Al preguntarle por el primer recuerdo que se le quedó de su infancia, lo único que pudo sacar en claro era la de un pequeño que solo encontraba la paz anhelaba cuando se regocijaba con un balón de fútbol en una de las calles del barrio donde nació en la ciudad de Medellín, y enseguida en sus aventuras en un potrero que tenía 40 metros de largo por 15 ancho, en donde corrían unos jóvenes ávidos de sueños y de fantasías que se congregaban alrededor de una pelota de cuero.
El lugar lo identificaron con el nombre de La Matea, que sirvió para bautizar al equipo de fútbol del barrio Las Acacias, en la calle 34 y carrera 8° A, en el occidente de la ciudad, como lo recuerda en sus cápsulas el periodista Pablo Arbeláez Restrepo.
Allí comenzó su carrera de inquieto directivo, organizador de partidos de fútbol que él mismo se encargaba de llevar en planillas, y hasta pitaba cuando faltaba el juez central y se hizo goleador a pesar de que muchos veían que todo era posible porque él era el encargado de las estadísticas.
Desde esa remota fecha transcurrieron muchas aventuras, peripecias, accidentes, dramas y tragedias, hasta llegar a El Bagre cuando el colegio a donde fue asignado como docente era regentado por unas monjas mexicanas.-
Hoy, desde su biblioteca nos cuenta que nació el lunes 10 de noviembre de 1952 en una habitación de la clínica Soma de Medellín, esa que está ubicada en el cruce de la avenida Oriental con la Playa, en el centro de la capital antioqueña, y da un salto de más de seis años en su vida para verse andando por las calles de su barrio La América, muy a pesar de que sus padres, Gildardo y Magnolia, lo hacían en la clase que dictaba doña Aura en el kínder y, más tarde, en la escuela Cristóbal Colón o en la Agustín Nieto Caballero, por las que pasó hasta lograr abrirse paso en lo que más le gustó en la vida, en esta y la otra, como me lo comentó un cercano amigo: el deporte.
Dice que no era necio sino más bien inquieto, una palabra que se utiliza como sinónimo de aquella que las mujeres paisas dicen para describir a los niños traviesos: una plaga. Para nosotros era más cercano al niño cansón, que se aleja metros de distancia de aquello otro que lo califican de sonso y de lerdo para muchas cosas.
En fin, un joven fogoso que con el paso del tiempo se matriculó en el liceo Salazar Herrera en donde llegó con la idea de sacar su diploma de bachiller, pero eso no era lo de él; perdió dos veces el primero y le tocó buscar abrigo en el Ferrini en donde el rector, Damián Ramírez Gómez, que además era su familiar, no tuvo otra alternativa que desvincularlo y fue así como fue a dar al Liceo Antioqueño, el mismo de la Universidad de Antioquia, el mismo que fue cerrado en 1988 por razones de orden público.
Allí por fin pudo respirar tranquilo porque era su ambiente. Logró disciplinarse gracias al entorno, al ambiente deportivo que allí se vivía y, sobre todo, porque compartía con deportistas y tenía tiempo para darse unas escapadas y ver entrenar a los equipos profesionales de la ciudad: el Nacional, del que se declaró seguidor, y el rojo de la Montaña, el DIM. Por supuesto que, aparte de las clases normales, allá practicó en forma el voleibol y el baloncesto, cuya estatura parecía augurarle un buen futuro.
Concluido su paso por la secundaria se presentó a la Facultad de Derecho en la de Antioquia, llevado de la mano de su padre, don Gildardo, fundador de la Cooperativa Consumo y contertulio en muchas reuniones con dirigentes conservadores y gente notable de la ciudad, pero la vida le jugó otra trastada y terminó abrazando la Veterinaria y la Zootecnia en la misma universidad.
Él dice que su amor por los animales le saltó en las fincas que visitaba por los lados de Belmira, en el norte del departamento, y entre esos pasos fue cuando fundó la famosa Matea, un equipo de fútbol que tomó el nombre de aquel parque que con los años se convirtió en un escenario deportivo. Ya tenía 18 años de edad y se tropezó con un gran movimiento estudiantil que mantuvo cerrada, por dos años largos, la Universidad de Antioquia y entonces se dio el ancho y se entregó de lleno a la dirección de su “Liga” personal, de donde incluso derivaba sus recursos personales. Fue cuando se enteró de una vacante en la coordinación de deportes en Puerto Berrío, en el Magdalena Medio, y debió acudir a sus amigos, Arturo Bustamante y Jorge Iván Velásquez, para que le expidieran sendas recomendaciones y aplicar al cargo.
Y fue así como se presentó a la Alcaldía, en donde lo contrataron como entrenador general y fue así como la selección de baloncesto local llegó por primera vez a una final en Andes y Jardín. En fútbol logró renovar al equipo que le ganó a Segovia con un gol al primer minuto, conseguido tras un pase largo del arquero que lanzó a la punta derecha donde corrieron los ocho jugadores allí dispuestos y uno de ellos anotó el tanto y el resto de los 89 minutos se dedicaron a defender el marcador. El caso es que ese partido lo hizo en calidad de entrenador renunciado porque un día antes el alcalde le pidió el cargo por razones que se detuvo a explicar en su despacho.
Resulta que cuando el seleccionado de Segovia regresaba a su sede luego de su presentación en Puerto Berrío, manos invisibles dejaron sin freno el bus que los transportaba y tuvieron a punto de desbarrancarse en el Alto de Dolores, entre Cisneros y Maceo. Ya entrado en gastos, se presentó ante el alcalde de Segovia y luego ante el comandante del Batallón Bomboná, el coronel Carranza, quien dio severas instrucciones para custodiar su selección, que luego del partido fueron conminados a permanecer en sus instalaciones como medida cautelar. Esa noche, luego del triunfo, Carlos Mario se dio una licencia para aplicarse unos aguardientes, con su uniforme oficial de entrenador de Puerto Berrío, pero la gente de allí no reaccionó como el esperaba, y todo fue tranquilidad.
Cerrado este capítulo tomó de nuevo el rumbo para Medellín, pero esta vez a Educación Física y Deportes en la alma mater y a la segunda etapa de la Matea. En esas estaba cuando un familiar le mencionó a El Bagre como una posibilidad laboral y esto le llamó la atención, no solo por atender su vocación de avanzar en su experiencia, sino porque algo había oído del potencial que tenían los jóvenes deportistas de aquella población, con el agregado de sus cuentos relacionados con las riquezas auríferas. De manera que superados los requisitos exigidos por la Secretaría de Educación de Antioquia, fue nombrado como profesor de Educación Física en el Liceo dirigido por las monjas mexicanas.
Hace una pausa para señalar que, pese al poco tiempo que estuvo en El Bagre, no duda en calificar que ha sido la mejor de sus vivencias y que los logros los consiguió gracias a la calidad humana de sus habitantes. Se alojó en el hotel de don Carlos Navarro, justo al lado de la famosa caseta de la Acción Comunal del Bijao y sus primeras amistades fueron Ana Lucía Rivas y su hermano Fernando, así como con Manuel Tovar, todos ellos vinculados al magisterio. Es verdad que había potencial y mucho que hacer, pero se desconocían términos como organización y planeación en un pueblo en donde el “mientras tanto” se abría paso para todo y en donde poner metas más allá de dos días era más que una exageración: pero de eso se trataba, de sacar una idea adelante.
Entonces aparecieron las carteleras en el colegio con fotos de eventos que se realizaban en otras partes del mundo, olimpiadas, mundiales y, en general, todo cuanto tuviera que ver con el deporte como una de las herramientas que la educación tiene para la formación de cualquier ser humano. Una de sus primeras ideas fue proponer el Día Popular del Deporte, que era una especie de carnaval disfrazado en donde aparecieron las carrozas adornadas con las estudiantes que ese día abandonaban sus uniformes y se lanzaban a las calles a disfrutar como las madrinas de los equipos de sus respectivos grados académicos.
Allí nacieron, como por arte del entusiasmo, los famosos y ya olvidados interclases, en donde participaban los estudiantes en todas las disciplinas habidas y por haber con el único propósito de proclamarse campeones en unas justas que hicieron renacer el deporte no tanto para llevarlo al escenario de las rivalidades, sino para explorar las capacidades que tenían los participantes en cada deporte. Como si esto fuera poco y con el apoyo de la empresa Mineros de Antioquia, como se llamaba entonces, llevó a la Selección Antioquia de Voleibol, de Baloncesto, al equipo de la B del Atlético Nacional, cuyas actuaciones produjeron un efecto saludables en la juventud de aquellos años inmensos, que además vieron correr por sus calles empedradas los primeros y únicos ciclistas que ha tenido El Bagre, así como un afiebrado del atletismo, Marco Fidel Rodríguez Arbona, el padre de Rafith, que tantos triunfos nos dio en los 400 y 800 metros planos en el país y en Suramérica.
Si bien la disciplina que mejor le salía al biotipo del bagreño era el fútbol, se encontró con un par de aliados que fueron los que supieron encontrar la horma de la llave para abrir la puerta al baloncesto y al voleibol, como lo fueron Pedro Gordon y Salvador Hernández quienes pusieron en alto los colores que en ese entonces lucía la bandera de esa población: el amarillo y el negro. La historia de esa bandera la contó de la siguiente manera.
Había que disputar una final de tenis de mesa en La Ceja, en el oriente antioqueño, y eran dos los deportistas: el padre Flavio Calle Zapata y Jacques Cerpa Jarrón, pero no tenían nada que los distinguiera en su calidad de corregimiento así que diseñaron a las volandas una bandera para el desfile inaugural, la misma que mandaron a hacer con una costurera vecina y fueron esos dos colores que por un tiempo acompañaron a las delegaciones y la que hacían notar en los encuentros en el estadio Cincuentenario acompañado con la frase: El Bagre, municipio 116 de Antioquia. No escatima argumentos para decir que el deporte fue una de las puntas de lanza, de cabeza de playa, de patente de corso, para lograr la hazaña de convertirnos en municipio, como en efecto se logró el 30 de octubre de 1979.
De la mano de la empresa minera, de la otrora grande Junta de Acción Comunal de Bijao, de líderes como Ignacio Agudelo, Marcos Castañeda, Pastor Rivas, Horacio Zapata, Cristo Navarro, Trinidad Aristizábal, Romelio Cossio y Rodrigo Mira, entre otros, El Bagre logró escalar los peldaños necesarios para presentarse con sus pantalones largos y ganarse el respeto regional por el modo y las buenas maneras como sus deportistas alcanzaban sus metas. No en vano, desde entonces se dieron los primeros pasos para construir los escenarios con los que cuentan hoy sus jóvenes, sin que ellos se hayan enterados de las verdes por las que tuvieron que pasar sus antecesores.
Cuentan que de la mano de Carlos Mario Mesa fue que se dio inicio a la sana costumbre de uniformar a las delegaciones que salían a competir a otros municipios y a Medellín, no como un simple capricho, sino porque eso lo aprendió cuando hizo parte del grupo que acompañó a los deportistas de Cuba que vinieron a los XIII Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizaron en Medellín en el mes de julio de 1978.
Había que ver a nuestros deportistas cuando salían a las calles de la capital, todos uniformados, luciendo el amarillo y el verde en cuanto sitio público o privado tuvieran que asistir y eso llamó la atención que hizo que en unos juegos, además de las medallas conseguidas, El Bagre fue destacado como la mejor organización deportiva de Antioquia. Ni más ni menos.
Es sábado, tal como habíamos acordado para la entrevista y aprovecha para recordar las tardes de vallenatos con sus jugadores, que más que eso, eran y son sus amigos: Alfredo Navarro, Wilman López, José Luis Bello, pero también a quienes creyeron en sus propuestas como el entonces alcalde Fabián Palacio y el siempre diligente Rubén Darío Álvarez o el propio Óscar Guerrero, así muchas de las iniciativas hayan llegado a buen puerto.
El mero hecho de haberlas impulsado valieron la pena, dice ahora mientras revisa en los cajones del escritorio aquella foto que nos remita al pasado. Hablamos de la selección ideal de fútbol de El Bagre de esos años y me recita estos nombres: Robinson Morales en el arco, Dagoberto Vallecilla, Alfredo Navarro, José Luis Bello y José de la Ossa, en la defensa; Efraín Terán como volante central; David Tabares volante por derecha, y por la izquierda, William Morales; arriba se la juega con Rafael Rivas, Jaime Marmol y Carlos Patiño o, en su defecto, Eduardo Figueroa, el clásico 4-3-3.- Fue con ese equipo que lograron el tercer puesto en 1980, luego de un accidentado juego en donde hubo de todo, hasta piratería y un poco de extorsión.
La cosa sucedió así. Ya el fútbol había caído en las garras de siniestras figuras que del juego limpio no entendían nada y recibieron una llamada para decirles que si querían llegar a la final con Rionegro tenían que desprenderse de unos pesos y la respuesta fue un rotundo no. Entonces el árbitro se hizo el locadio, pitó más allá del tiempo de alargue hasta que los orientales se alzaron con el trofeo y le dejaron la dignidad a El Bagre, que pueda que no engorde, pero sí alimenta el espíritu. Fue el mejor equipo del torneo, recuerda Carlos Mario, y señala que fue ese mismo el que se coronó campeón juvenil en 1979.
Hoy goza de una pensión que le permite seguir con su trabajo sin mayores preocupaciones y le presta asesoría a iniciativas que tienen que ver con la redención del campo, convencido de que la paz vendrá de los territorios y no como se pretende ahora: del centro a la periferia. Su bandera es Campo y Ciudad, y de la mano de Sergio Trujillo Turizo, su amigo y vecino, quien además de ser el gerente de RIA, Reforestadora Integral de Antioquia, ha sido uno de los que lo escucha y atiende en estos menesteres.
En medio de esta conversación se presentó un hecho que se hizo notorio en las redes sociales y tuvo que ver con la selección de fútbol de El Bagre, que perdió con su similar de Caucasia por 4 a 0, y se escucharon voces en el sentido de que sus titulares prefirieron jugar en sus respectivos equipos locales y no acudir a la cita como visitantes cuando se busca un cupo para la final departamental que se jugará en Andes el domingo 15 de este mes de los vientos. Allí revelaron que "Solo siete jugadores atendieron el llamado, de los cuales cuatro eran defensores y agregaron que quizá hubo dinero para que el resto se quedara en El Bagre con su campeonato local".
El asunto lo resolvió Carlos Mario Mesa Sierra con una frase que bien merece ponerla con todas sus letras para cerrar esta crónica: “Les falta formación deportiva, sentido de pertenencia y apoyo institucional”.