Evidentemente, el hecho político del momento lo suscitó el anuncio que hizo Óscar Iván Zuluaga de su candidatura presidencial. Y no era para menos, en la medida de que se trata de una persona con trayectoria y con una respetabilidad bastante difícil es de encontrar en la política colombiana de hoy.
Hasta hace pocas semanas estuvimos abrigando el temor de que la campaña se tornase en la prolongación de las barricadas y los bloqueos del paro. De tal manera que, parafraseando a Clausewitz, parecía que estábamos a punto de que la campaña presidencial se convirtiera en la práctica del vandalismo “por otros medios”. Sin embargo, todo indica que ese temor ha comenzado a ceder ante la aparición de nuevas figuras que nos han ayudado a recordar que la democracia colombiana es bastante más que las Primeras Líneas.
Por eso es tan importante celebrar cuando llegan personas que se sabe que elevarán el nivel de la contienda. Es que no solo se trata de buscar tranquilidad y acierto en quienes puedan llegar a ser presidentes sino que siempre debemos guardar la perspectiva de que una campaña presidencial es, ante todo, una faena de pedagogía política para la sociedad. Si en ella campean la ignorancia, la atarvanería y la bajeza, que no quepa la menor duda de que tendremos una sociedad degradada y violenta; si, por el contrario, alcanzamos un debate lleno de ideas, respeto y altura, que tampoco nos quepa la menor duda de que podremos contar con una sociedad más libre y más dispuesta para salir adelante.
Zuluaga le aporta estatura ética a la campaña, lo cual es clave. Esto lo confirma el alto grado de dignidad que acaba de demostrar con su conducta frente al calvario familiar y personal que le impuso el exfiscal Eduardo Montealegre a través de su comprobado vandalismo judicial; todo fraguado para arrebatarle la victoria presidencial que Zuluaga hubiera ganado en franca lid. Aquí vale la pena un paréntesis (como la padeció en carne propia, pienso que este candidato sí cumpliría con la urgencia de la reforma a la justicia que tanto ha venido reclamando el país).
Tampoco caben dudas de que Zuluaga le aportará estatura al debate de la política y de las propuestas. De hecho me llamó la atención su planteamiento de que llegó a hacer propuestas que tiendan a la unidad y no a la polarización y el crispamiento; eso ya representa un aporte a la democracia y muestra la comprensión de que pasamos por un momento en que es preciso atender prioritariamente las heridas que deprimen el alma de la nación. Y, claro está, sus experiencias como exministro de Hacienda, como exsenador y como excandidato presidencial le dan para que participe con solvencia en esas lides complejas. Eso se da por descontado.
No obstante, es muy posible que llegue a hacer un aporte que lo caracterice puntualmente.
Es evidente, también, que hay varios candidatos que han sido ministros, senadores o candidatos presidenciales, luego no deja de ser tentadora la pregunta de qué rasgo particular podría diferenciarlos a unos de otros o llegar identificar a uno frente a los otros.
Cuando miré la hoja de vida de Zuluaga hubo dos cosas que me llamaron la atención y que pienso que deben de haberle dado un conocimiento muy importante.
Por un lado, Zuluaga ha sido empresario de verdad. Ha vivido esa experiencia de trabajar la empresa, de pagar nóminas e impuestos, de generar empleo y de enfrentar problemas laborales, de tener que lidiar con los bancos y los banqueros. En fin, él ha vivido esa odisea que significa ser empresario en este país y eso le marca una particularidad frente a los otros que han sido, sobre todo, políticos y cuya relación con la economía ha sido como burócratas o como académicos, es decir, como economistas de puro libro.
Esta apreciación la planteo como algo importante desde la experiencia propia. A veces pienso en los grandes vacíos que tuve cuando fui congresista y ese fue uno. En aquel entonces no había sido empresario y ahora entiendo todo lo que un político ignora cuando no conoce la realidad que tiene que afrontar el empresario colombiano.
Y por otro lado me llamó la atención que Zuluaga fue alcalde de su pueblo, Pensilvania, en Caldas. Dice la hoja de vida que eso fue por allá en 1990, cuando comenzaron a hacer política con su amigo Luis Alfonso Hoyos, inspirados en un movimiento cívico que crearon para enfrentarse a la política tradicional y a los caciques de la época. Aquí vale otro paréntesis (a Luis Alfonso sí lo conozco desde hace muchos años y siempre me ha parecido un excelente líder y un excelente ser humano. Siempre he estado convencido de que ha recibido golpes muy injustos, como este que le propinó el vandalismo judicial de Montealegre y que lo hizo abandonar el país).
Me llamó la atención aquello de que fue alcalde de su pueblo porque eso tuvo que darle un conocimiento muy específico y muy necesario.
Todos sabemos que uno de los problemas mayores que tenemos es el centralismo que se ejerce desde Bogotá y, a su vez, desde las capitales departamentales versus municipios como Pensilvania. Da grima cómo venimos discutiendo este tema desde hace décadas sin que ningún presidente haya decidido cumplir en serio sus promesas ante las regiones. En alguna medida eso también se debe a que ninguno de los que ha llegado ha tenido la experiencia de ser alcalde de pueblo, con todas sus precariedades presupuestales, con todo el maltrato desde los centros de poder, con todo el olvido. Cuando converso con los alcaldes de pueblo, y me cuentan sus cuitas, no puedo dejar de recordar El coronel no tiene quien le escriba.
Creo que conocer esa experiencia e intentar representar esa realidad de centenares de pueblos que son carne y hueso de nuestra nacionalidad puede llegar a ser muy enriquecedor.
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Zuluaga parece no pertenecer a las élites sino que es un hombre de la provincia que ha escalado los mejores méritos
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Este aspecto da la sensación de algo que puede ser muy interesante, y es que Zuluaga parece no pertenecer a las élites sino que es un hombre de la provincia que ha escalado los mejores méritos.
Uno mira a los candidatos más representativos y prácticamente todos forman parte de sus respectivas élites. Los hay de las élites de la izquierda, de la derecha y del centro. Los hay de las élites de la academia y la intelectualidad. Los hay de las élites agrarias y del comercio. Los hay de las élites centralistas de Bogotá y de las capitales departamentales. Y los hay, obviamente, de las élites de la política que suelen manifestarse por apellidos.
En fin, como ciudadano me alegra que Oscar Iván Zuluaga haya decidido lanzarse al ruedo y que venga a representar sus verdaderos significados. Su presencia enriquece la democracia.
¡Bienvenido!