“A la oligarquía criolla, la independencia le pareció una fiesta brava, una buena oportunidad para recoger los frutos de una cosecha que nunca contribuyeron a sembrar” (La Bagatela, Antonio Nariño, 1810).
El 20 de julio se instaló en el imaginario de los colombianos como el día de la independencia. Sin embargo, las recientes lecciones de nuestra historia patria nos han señalado que, con lo advirtió en su momento Antonio Nariño, lo que realmente ocurrió no fue la conquista de la independencia, sino un cambio de mando. Se pasó de una aristocracia despótica y decadente a una oligarquía criolla de lacayos y buscadores de renta; esta última nos ha gobernado hasta nuestros días, con muy contadas excepciones.
Después de dos siglos de despojos y despotismo, la estabilidad de las clases dirigentes del país parece haberse quebrado. El espejo del poder, como lo dijera J.M. Brunner, “está irremediablemente trizado”. No de otra manera se puede entender que la instalación del Congreso de la República se hiciera cambiando el horario y que el ingreso al sagrado recinto de la democracia se hiciera a hurtadillas y custodiado por 10.000 hombres y mujeres de las FF. MM.
Estamos, como lo dijera J.M. Barbero, “de vuelta al caos”. Pero esta vez lo que se quebró no fue un florero, sino el embrujo autoritario del régimen despótico del uribismo. El 28A pasará a la historia como el episodio donde el exministro Carrasquilla intentó pasarle la factura a la clase media del fracaso de la política fiscal y monetaria del gobierno de Duque, y el estallido social se hizo incontenible.
En los 3 meses de protesta en Colombia se han producido 4973 manifestaciones, 1897 marchas, 2426 bloqueos, 522 movilizaciones, 1130 disturbios y 18 asambleas populares. En total se han registrado más de 10.000 expresiones diferentes de la protesta social y un número similar de atropellos y excesos de la fuerza pública.
En un duro informe sobre la represión a la protesta social en Colombia, la CIDH señaló su preocupación por la situación de los derechos humanos: “El uso desproporcionado de la fuerza, la violencia de género, la violencia étnico-racial, la violencia contra periodistas y contra misiones médicas, detenciones arbitrarias, irregularidades en los traslados por protección, y denuncias de desapariciones; así como el uso de la asistencia militar, de las facultades disciplinarias y de la jurisdicción penal militar”.
En Colombia estamos asistiendo a un profundo malestar cultural. Tres son las atmósferas culturales que lo envuelven: el protagonismo de los jóvenes, el desencanto social y la desintegración del imaginario social común. En relación con la primera atmósfera, la dura realidad de marginalidad y exclusión de los jóvenes generó, primero su desconfianza en las instituciones y, ahora, su abierta rebelión contra las autoridades gubernamentales.
La rebelión juvenil representa un desanclaje generacional con un orden social y político que le ha negado los derechos elementales a la educación, la salud y el trabajo a millones de jóvenes de los sectores populares. En momentos que la expansión de los mercados converge con la explosión de las TIC para ofrecerle a los alienados consumidores la más variada oferta de bienes y servicios, incluidos los productos del conocimiento y la información, a los cuales no tienen acceso.
Como lo narra A. Baricco, los jóvenes de hoy son nómadas que navegan por las redes sin aferrarse a ningún relato. No necesitan instructores ni instrucciones para experimentar estas nuevas realidades virtuales. Pero para lograrlo deben destruir primero el orden establecido. Vandalizar ese orden que les ha negado violentamente su ingreso.
La expresión de los cascos y las primeras líneas es la respuesta de los jóvenes que, para enfrentarse a los poderes dictatoriales del “Capitolio”, deben salir a las calles vestidos con sus armaduras. Son las mismas que nos acostumbramos a ver en todas las sagas contemporáneas como el Juego de Tronos, Los Juegos del Hambre o los Caballeros del Zodiaco.
Por esas razones, la fuerza incontenible de la actual revuelta juvenil no tiene que pedirle permiso a nadie para expresar su rabia y sus reclamos. No tienen, ni tampoco quieren, acudir a los tradicionales intermediarios políticos o institucionales para hacerse sentir. Les basta y les sobra creatividad, imaginación y ganas de usar las redes sociales como sus plataformas de lucha. Por eso resulta, por lo menos, ingenua la convocatoria del gobierno de Duque a constituir los Consejos Locales de Juventud para canalizar la protesta en medio de semejante estallido social.
Las clases dirigentes de este país no se han percatado que nos enfrentamos a una profunda revolución cultural, donde el sistema de valores, las normas éticas y las virtudes cívicas se están recomponiendo radicalmente. Acá no caben los cambios cosméticos. Menos aún, cuando han estado precedidos de la más brutal y criminal represión de la juventud colombiana.
Los jóvenes quieren ser ciudadanos, pero de un país distinto, justo y empático, que los escuche y respete sus derechos.
La segunda atmósfera cultural que estamos viviendo hoy es el desencanto social generalizado, agudizado por la pandemia, con el orden existente. Es el fin del “embrujo autoritario”. Donde ya no solo se quebró la legitimidad de un régimen social organizado sobre unas relaciones sociales de dominación profundamente injusta e inequitativa, sino que donde la coacción brutal del régimen se desnudo mostrando de cuerpo entero su catadura dictatorial, capaz no solo de disparar y matar con las armas oficiales a jóvenes indefensos, sino de aliarse con oscuras fuerzas criminales y paramilitares para atentar y asesinar a los presidentes de otros naciones, como acaba de ocurrir en Haití.
Ese orden social “racionalmente administrado” por los instrumentos democráticos y la representación de los partidos políticos profesionales, con el cual soñaba Weber, fue reemplazado en nuestro país por una frondosa camarilla de oligarcas y políticos corruptos dedicada a asaltar las arcas del estado. Como lo dijera hace más de 200 años A. Nariño, “lo miembros de la fronda terrateniente y oligárquica criolla, están destinados a convertir la independencia de España, en un régimen rentístico que favorezca sus ambiciosas ansias de poder para incrementar sus riquezas, consolidar sus castas en el gobierno y el deseo oculto de seguir marginando, engañado y maltratando al pueblo. Divide y vencerás, tal es su mandato” (La Bagatela, 1810).
La tercera atmósfera cultural que acompaña este estallido social es la desintegración del horizonte sociocultural común. El imaginario colectivo que teníamos todos los colombianos acerca de los símbolos patrios —como la bandera, el escudo, el himno y las estatuas de los próceres de la patria— como referentes comunes se han transformado en espacios de desencuentros, en territorios de conflicto. La bandera tricolor invertida, el casco de la primera línea y las estatuas ecuestres derribadas, se han transformado en símbolos de la protesta, en nuevas expresiones de la resistencia popular. El Monumento a la Resistencia, un inmenso monumento de más de 10 metros de altura, construido por los jóvenes manifestantes en el sector de Puerto Rellena, al oriente de Cali, se convirtió en la expresión de la resistencia de los caleños y en un lugar de encuentro de los manifestantes. Lo mismo ocurrió con el Monumento a los Héroes, un lugar que era parte del paisaje urbano y había permanecido anónimo para la gran mayoría de los bogotanos, fue resignificado por los manifestantes como un lugar de encuentro y expresión de resistencia.
Lo mismo ha ocurrido en las calles y avenidas de las principales ciudades del país, donde los muros se convirtieron en inmensos lienzos donde artistas y manifestantes plasman sus mensajes de protesta. Sus creadores son conscientes de lo evanescente de sus obras, sin embargo, destacan su capacidad para generar espacios de encuentro. “El pueblo no se rinde carajo” es uno de los murales que más fuerza evocadora tiene, porque ha sido reescrito tantas veces como lo han borrado.
Durante el día 20 de julio, las calles de muchas capitales y pueblos de Colombia se volvieron a llenar de voces y expresiones artísticas y multiculturales que animaron la nueva jornada de protestas como un verdadero día de fiesta. En contraposición a la lánguida y acartonada ceremonia de instalación del Congreso, donde un presidente soberbio y falaz, realizó la instalación con un discurso que, la oposición calificó de estar totalmente desconectado de la realidad del país. Y después haciendo gala de las famosa “jugaditas”, abandonó apresuradamente el resisto sin escuchar las voces de la oposición, como lo ordena el Estatuto de la Oposición.
Hoy en día, a diferencia de los tradicionales consensos que, durante muchos años, se generaron alrededor de los grandes medios hegemónicos de comunicación. O del papel que desempeñaban los partidos políticos, la iglesia y la misma escuela, como mediadores entre lo popular y lo moderno, entre lo local y lo nacional, entre los de abajo y las elites del poder. La función del relacionamiento social la cumplen las redes sociales y los medios de comunicación independientes. Y gracias a ellos la diversidad y multiculturalidad de las expresiones populares ha tenido una amplia y sonora difusión a nivel nacional e internacional.
Estas nuevas formas de relacionamiento están permitiendo crear una vinculación distinta entre lo nacional y lo popular. Permitiendo que sean los de abajo, los que se relacionan con los comunes, con los que son parecidos a ellos. Las experiencias de las resistencias en los barrios caleños, en las comunas de Medellín, Popayán, Facatativá, Cajamarca, Suba, Kennedy y Ciudad Bolívar, han permitido que, la convivencia de los muchachos, madres de familia, tenderos, microempresarios, artistas y profesionales de distintas disciplinas, desemboque en asambleas populares donde se discuten la táctica y la estrategia de la acción política de los comunes. De allí nació la iniciativa de la Asamblea Nacional Popular que se reunió en la Universidad del Valle, en su segunda versión, durante los días 17 al 20 de julio, con la participación de más de 300 delegados de diferentes partes del país, de las Comunidades Negras del pacífico (PCN), la minga indígena del Cauca y del Movimiento de la Primera Línea. Esta asamblea terminó con la suscripción de una declaración política, un memorial de agravios y una propuesta de acción política para las próximas elecciones del año 2022.
De está manera, como lo señaló Gramsci, lo popular se vincula a la acción política para que la memoria de lo popular nos permita construir un país distinto, un país verdaderamente democrático, un país donde quepamos de todos los comunes y, donde el poder este al servicio de los indígenas, los negros, los mulatos, los mestizos, los LGTBI, las mujeres, los jóvenes y los niños.
Por estas razones, los jóvenes en esta coyuntura están asumiendo su papel histórico de destructores del orden tradicional. Son ellos los únicos sujetos que pueden ver en el irremediable espejo trizado por los infinitos contenidos que pugnan por expresarse en las culturas populares y por las innumerables fracturas que ha provocado en las costumbres, en los valores éticos y en las virtudes cívicas, el intento de las clases dominantes de doblegarlas y condenarlas a vivir otros 200 años de soledad.
El poder despótico de está oligarquía criolla decadente, corrupta y abyecta quizás podrá, por un tiempo muy breve, atrapar los destellos fulgurantes del espejo y cubrir el horizonte con la sombra de sus oscuras ambiciones, pero no podrá nunca evitar que el sol salga mañana por el levante e ilumine el camino que el pueblo de Colombia eligió para transitar hacia la paz, la justicia social y la prosperidad de todos.
Adenda 1.: La alcaldesa de Bogotá prefirió alinearse con las políticas represivas y antipopulares del gobierno de Duque, para obtener unas dádivas en el Congreso y la promesa de una futura financiación de la segunda línea del metro, antes que refrendar su compromiso con el pacto social que tanto cacareó en su campaña.
Adenda 2: ¿Qué clase de acuerdos políticos son esos donde se eligen de dignatarios del Congreso de República a los más conspicuos e indignos representantes de la clase política colombiana?