I
Excepcional la primera noche de Barranquijazz. El concierto de Chick Corea & The Vigil tardó un par de temas para tomar velocidad, pero una vez se afinaron ciertas incomodidades con un monitor defectuoso, la temperatura y las maravillas no pararon de subir hasta alcanzar las alturas de una deliciosa versión de Fiesta en la que toda la sala terminó haciendo con Chick un intensivo taller de tarareo, gesto muy recurrido por Corea en otros conciertos y con el mismo tema.
Para destacar, varias cosas: volvimos a ver a Corea jugando como él solo sabe hacerlo con sus juguetes de teclados frente a un grupo que le hace transfusión de toda la sangre nueva que sus 73 años necesitan y que su imaginación creativa agradece. No nos equivocamos cuando decíamos en una columna de Las2 Orillas que Chick Corea gira en un interesante eterno retorno en el que se vuelve símbolo su legendaria agrupación Return to Forever.
La comunicación que Corea demuestra tener con Carlitos del Puerto, el magistral bajista cubano es análoga a la que siempre tuvo el pianista con Stanley Clark; las recursivas andanadas percusivas y floraciones sonoras del venezolano Luisito Quintero nos hacen recordar enseguida a aquellas de Airto Moreira; el discreto y reservado Charles Altura con una manera muy personal y solvente de hacerle a la guitarra con estupendo fraseo nos recuerda a Frank Gambale o a Al Dimeola; un multiinstrumentista como Tim Garland (tenor, soprano, flauta, clarinete bajo) nos remite sin dilaciones al recuerdo de Joe Farrell. Y por último, un Marcus Gilmore que aunque nieto de otro veterano socio de Corea de muchos años, el legendario Roy Haynes, es imposible que no nos recuerde a la otra pata de la mesa: Lenny White. En fin, que allí estaban reencarnados todos y cada uno de los del Return to forever para permitirle a un maestro de maestros como Corea cerrar el círculo de su preciosa metáfora del eterno retorno.
Pero cuidado. No quiere esto decir que Corea & The Vigil no es otro grupo con personalidad propia. Claro que lo es. Pero es claro también que cumplen con su indiscutible talento el propósito de reinventar una historia e insuflarle un nuevo aire a una leyenda.
Me atrevo a destacar como el gran tema de la noche el titulado Sirio de Paco de Lucía, dedicado a Eusebio Sirio genial cajoneador peruano, en el que Altura, Garland y Del Puerto llevaron aquel homenaje a indecibles alturas.
El trabajo de Carlos del Puerto fue sencillamente magistral en todos y cada uno de los temas.
II
Una noche casi perfecta. Abrieron las Las Leyendas del jazz con una versión de So what que estuvo acaso apresurada un poco en el tempo, lo que le desfiguró tal vez un tanto su mítica cadencia. Pero salvo ese detalle el concierto fue de una asombrosa pulcritud y rigor jazzísticos en manos de dos instrumentistas de prodigio como el saxofonista tenor Eric Alexander y el superdotado trompetista Brian Linch ambos brillantes tanto en sus pasajes coordinados como en sus desempeños solísticos, por supuesto cabalgando seguros sobre una sección rítmica impecable con Cables en el piano, inspirado, recursivo y creativo; un Jimmy Cobb a sus 85 y en plenas facultades, exacto y puntual como un metrónomo, con alientos intactos para un brillante solo final; y un contrabajista esforzado y capaz dando la talla al tamaño compromiso. Grandes temas del repertorio jazzístico, Miles Davis, Horace Silver, Jhony Mandel... que en manos de estas leyendas recibían un nuevo bautizo en Barranquijazz.
La segunda parte del concierto fue otra cosa: música de primer nivel moviéndose en la sabrosa cubanía de un latin jazz que le insufló otro aire musical a la sala, bajo el liderazgo del talentoso pianista Emilio Morales, que se siente en su patio, efectista y alegre, elegante y sabroso, cultor de ese piano cubano que es ya una institución en la historia, complementado por una sección rítmica ciertamente fuera de serie: El Peje, un gran baterista en este caso en uso de timbales, asombroso, genial; El Panga impecable en su interlocución conguera; con el enorme favor del joven bajista Omar González. Pero todo eso era nada siendo ya mucho. La pareja que hacen Michel Herrera en el saxo alto y Yasek Manzano en el fliscorno y la trompeta le subirían los niveles a aquella música que el cansancio de la noche les iba diezmando poco a poco la sala. Un sexteto ciertamente arrollador haciendo música del propio Morales, de Herrera y de Manzano, dejando un valioso testimonio de inspiración y calidad. Y eso que nos queda la enorme deuda de conocer los proyectos musicales independientes de Manzano y Herrera que ya algunos hemos tenido la gran oportunidad de ver en sus presentaciones en el bar La Zorra y el Cuervo de La Habana. Aquello es otra cosa, caballero. Ojalá podamos tenerlos aquí en la ciudad en otra ocasión.
III
Altos contrastes para la memoria. Siempre he reconocido lo difícil que resulta programar dos conciertos para una misma noche en un mismo lugar y para un mismo público. Es casi una lotería. Nunca tenemos certeza absoluta de cómo puede resultar esa doble experiencia en el sensorium de un público. Cierta lógica indica que casi siempre el segundo concierto queda con la sala más o menos desocupada, por diversos factores que no son siempre artísticos pero que tocan de cerca algunos fenómenos de la percepción y otras consideraciones de contexto.
Anoche, en el tercer concierto de Barranquijazz, el resultado desvirtuó un poco esa tendencia general. Luego de la conmovedora presentación de Leila Pinheiro, el impacto extraordinario de Pedrito Martínez, con unos modos, un formato, un concepto y una estética en las antípodas de su antecesora en el escenario, mantuvo conectado a un público casi intacto en la sala hasta el final del concierto. Una gran noche de dos experiencias completamente distintas.
El concierto de la Pinheiro se concentró en una super selección de los temas más emblemáticos de la bossa nova y de sus compositores favoritos: Jobim, Menescal, Carlos Lira, Francis Hime, Baden Powel, entre muchos otros. Y los abordó haciendo un despliegue extraordinario de lo que es y debe ser al mismo tiempo una gran cantante y una intérprete superior. Diferencia que supo ilustrar muy clara y enfáticamente el día jueves anterior en nuestra conversación pública. Ella logró reactualizar, y de qué manera, toda una época extraordinaria a través de una manera muy personal de interpretar un precioso repertorio brasilero que desde hace muchas décadas ha pasado a hacer parte de lo mejor del patrimonio sonoro universal. Fue un gran concierto marcado por dos momentos importantes y exquisitos. El primero, cuando interpretó un maravilloso arreglo del maestro Jaime Alem, su guitarrista (28 años con María Bethania), de la magistral pieza de Baden Powel, Canto de Osanna, que fue una interpretación tan personal y bien lograda en todo sentido, que fue absolutamente sobrecogedora, y allí llegó el concierto a punto tal prácticamente imposible de ser mejor; El segundo momento fue cuando se sentó con la guitarra para anunciar y cantar una muy personal versión del tema El Caminante, de Joe Arroyo. Una versión que permitió desnudar la hermosura y la poesía de su letra y de su música, mismas que nosotros quizá sólo hemos sabido bailar sin sentirlas con la inteligencia. De ahí en adelante hasta el final el público estuvo enteramente a su merced. Hasta ahí ya la noche estaba salvada, sin contar con el temblor que había de venir.
El segundo concierto, el de los jóvenes cubanos Pedrito Martínez y Ariacne Trujillo, acompañados en cuarteto por un peruano y un venezolano en la percusión menor y el bajo respetivamente, fue una locura musical nunca antes vista en Barranquijazz. Aquello es una revolución estética; una pandilla juvenil de la música contemporánea; una revolución urbana; una guerrilla de los conceptos en la que se combinan todas las formas de lucha: las letras desopilantes, los mambos y tumbaos más subversivos; el saqueo de letras y melodías de otras canciones y otros autores; la música clásica sometida al guajeo inmisericorde de la timba; las letras llamando a la conciencia; el canto lírico con el rubateo del bolero; todo aquello es una especie de sofisticado perrateo; una enorme paila en la que cabe todo, como la vida de hoy; pero ajustado a una poética postmoderna que es una claro ejemplo de los rumbos nuevos que lleva la buena música de estos tiempos: el folclor del siglo XXI. Los cuatro chicos son músicos de indiscutible formación, trabajo y disciplina, Pedrito es el director pero todos ellos siguen el hilo de Ariacna. Y cerraron su concierto con una jam session fácil de imaginar, a la que se sumaron varios cubanos circunvecinos: el trompetista Pachalo, El Peje en los timbales, Cotó pitando con la boca y El Panga en las congas. Sería muy edificante que un grupo como este pudiera ser visto por muchísimos más jóvenes de nuestra ciudad y del Caribe colombiano.
IV
Para empezar hay que decir que en principio es simplemente inconveniente tanto mesero y tanto frito y gaseosa en un concierto tan especial como el de Chano Dominguez y Niño Josele. Desde luego no es lo mismo en el de una orquesta de salsa. Acuérdense que Miles Davis (otra vez Miles) cuando lo fastidiaba una sala ruidosa e impertinente daba simplemente la espalda al público y así tocaba todo el resto del concierto. Y si le reclamaban, mandaba a todo el mundo a la mierda.
El concierto de Chano & Josele fue sin embargo brillante; tanto en lo que hicieron juntos (un ecléctico cancionero moderno: Beatles, Legrand, John Lewis), como lo que hicieron en solitario: un tema de Chano, Alma de mujer, que Josele "mejoró" en la guitarra al decir de su autor y que fue probablemente el mejor tema de su presentación; como lo que hizo Chano en solitario con una interesantísima versión de Gracias a la vida de Violeta Parra. Lamentablemente hubo que hacer un gran esfuerzo de concentración para poder apreciar y entender una propuesta musical conceptualmente urdida por Fernando Trueba y magistralmente interpretada por dos grandes músicos españoles del mundo. Porque la gente en verdad quería que aquello terminara pronto para tener por fin a lo que había ido. Por eso aplaudió a Chano y Josele prácticamente con desgano.
Lo de Ismael Miranda y Guasábara, la banda del boricua José Lugo que lo respaldó en su concierto fue de verdad una gran cosa. Miranda a sus 64 años tiene la voz intacta y no ha tenido necesidad de reajustar los tonos y algunos pasajes difíciles de sus canciones. No solo está en plena posesión de sus facultades interpretativas cantando su propio repertorio con nuevos arreglos, sino que hace lucimiento de toda su madurez y sabiduría en el escenario para administrar sus fuerzas y su voz, improvisando temas no programados, contando bellas historias de su vida y hasta haciendo proselitismo religioso, todo ello con enorme contención y buen gusto, alimentando con emotivos recuerdos personales el gran impacto de sus interpretaciones que la gente gozó hasta el último minuto. Un concierto en el que la adrenalina no mermó un solo segundo ni en el escenario ni en la audiencia. Otro concierto para la memoria en el Barranquijazz.