1938-Bratislava- Estado Eslovaco
En las calles de Bratislava se respiraba la primavera de marzo y con ello brotaban los colores cálidos en el ramaje y los rostros complacientes de los ciudadanos. Ese día, Adolf Hitler había llegado, la muchedumbre celebró hasta el amanecer la adhesión de su estado al imperio nazi.
Por su parte, Roberto, obligado a pertenecer a las juventudes hitlerianas, siguió como de costumbre en la escuela, empero recibiendo una nueva materia donde le instruían en: política nazi, ideología nazi y acciones militares. Le regalaron una espada y decenas de objetos, que luego de la guerra, serían confiscados por la policía local.
Infortunadamente el pueblo donde vivía Roberto sufrió: se infestó de soldados, las cabañas y tiendas fueron ocupadas, los alemanes saquearon el alimento, robaron el vino, las vacas, los cochinos, las gallinas. Además de eso, el caos, de a poco, se fue apoderando de la ciudad, noche tras noche, los bombardeos aliados iluminaron la oscuridad.
1944-Bratislava- Estado Eslovaco
Los colores grises calaban las granjas y las infraestructuras, los cráteres manchaban las callejuelas de la fantasmal Bratislava. Solo algunos destacamentos de las SS y juventudes hitlerianas aguardaban en el cementerio de trincheras. El temido Ejército Rojo por fin había llegado. El 1er Frente Ucraniano se avistó por sobre la meseta: Más de un millón de combatientes y cerca de 5 mil tanques Tiger y artillería se divisaron.
Roberto jamás olvidaría esta escena a continuación: Desde un rellano, a las afueras de la urbe, vio como los tanques Tiger resquebrajaron los muros, y los niños juventudes hitlerianas se diseminaron a través de los escombros. Las ametralladoras tabletearon, los tanques dispararon. Era una cacería de ratas. Niños valientes se materializaban con agilidad de entre los escombros lanzando proyectiles. Más de 5 tanques explotaron. Sin embargo, los incalculables rusos siguieron rompiendo las líneas defensivas de los niños, y de un momento a otro, en medio de la desesperación, un niño se retiró del frente, y mientras sus compañeros seguían luchando, él cobarde huyó por su vida.
-Agarró esa moto como un experto, jamás vi corriendo una moto tan fuerte y veloz como aquel día. No volví a saber nada de ese niño…
Los ojos llorosos y la voz entrecortada reflejan la angustia que siente Roberto en la actualidad al recordar los episodios que vivió en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay algo que lamenta y que le dejó marcado para toda su vida.
Cuando Adolf Hitler llegó a Bratislava en una caravana, Roberto se encontraba en primera fila de las juventudes hitlerianas. Empero, en ese momento no conocía quién era en realidad el líder nazi, ni el alcance de sus acciones, sabía de su fama, y también por ser el encargado de regalar el uniforme de las juventudes hitlerianas.
Pues bien, Hitler pasó a su lado, y se detuvo. El semblante no asemejaba alguien malvado, sonreía y los ojos eran tan claros como el agua. El Fuher escabulló con los lánguidos y blanquecinos dedos, la suave y poblada cabellera rubia y brillante, un digno ejemplar de la raza aria.
-¡Heil, Hitler!- exclamó Roberto sonriendo.
Ahora, Roberto, maduro y con 81 años, desde la alcoba de su apartamento al norte de Caracas, reflexiona y sabe de la oportunidad que tuvo de verlo de frente “si tuviera en aquel tiempo mayoría de edad, arriesgaría mi vida y no dejo vivo a Hitler”.