Michael Schumacher pesa 45 kilos, mide 1.60, no habla, no se mueve y respira artificialmente gracias a los 15 especialistas que lo asisten día y noche en su mansión en Gland, a orillas del lago Leman en Suiza. Su familia sigue esperando un milagro. Corinna, su esposa, intenta cada día ponerlo en una silla de ruedas y llevarlo al jardín. El intento cada día se transforma en un fracaso.
La situación en la mansión suiza es insostenible. Alrededor de la mansión se han puesto garitas con vigilancia privada evitando que los paparazzi puedan lograr lo que anhelan desde que el 29 de diciembre del 2013, mientras esquiaba en Francia, Schumacher se rompiera la cabeza. A la mansión sólo entran su hermano Ralph, sus amigos más íntimos como Flavio Briatore, el director de equipo que lo sacó campeón del mundo por primera vez con la escudería Benetton, y los ingenieros de Ferrari Ross Brown y Jean Todt. Cada vez que salen de esa mansión destruidos al comprobar que los daños neurológicos que ha sufrido Michael en los tres años en los que ha estado en coma son irreversibles.
Schumacher había soportado accidentes terribles en su Ferrari en plenas competencias de Fórmula Uno. En 1999, cuando disputaba el título mundial contra su archirrival el finlandés Mika Hakinnen en Silverstone se despistó en una curva, se salió de la pista y el impacto fue tan fuerte que se rompió el fémur.
Seis meses duró por fuera del automovilismo y cuando llegó fue el mejor de todos: ganó cinco campeonatos del mundo consecutivos con su imbatible Ferrari y, uno de los pocos que le pudo hacer sombra fue el colombiano Juan Pablo Montoya. En el circuito de Interlagos en Brasil, el bogotano fue capaz de hacer este sobrepaso que enmudeció a todo un país:
El alemán se retiró como el más grande de todos los tiempos. Amante de la velocidad decidió pasar el fin de año del 2013 en las montañas suizas, cerca de su casa. El 29 de diciembre del 2013 fue a la estación de esquí de Meribel. Iba lento, con precaución cuando, en un despiste, perdió el control y, mala fortuna para él, su cabeza dio contra una piedra. El casco se le partió en dos y los rescatistas se alarmaron al ver la sangre que manaba de él. El accidente quedó grabado en este video gracias a la cámara gopro que llevaba el piloto.
Lo llevaron en helicóptero a un hospital en Grenoble. Las primeras noticias hablaban de que no sobreviviría. Schumacher era más fuerte que esto. Durante unos meses no se supo de él. Nadie podía entrar al hospital. Se le puso un cerco a la prensa. En septiembre del 2014 lo llevaron a su casa en Gland. Varias publicaciones alemanas sensacionalistas afirmaron que lo habían visto caminando, que hasta podría volver a conducir. Todo fue mentira. Una mentira dolorosa.
Los pocos allegados que han hablado con la prensa dicen que se mantiene vivo por un deseo de Corinna, su esposa. Pero el deseo le está saliendo muy caro. Los 15 especialistas y los equipos médicos asentados en la casa le cuestan a los Schumacher 100 mil euros semanales. La fortuna del piloto, que llegó a ascender a 750 millones de euros se ha mermado hasta el punto de que Corinna ha tenido que vender su jet privado y una mansión en Noruega. El único consuelo que tiene la esposa de Shumi es ver como Mick, su hijo de 16 años, se revela como un fenómeno en las pistas de Europa. Ya Ferrari ha prometido apadrinarlo.
Su cumpleaños número 50 se acerca. Corinna no pierde la fe y cree que algún día Schumacher volverá a levantarse, algo que contradice por completo a la ciencia. Shumi no volverá a levantarse jamás.
Publicada originalmente el: 30 Abr de 2017