre que alcanzó fama y prestigio en la Policía gracias a su trabajo como comandante antinarcóticos del Aeropuerto El Dorado de Bogotá. Tal y como lo reseñó en una entrevista al portal KienyKe, Coral se caracterizó por un talante y una voluntad de hierro. Las investigaciones que hacía sobre tráfico de estupefacientes llegaron incluso a salpicar a altos miembros de la policía. Esto empezó a granjearle incómodos enemigos. Su propio hijo no descarta que detrás del asesinato de su papá hubiera estado alguien de la propia Institución.
Después de 27 años de su muerte Beto Coral tiene en sus manos el expediente donde reposa lo que se sabe sobre el asesinato de su papá. Cree que hay algo muy turbio en torno a su asesinato y que hay cabos sueltos. Incansable, frente a su cámara, su única amiga, Coral cree tener el poder de desentrañar las fuerzas oscuras que acabaron con su vida.