Quienes me han leído en este portal, hace mucho rato -por cierto-, habrán notado que apenas arrancando la pandemia no volví a aparecer. La pandemia no ha minado mi salud, pero sí me ha quitado amigos, familiares, conocidos y la facilidad que tenía para escribir… mas no la pasión. Lo intenté una y otra vez, se me ocurrían muchos temas, las frases llegaban a mi pensamiento, pero su fuerza se quedaba ahí porque se paralizaban mis manos frente al teclado por una nube gris que terminaba bloqueándome. Pero como nada es eterno, y menos nosotros, siempre guardé la fe de que sucediera lo que hoy me fluye como antes. ¿La razón? Todos los que se han ido por este virus y casi siempre sin despedirse.
Así me sucedió el pasado 19 de julio, hace apenas unos días. Jaime Suárez, mi colega y amigo durante 35 años partió sin decir adiós. Ni siquiera supe que estuviera enfermo, porque el virus no le dio tiempo de avisar. Ni siquiera pude orar por él… He intentado no pensar en la inmisericorde soledad que enfrentan quienes se contagian; para mí, es la peor parte. Pero más triste aún, es que nadie -por no saberlo- le dedique a un enfermo una plegaria, un padrenuestro, un tranquilo que aquí estamos, lo queremos, lo extrañamos y pronto estaremos juntos. Nada de eso pasó para mi infinita tristeza. Entonces asumí lo que toca: quedarme con sus enseñanzas, con su tesón, su alegría, su inteligencia, con su búsqueda constante de aprendizaje de la vida, del intelecto, de las posibilidades para sacar adelante a sus hijas que eran su razón de ser. Es decir, me quedé con su saber vivir.
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De muchas reflexiones me salió del corazón que “la vida comienza cuando uno quiere”
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Debo decir que, en mi caso, la pandemia me ha fortalecido, me ha hecho revisar con mucho más cuidado mi vida, mis pasos dados, mis tristezas, mis alegrías, mis logros y mis aprendizajes que son mis maestros, porque para mi no existen los fracasos, sino las “oportunidades de mejora” -como los llaman corporativamente- y que es como hay que asumir los errores, los desatinos, eso que nos tumba y nos enseña a levantar… si queremos. Nunca como ahora disfruto cada segundo de mi vida, busco hacer realidad todo lo que quiero e intento mostrar a quien lo quiera un camino de gratitud hasta con la taza de café de la mañana, de alegría interna, de aprender a vivir la vida, aunque pareciera que fuera tarde. De muchas reflexiones me salió del corazón que “la vida comienza cuando uno quiere”.
En este camino espiritual en el que llevo muchos años, y que floreció en pandemia, toman relevancia algunas frases que vienen a colación. De tanto que he leído y escuchado a mis mentores (unos vivos y otros muertos, y en eso tiene razón uno de ellos -Juan Diego Gómez-), están los que viven y los que duran (del filósofo y escritor Sergio Molina), o los que se mueren a los 20 y los entierran a los 90. ¿Qué duro no?, pero es cierto. Hay quienes pasan la vida en sufrimiento, quienes viven como víctimas, sin buscar la solución; quienes se conforman con lo que sea, en lugar de salir de una mal llamada zona de confort; quienes se quejan de todo, pero no quieren aportar nada; quienes, además, olvidan que la vida de lo que se trata es de sumar pequeñas grandes cosas: momentos especiales con la familia, con los amigos; disfrutar de un amanecer, de un atardecer, del aire que respiramos, del sol que nos calienta, de una canción, de las fotos de un paseo, de los recuerdos y hasta del glorioso sabor de un plato de arroz con huevo frito.
Para cerrar este homenaje a la vida y a mi amigo Jaime, quiero traer las hermosas palabras que hace apenas unos días, mi colega y amigo JJ Osorio escribió para su papá, Don Conrado, y las leyó en su funeral:
A los que se van antes, los mantenemos presentes porque los mencionamos a diario, porque evocamos sus historias, porque hacemos cosas en su honor. Esa es una de nuestras formas de no olvidar. Ellos se van y nosotros los memorizamos. Si fueron hombres grandes, siempre se van a recordar. Si su grandeza la dio su nobleza y sus actos solidarios, como don Conrado (y como Jaime diría yo), todo el que lo haya conocido lo va a recordar. Es una forma de eternizar. Hay una memoria que nunca falla. Que no es neuronal. Que no depende de la medicina ni de la ciencia. Es la memoria del corazón!
Es que, como dijo Mario Alonso Puig, “el problema no es morirse… ¡es no saber vivir!”
¡Descansa en paz amigo mío!