'Temps era temps' o un canto a los arcanos mayores del tarot

'Temps era temps' o un canto a los arcanos mayores del tarot

Una aproximación a la poesía de Winston Morales Chavarro

Por: Andrés Berger Kiss
julio 16, 2021
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'Temps era temps' o un canto a los arcanos mayores del tarot

El poeta nos confronta en su fuerte exposición con los dilemas más prominentes de nuestra efímera existencia. Se rebela contra la intransigencia del tiempo que se nos escapa y la muerte que se avecina, la injusticia, la mentira, la hipocresía, la ignorancia que incrementan a diario, y trata desesperadamente de imponer la luz creativa sobre estos flagelos de la Humanidad para advertirnos y exaltarnos.

Fascinado por el capricho del reloj que nunca para, como un niño en busca de una fábula que lo salve del nefasto destino de ser devorado por el tiempo hambriento, encuentra su sustento —y quizás su salvación— en la poesía, en el amor, en la justicia, en la verdad… y siempre en la música.

El poeta pronto llega a la conclusión de que algo fatalmente injusto descarriló la trágica historia de la Humanidad después de habernos transformado en seres conscientes que podemos ser, en contraste con las fieras incoherentes que fuimos, para luego hacer la pregunta incontestable,  “ ¿Quién de ellos el culpable?”  De una manera casi, podríamos decir, bíblica, da su respuesta, “Usted sabe que ellos no saben lo que hacen”.

Como otro poderoso Walt Whitman que nos asalta esta vez desde nuestro propio trópico, nos agarra por el cuello de la camisa y, sacudiendo,  nos recuerda, diciendo que a pesar de todos nuestros deseos, lo inevitable es que seremos arrastrados hacia la oscuridad final: “Ni la estrella, ni el sol, ni la aurora nos salvarán”.  Pero para darle rienda suelta a la libertad sexual de hombres y mujeres “donde la belleza sola habla”, enaltece a la humanidad con su vigor sensual que nos otorgaría al menos el consuelo que tanto necesitamos y destruiría las barreras que nos impiden disfrutar de nuestra inmensamente generosa y conmovedora naturaleza.  ¿Y a quién podríamos culpar por tantas injusticias?, nos pregunta desesperadamente, “¿Quién urdió el mapa de esta geografía?” Sin embargo, su consistente y desaforada actitud whitmanesca nos reitera que la maldad no tiene el poder de mancillar nuestro sensible y verdadero íntimo ser porque todos somos completamente susceptibles al deseo de amar; amar en cualquiera de sus magníficas ramificaciones constructivas, incluyendo especialmente la aspiración y fortaleza sexual de hombres y mujeres por igual.

Aunque el poemario enfoca muy abiertamente conceptos muy universales, el amor patriótico del poeta lo fuerza a exhibir la llaga atormentadora que lo aflige cuando medita acerca de su propio amarillo, azul y rojo, atribuyendo sus inmensas tribulaciones a “la mano que escribe desde mis dedos”, sobre todo cuando trata de entender y quizás excusar lo que siente tan amargamente acerca de su amado “país herido donde no hay mejor lenguaje que el silencio”.  Ni como un mago frustrado que sin embargo podría quizás salvarnos, se torna indiferente y sordo donde “todo huele a moho”, en un mundo obstinado en destruirse. Pero añora por lo que podría transformarnos en el alma universal, en el principio activo del mundo, aunque a pesar de un pesimismo agobiante ante el horror apocalíptico que vislumbra, “ve belleza donde nadie la ve”.

El poeta se universaliza cuando suspira penosamente, como cualquier otro ser humano, cuando se enfrenta con el eterno combate entre la vida y la muerte, hacia esa luz “que está siempre destinada a apagarse.” Constante en su búsqueda del tiempo profano, añora por el regreso de su inocencia, su desnudez, su verdadera identidad sin ningún disfraz, y finalmente (hasta el infinito), el amor que todavía podría redimirnos porque “todo proviene de su abrazo, de su beso, de su piel que se funde y se quema” en aquel lugar prodigioso y mágico donde la sexualidad se mezcla con la absurda belleza e inmortalidad de la naturaleza, del mar. Es aquella naturaleza lo único que verdaderamente le queda a la humanidad, lo que podría nutrir nuestro espíritu y nos rodea constantemente, lo que no tiene límites en su abundancia. Esta conclusión, lo anima y le da vida, más aún cuando se la ofrece a nosotros, sus lectores.

Siempre en busca de la luz que alumbra desenmascarando el engaño, la mentira, la traición, la hipocresía; siempre alerta a lo que todavía podría salvarnos del precipicio donde la injusticia de la muerte nos quiere llevar, el poeta se sumerge en la apoteosis de la gloria, confrontando aquella muerte como uno de los aspectos de la vida misma al  sentir que su propio ser está fuertemente “conectado con el impulso de las estrellas”.

Como un hechicero, un mago poético, Winston Morales Chavarro, enfoca a la humanidad con sus ojos xeroftálmicos que penetran a través de toda la sequedad y opacidad que se imponen desde afuera de nuestra piel y nos impiden percibir con claridad. A veces se rebela impacientemente contra la ceguedad que no nos deja superar las llagas inevitables que nos están llevando hacia una conflagración universal donde la muerte reinaría sobre todos los dioses. A veces suena como si le estuviera hablando a una caterva de humanos sin sentido que han sido engañados por los místicos, tratando al mismo tiempo de desechar el horror y el pesimismo que le produce ver con claridad lo que el resto del mundo no ve. La belleza y el horror están siempre ligados y nos dice que hay que batallar para separarlos. Pero, afortunadamente, el amor y la música rescatadora y omnipresente, su buen deseo por la Humanidad que tanto dominan su pensamiento, lo salvan del suicidio, sobre todo cuando surge de su pluma fantasmagórica la desesperación del ser incomprendido.

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