Aquel domingo 17 de junio todo parecía estar resuelto con anticipación. —Llegué a eso de las seis y media de la mañana a la pequeña oficina en donde funcionaba la estación radial de propiedad de la parroquia, y por ser la única que funcionaba en El Bagre, para la época un próspero corregimiento con ínfulas de pueblo grande, era una especie de vitrina para quienes allí prestaban sus servicios—.
El miércoles anterior, 13, le habíamos celebrado un año más de vida a mi hermano menor Jhonnys Arturo y, de paso, el onomástico de San Antonio, convencido de que eso de los medios de comunicación se convertirían en la sagrada misión que el Arquitecto del Universo me había trazado desde antes de nacer.
Pero ese no es el cuento sino lo que pasó en esa fecha cuando se nos acercó a la emisora un hombre taciturno que parecía descarriado a esa hora y lo primero que nos preguntó fue que si allí podían ponerle una complacencia porque el jueves anterior su mujer lo había abandonado. —Sin esperar ninguna respuesta nos contó la historia entre sollozos, que al principio nos causaba risa de ver a un hombre de su edad acongojado por el simple hecho de que su mujer lo había dejado—.
Sin embargo, y antes de que llegara al final de su cuento nos percatamos de que una pena de amor solo la siente el corazón mal herido, que la gotera no se siente en la casa ajena y que solo el que carga el bulto sabe lo que le pesa. —En resumen, todo lo que muchos entendidos en esas cosas de los romances califican como cursilería—.
Dagoberto, el amigo que me acompañaba en aquel domingo soleado, interpuso sus buenos oficios para conocer a fondo los motivos para semejante tristeza y no pudo sacarle nada en limpio porque el insistió en escuchar la canción vallenata que se titulaba Oye soledad, de los Hermanos Zuleta. —Las pistas parecían muy claras, salvo que en mi corto recorrido por aquella música no me sonaba un tema con ese título y menos interpretada por esas fieras del folclor a las que les venía siguiendo el paso desde que grabaron, en 1975, el larga duración titulado “Una voz y un acordeón”—.
Ocurrió entonces que un entrometido ¿cuándo ha habido mote sin ñame? trató de hacernos quedar mal y decir que como se trataba de un campesino no lo queríamos atender, a lo que le argumenté de la siguiente manera: “Hombe, la vaina es muy sencilla, hoy domingo no hay programa de complacencias musicales porque ese espacio va de lunes a viernes a las dos de la tarde y lo hace un señor que se llama Carlos Salgar.- Y la otra es que por el camino que él nos ha señalado no vamos a dar con el título de la canción, a menos que interprete algún pedazo que nos sirva de pista”.
Entonces se le apareció la inspiración y cantó: “Oye, soledad, amiga del silencio, porque no vienes y calmas mis penas que mi alma está llena de horribles tormentos”. —Entonces se hizo la luz y Dago dijo: Ah, carajo, esa canción se llama El cóndor legendario y así conocí el tema hasta la madrugada del martes 10 de agosto cuando volví de nuevo a escuchar el canto para anunciar que su autor había fallecido.- Se llamaba Ángel Alfonso Molina Molina, de Juan de Acosta, Atlántico, nacido el primero de noviembre de 1949, día de todos los santos—.
El buen hombre, triste y confundido porque su mujer lo había dejado solo en este mundo cruel, sacó del bolsillo de atrás del pantalón una media de aguardiente, se tomó un trago y se nos presentó: me llamo Esmeragdo Barrientos, un amigo más.
Puse al aire la canción de sus quebrantos y terminamos en una fiesta en La Ceiba con la esperanza de que el lunes sería otro día para tratar de rescatar aquel corazón que por ahora estaba reacio al amor.-
Lo primero que me dijo la bella al conocer la noticia, que la escuchó a eso de las cinco de la mañana en una cadena radial, era cómo a veces la vida presenta su cara de injusticia con la muerte de una persona como la de este humilde profesor, cuando quedan tantos inútiles en el mundo. No le quise discutir para no dañar el momento. Lo cierto es que el compositor murió atropellado por un salvaje de esos que se montan en una moto y manejan como si fueran los dueños de las calles.
Pero así son las vainas, y desde su accidente ocurrido el sábado 7 de agosto, en un tramo entre su natal Juan de Acosta y Santa Verónica, hasta cuando se supo de su fallecimiento, muchos fueron los que rezaron por su pronta recuperación.
Alguna vez le contó a un medio de prensa que aquel hermoso canto nació una tarde del mes de junio de 1974, cuando se encontraba en una parranda con Hernando Díaz Durán en el Cerro Ferú, un balneario de Santa Verónica, en medio de un puente feriado y ya era lunes. Dijo que se animó luego de saborear una botella de ron Blanco aliñado con Ginger Ale Canada Dry, en tanto que sus amigos de parranda habían dado buena cuenta del whisky que se sirvió a chorros. —Quedó sorprendido al ver una gaviota que volaba solitaria iluminada por un sol a punto de ocultarse con las olas del mar como música de fondo—.
Ángel Alfonso apenas tenía 25 años y alcanzó a preguntarse cómo era posible hacer una estrofa como esa de “A mí me están matando los años y no me compongo todavía”. El hecho fue que la letra llegó a oídos de Emiliano Zuleta Díaz, el gran acordeonero, y le gustó tanto su historia que pasó a las manos de Andrés Gil Torres, el famoso Turco, quien la llevó a un tono menor que era el que más se le adaptaba a la voz de Alfonso Poncho Zuleta. En consecuencia fue el primer paseo grabado en esa escala musical antes de Tierra de cantores, el famoso himno de Carlos Huertas Gómez, el mismo del Cantor de Fonseca.
Fueron cuatro estrofas las que escribió, pero no se supo nunca que se hizo la última porque al final se grabaron tres, más que suficientes para llegar a la gloria en la que se encuentra. Hoy se conocen más de 14 versiones, incluida una grabada por el jefe Daniel Santos, desde que hizo su fulgurante aparición en el mundo vallenato el sábado 17 de diciembre de 1977 y que le dio el título al álbum número 14 y el segundo de ese año junto con dos estrellas.
Convencido de que esas canciones no se hicieron para bailar sino para oírlas, a no ser que uno tenga alma de hereje vallenato, una noche mi primera novia estuvo a punto de mandarme al olvido, muy cerca del carajo; una noche en un baile en el Club Amistad en El Bagre bajo la amenaza en firme de que si no bailábamos ella se buscaba su propio parejo. Ante eso no tuve más que aceptar y a cambio le susurré al oído: “No encuentro la cóndor legendaria que endulce lo amargo de mi vida”. Y como respuesta me dijo algo que se pareció mucho a una promesa: “Nunca se sabe”.
Nos emparejamos aquel diciembre feliz hasta el día en que se enroló con un evangélico y juntos terminaron vendiendo biblias protestantes y con una chorrera de hijos por los lados de la serranía del Perijá y nunca más supe de ella hasta el día que me dieron una razón: “Cuando a una mujer se le mete en la cabeza una idea, es más fácil cortarle la cabeza que sacarle la idea”.
Volvamos al tema. Quienes conocieron a Ángel Alfonso coinciden al señalar que toda su vida se la dedicó a la docencia, pero como a todo juglar que se respete, siempre se le veía en su natal Juan de Acosta, en el Atlántico, acompañado de su guitarra y ataviado con su boina. Fue designado maestro en la escuela primaria el 10 de agosto de 1972, a cargo del departamento del Atlántico y fue así como laboró en la escuela de Juan de Acosta Plaza Nueva, la Escuela n.° 43 Mixta de Barranquilla y en el Colegio de Bachillerato Juan V. Padilla.
A estas alturas de la vida y por su trayectoria académica como docente, gozaba de la jubilación vitalicia del Fondo Nacional de Pensiones del Magisterio. Compuso un centenar de canciones e incluso el himno de su municipio fue creación de él. Le fascinaba hablar y tuvo varios programas de radio, como el que hizo en la emisora Juan de Acosta estéreo el viernes 6 de agosto con motivo de la muerte de Johnny Ventura, ocurrida el 28 de julio, quien fuera un cantante, director de orquesta y compositor del merengue dominicano.
En una entrevista que el maestro concedió al programa Ciencia y Folclor, el primero que se emitió hace unos diez meses y que presenta Vivian Salas, nos enteramos de que este compositor, licenciado en Ciencias sociales, docente, escritor y gestor cultural fue un verdadero ícono para el pueblo que lo vio nacer: Juan de Acosta. Tan es así que la comunidad no tuvo reparos para que le compusiera el himno que es de cuatro versos, en donde destaca el carácter laborioso de su gente. Las demás estrofas son de ocho versos y la primera se encarga de ubicar, en son de poesía, a esta población ubicada frente al mar caribe. La segunda narra el relieve del municipio y habla de las virtudes de sus bellas mujeres, amorosas y trabajadoras, mientras que la última estrofa es un recuerdo de su pasado histórico de ancestro español y cuando se destacó por ser productora de algodón.-
Recordó que gracias a una iniciativa que compartió con el médico Alaín Cárcamo Parra, oriundo de Curumaní, Cesar, nació en 1988 la primera versión de un festival vallenato porque Juan de Acosta cumplía con todos los requisitos para hacerlo y hoy en día es una de las ocho fiestas que se festeja en el Atlántico.
El del año pasado, para no expandir la peste, se hizo de a través de los medios electrónicos y fue desde la tercera versión que se le dio el nombre de Festival Vallenato Cóndor Legendario. Su última aparición fue el mismo sábado de su tragedia cuando salió al aire en su programa “La revista cultural, el vuelo del Cóndor, entre las ocho y las nueve de la mañana. Decía que la música era un modo de entretenimiento, no un modo de vida ni para hacerse rico. Y aunque se hizo famoso por “El cóndor legendario”, compuso más de cien canciones, entre las que se recuerda “La caprichosa” y “Alma de pueblo”, la gran mayoría permanecen inéditas. Antes de que se me olvide, esta es la cuarta estrofa de la que hablamos y que nunca se grabó, dice así: “Hay instantes que me siento rey, esclavo en mi agonía / y busco refugio en la poesía y la misma me aumenta el sentimiento”.
La Bella quiso alentar una curiosa discusión alrededor de personajes como el Profesor y es que muchos personajes se recuerdan por la cantidad de obras que le dejaron a la humanidad, pero en cambio a otros les bastó una sola para no ser olvidados, como fue este caso.- Lo cierto, dijo, es que aquellos que también fueron bendecidos por sus capacidades, al final de la tarde los recordamos por una obra que es como una suerte de legado que nos dejan a los que seguimos dando lora en este mundo.-
El sábado 7 de agosto se encontraba por los lados donde compuso su canción, es decir en Santa Verónica, en una reunión de amigos y llegada la hora salió a buscar un transporte cuando fue arrollado por una motocicleta. Quedó unos minutos tendido sobre la vía mientras era auxiliado y trasladado a la Clínica Porto Azul. Después de haber sido sometido a una cirugía de cinco horas entre la noche del sábado y la madrugada del domingo, y permanecer en la unidad de cuidados intensivos por casi tres días, el compositor falleció a sus 71 años de edad, registraron los medios de prensa que cubrieron la noticia.
A propósito de los homenajes que a veces se le hacen a las personas una vez se van de este mundo, en esta oportunidad ya se trabajaba en una escultura del Cóndor Legendario, que será ubicada en Juan de Acosta en honor a la canción del maestro, según lo manifestó el arquitecto Ignacio Consuegra Bolívar, quien explicó que la idea nació luego de un viaje que realizó a España, donde adelantaba sus estudios, y estando en Granada tuvo la oportunidad de ir a una cueva de gitanos que cantaban una canción vallenata de Escalona, y cuando se les acercó ya habían pasado a interpretar el Cóndor Legendario, lo cual lo llenó de sorpresa porque él se había criado en Juan de Acosta y conocía los pormenores de aquella canción.
Incluso, dijo, ya el maestro Molina Molina estaba enterado porque le presenté la maqueta y el dibujo hace menos de un mes cuando fui a su casa y lo encontré en la hamaca acostado y todavía recuerdo la felicidad de haber visto que teníamos ese proyecto.- Lamentó, eso sí, que el maestro Molina no vaya a conocer el monumento cuando ya esté listo para el mes de noviembre, donde en todo caso, se le rendirá un homenaje póstumo al compositor, en el marco del Festival Vallenato Cóndor Legendario al que el docente le dedicó sus mejores horas desde que lo promovió hace más de 30 años-
Porque lo más importante es no quedar atrapado en el tiempo, sino más bien mirarlo como se mira un río y que uno tiene que dejarse llevar de la corriente y no tratar de atajarlo porque lo que hace es convertirlo en su propia amenaza hasta que se sale del cauce. Todos estos recuerdos me llevaron, como un gancho ciego a otra canción que me une a la Bella y tiene que ver con otro cóndor, cantado por su propio autor, Diomedes Díaz Maestre, que dice: “Yo me refiero es a la señora que fue conmigo al altar, que yo la adoro y la quiero tanto y es la mamá de mis hijos...”.
Así que espero haber quedado en paz con el Cóndor legendario y lo que vendría después….