Cuando los Estados juzgan y condenan a pena capital a una persona, el verdugo permanece enmascarado, su rostro oculto protege la identidad del "asesino". Porque la responsabilidad de la muerte del convicto es asumida en su totalidad por la justicia; el verdugo simplemente cumple profesionalmente una orden y no se le puede juzgar por la decisión de la justicia.
En Colombia, un sector de la población ha querido que el ejército y a la policía ejecuten sus más perversos deseos. Algo así podría haber ocurrido durante el paro nacional. Uno de los episodios más dicientes sucedió en Cali, en el Éxito Calipso el 19 de mayo. La policía encerró en las instalaciones de dicho almacén a los saqueadores. Cerraron las puertas y solo se escucharon gritos, llantos y al parecer algunos disparos. Con esa imagen los que estaban afuera se hicieron una idea de lo que podía estar pasando. Al otro día una comisión verificadora encontró elementos de aseo usados y las paredes limpias, pero también registró rastros de sangre.
Días después, el ministro Molano y un ejecutivo de almacenes Éxito entregaron bonos a la Policía como reconocimiento a su labor durante los días del paro nacional.
Lo paradójico es que, si algún día la justicia investiga el episodio, señalarán a los policías como manzanas podridas que actuaron por su cuenta. De seguro serán destituidos, tendrán abogados, aparecerán en los titulares de prensa, serán olvidados y, finalmente, terminarán en la cárcel.
No es la primera vez que esto sucede. En otro caso, el instigador mayor, desde su finca en Rionegro, afirma que los soldados lo engañaron cuando ejecutaron los falsos positivos, lanza la piedra y esconde la mano. Exige resultados, pero a la hora de responder se exculpa en los soldados, quienes al mismo tiempo se defienden asegurando que estaban cumpliendo órdenes. Y después dice que los cobardes son otros. El más grande de los cobardes.
¿Quién es el verdadero beneficiario de que no vuelvan a saquear almacenes de cadena? ¿Quién dio la orden?
Las Fuerzas Armadas de Colombia son unos verdugos sin máscara, empleados de una élite que dicta la justicia a la medida de sus intereses. Los que dan la orden permanecen enmascarados mientras quien la ejecuta da la cara, y luego tiene que pagar sus propios abogados para defenderse.