Desde el criminal saqueo colonial al Tahuantinsuyo, se acuñó la expresión de valer un Perú como sinónimo de altísima valía, referenciando las inmensas riquezas minerales extraídas de los Andes, que fueron base de acumulación originaria del capitalismo europeo. Hoy el maestro de escuela Pedro Castillo, venido de los mismos esquilmados Andes de la plata y el oro incas, tiene una oportunidad única, que vale un Perú, superar una crisis política de 20 años y construir una alternativa social y política en su país de cara a las comunidades que completan cinco siglos de explotación y exclusión.
Tras más de mes y medio de reconteo el pasado 19 de julio, las autoridades electorales peruanas proclamaron ganador a Pedro Castillo de la segunda vuelta en la que había derrotado a Keiko Fujimori el 6 de junio. La victoria de Castillo era inobjetable tras la primera semana de reconteo, por la tendencia irreversible que impusieron los votos rurales, pero las presiones políticas, militares y mediáticas obligaron a este terrible viacrucis, que bien sintetiza la sostenida crisis institucional que ha vivido la hermana república durante todo el siglo XXI. Hablar de fraude en Perú sería creer que el candidato de la oposición manipule unos comicios, conjetura tan ridícula que hasta la OEA de Almagro experta en intervenir elecciones guardó silencio.
En un resumen apretado de la historia reciente del Perú, el país vive los estragos de haber hecho un pacto con el diablo contrainsurgente. La salida de las dictaduras militares en la década de los ochentas no dio paso a efectivas reformas sociales, sino a políticas económicas que aumentaron la brecha entre los circuitos ricos de las ciudades costeras, sus barriadas empobrecidas y los Andes aún más marginados. Dicha realidad sumada a la creciente corrupción de una clase política venal que penetró a todos los partidos, dio pie a la continuidad y fortalecimiento de procesos de protesta social y levantamiento armado, que generaron pánico entre las elites limeñas.
Más allá de sus particularidades y errores -que incluyeron violencia contra la propia izquierda- los grupos armados peruanos estaban acotados territorialmente y lejos de representar una amenaza cierta al derrocamiento del Estado. No obstante, en medio de su crisis de representatividad y excusándose en la “guerra contra el terrorismo” el bloque de poder en Perú, unge al ingeniero Alberto Fujimori Fujimori para que realice un experimento protofascista: autoritarismo político con cierre del Congreso incluido, régimen policivo y corrupto desde los hilos de Vladimiro Montesinos, política contrainsurgente de “mano dura” con graves violaciones a derechos humanos, y paquetazo neoliberal sin apelaciones ni debates, mientras se insuflaba un fervor a “El Chino” –como se hacía llamar Fujimori para impostarse un origen popular- como líder salvador de la patria. El modelo me suena bastante conocido, e intentó ser copiado en Colombia. Como no recordar al senador Pablo Victoria autoproclamándose el Fujimori colombiano, o a Uribe con su discurso de “guerra contra el terrorismo”.
Pero independientemente de las obvias diferencias, en Perú- como en Colombia en la siguiente década- la salida protofascista se le salió de las manos a las élites peruanas. La complicidad con el autogolpe de 1992, su reelección en 1995 y la sanguinaria represión de Fujimmori, todo sopretexto de derrotar a Sendero Luminoso, llegó al límite cuando Fujimori acosado por sus delitos aspiraba eternizarse en el poder. Una vez más, todo me suena parecido. Si bien logra su segunda reelección en 2000, Fujimori ni siquiera concluye ese año de mandato. Pero el daño que había causado a la institucionalidad y a la frágil democracia peruana era tan grande, que 20 años después el hermano país no sana de las heridas de la dictadura fujimorista, ni de la inestabilidad política que lastró este régimen autoritario.
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De los cuatro mandatarios anteriores a Castillo, que fueron elegidos por votación popular tres están privados de su libertad, y el otro se suicidó para evitar su captura
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Al posesionarse Castillo será el décimo presidente peruano de este siglo. De los cuatro mandatarios anteriores a Castillo, que fueron elegidos por votación popular tres están privados de su libertad, y el otro se suicidó para evitar su captura. Corrupción y continuidad del modelo neoliberal han caracterizado todos estos gobiernos. Si bien el crecimiento económico para una de las economías mimadas del Fondo Monetario Internacional, le sigue sonriendo a las elites peruanas, el Perú indígena de la sierra no palpa ninguna mejoría en su bienestar. Mientras tanto, el fujimorismo, como caracteriza a los proyectos fascistas se orienta a cooptar a las grandes pobrerías de las ciudades para canalizar su descontento social contra quienes no tienen la culpa de nada: la migración venezolana, Bolivia, o los fantasmales “terrucos”.
Como también pasó en Colombia, el fujimorismo sembró de macartismo la política peruana. La expresión “terruco” como despectivo de “terrorista”- muy similar a la muletilla uribista de “guerrillo o guerrilla”- es la base para descalificar cualquier propuesta no solo de cambio social, sino que no le otorgue impunidad absoluta al octogenario dictador preso por sus crímenes. Por tercera vez el fujimorismo fracasa en su intento de regresar al gobierno, y su candidata, la heredera Keiko, tendrá que responder ante la justicia peruana. Pero como expresó su votación y su amplia ventaja en Lima, El Callao y otras ciudades costeras, el fujimorismo no es cosa del pasado. Es una amenaza real con arraigo en importantes sectores de la población, que se convierte en el principal riesgo para el ejercicio del gobierno de Pedro Castillo, quien representa la irrupción a la política nacional de importantes sectores de movimientos sociales y sectores populares.
Castillo fue elegido por propuestas al mismo tiempo muy sencillas y profundamente revolucionarias para Perú y para toda Nuestra América. Inversión del 10 % del PIB en educación; redistribución y mayor tributación a las ganancias de las grandes transnacionales mineras, cuyas explotaciones literalmente valen un Perú; y Nueva Constitución para reemplazar la actual carta concebida por la constituyente de Fujimori en 1993. Por obvias y justas, estas 3 consignas del gobierno de Castillo no serán alcanzables fácilmente.
El Congreso dominado por la oposición, la capacidad desestabilizadora del fujimorismo, el interrogante de las FFMM, la tentación de la guerra jurídica, el linchamiento mediático y la perenne intervención norteamericana y de sus peones regionales, son varios de los grandes retos que debe superar el profesor Castillo, no solo para cumplirle a sus electores, sino para pasar la página de permanente inestabilidad política de Perú. No será fácil, pero hay que confiar en el pueblo peruano y en su capacidad de movilización, que contra pronósticos pesimistas eligieron a Castillo e impidieron el raponazo electoral del Clan Fujimori
Maestro Pedro, agradezco inmensamente la invitación a su acto de posesión y lamento no poder estar con Ud hoy en la puna de Ayacucho junto a demás hermanos de América Latina que respaldan el proceso que inicia, conmemorando el bicentenario de la primera independencia. Desde Colombia, los pueblos étnicos, negros e indígenas saludamos su posesión y esperamos poder estrechar nuestra amistad y acompañar conjuntamente nuestras luchas. Profesor Castillo, haga del Perú su aula, y de toda la región su escuela para aprender entre todos y todas como salir de esta larga crisis, para saber más sobre nosotros y nosotras, y poder decir junto a su paisano Cesar Vallejo: “Saber más es ser más libre”.