Gracias a las redes sociales me acordé de un viejo cuento que establece de manera brillante la diferencia entre un perro y un gato. Dice la historia que si alguien alimenta, cuida y protege a un perro, mirará a esa persona como si fuera un dios; en cambio si alguien hace lo mismo, alimenta, cuida y protege a un gato, será el gato el que se creerá dios.
Esta explicación sencilla me ayudó a entender un poquito mejor a nuestra clase política. Y no lo digo porque se peleen como perros y gatos como lo hicieron la semana pasada en el debate de paramilitarismo Uribe y Cepeda. No, lo digo porque es el pueblo el amo que alimenta, cuida y protege a los congresistas, pero ellos son como un gato, se creen por encima de todos nosotros, se creen dioses.
Ahora están empeñados, otra vez como en los últimos quince o veinte años, en hacer una reforma política para que los alimentemos y cuidemos cada día mejor. Para que les rindamos pleitesía. A esto lo llaman Equilibrio de Poderes, que entre los poderes políticos ejecutivo, legislativo y judicial, nadie mande más que nadie, pero siempre estén por encima de nosotros, simples ciudadanos, que siguiendo con el ejemplo anterior somos tratados como perros, a las patadas.
Equilibrio para el Congreso significa que no vaya a quedar una “silla vacía”, que se les pague el favor a los alcaldes con la prórroga del período, que fiscal, procurador y contralor sean juzgados como el presidente y también los y las magistradas, que se rebaje el umbral para que ser elegidos con menos votos, etc., etc.
Pueda ser que muchos de los micos que están intentando colgar en el proyecto de Reforma Política no lleguen a ser aprobados, sin embargo cada vez que se habla de este tipo de actos legislativos o leyes están pensando es en los intereses de los que se creen dioses, los gatos y gatas del Congreso. Qué bueno sería que se pensara en una reforma para equilibrar los poderes entre el pueblo y su dirigencia política, pues allí es que reside el verdadero desequilibrio.
Que en lugar de buscar debilitar la tutela se fortaleciera, que las EPS y el sistema de salud en general atendieran como debe ser, en forma oportuna y eficaz, que la revocatoria del mandato a los gobernantes no fuera un rey de burlas sino un instrumento real de control político, que las pensiones se concedieran con justicia y prontitud, que la educación sí fuera de calidad, que los funcionarios no se robaran la plata de los impuestos y de hacerlo pagaran realmente penas de prisión y no casas por cárcel que son temporadas de vacaciones, que el servidor público realmente sirviera y no “se sirviera” de su cargo, que se repartieran las regalías para mejorar las desigualdades económicas en las regiones más pobres, etc., etc.
Eso sería soñar demasiado, como se hizo alguna vez en la Constitución del 91, donde se consagraron derechos para el pueblo y obligaciones para los gobernantes que significaron una luz de esperanza en ese necesario equilibrio de poderes. En lugar de hacer esto, han intentado muchas veces cambiar la Constitución para introducir reformas al sistema político que muy poco benefician a la gente del común.
Me dirán que es necesario acabar con la reelección y puede ser, pero hace solo ocho años nos convencieron de lo contrario. Pero si así fuera, bastaría con un articulito como lo hicieron enlos tiempos de Uribe y no con una chorrera de artículos discutidos a la carrera y con el riesgo de que sean verdaderos orangutanes.
Por eso es que la clase política se parece a los gatos que se creen amos nuestros a los que hay que atender y alimentar como dioses. Si no me creen intenten decirle honorable perro o perra a algún congresista y verán como los hacen meter a la cárcel por injuria. Pero si les dicen honorable gato u honorable gata, a lo mejor quedan muy agradecidos.
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