El sistema capitalista es susceptible de crítica. No lo digo por ser contrario a él, comunista, revolucionario o de izquierda. Basta recopilar datos y pruebas para demostrar su capacidad de hacerle daño a la sociedad, como lo han dicho diversos pensadores ajenos a los tres grupos antes mencionados.
Uno de sus críticos, Mark Fisher, en su libro Realismo capitalista, dice: “El capital es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombis; pero la carne fresca que convierte en trabajo muerto es la nuestra y los zombis que genera somos nosotros mismos”.
Entre otras consideraciones, al capitalismo no le importa la salud del ser humano, porque mientras haya enfermos aumenta la riqueza de la industria farmacéutica, cuyo interés dejó claro al negarse a compartir las patentes para las vacunas en la presente epidemia.
Además, las patologías modernas de esquizofrenia y depresión le son imputables porque, como lo dice el eminente exmandatario uruguayo Pepe Mojica, en este sistema se viene a la vida “a pagar facturas”.
Por todo lo cual, sin ser el comunismo necesariamente su reemplazo, debe combatirse, antes de su posibilidad de exterminarnos a nosotros, el planeta y todo lo que se le atraviese.