Vergüenza nacional, desvergüenza mediática

Vergüenza nacional, desvergüenza mediática

"¿Quién dijo que la labor de los medios informativos es salvar la imagen internacional del país?". Una dura opinión a raíz del tratamiento que se le dio a lo sucedido en Haití

Por: Ethan Frank Tejeda Quintero
julio 13, 2021
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Vergüenza nacional, desvergüenza mediática
Foto: Las2orillas

Ahora los medios colombianos presentan a los mercenarios que son sindicados de matar al presidente de Haití como "contratistas que estaban en la búsqueda de la realización de sus sueños". Los quieren mostrar como una versión criolla de Los magníficos. Ahora resulta que 26 militares sindicados por crímenes de Estado en Colombia eran una especie de "escuadrón de rescate".

En La W invitan a un tipo que dice que el crimen seguro lo cometieron los narcotraficantes que gobiernan Venezuela, Bolivia y Argentina. Según él, a esos buenos muchachos —que "solo un ignorante llamaría mercenarios"— los llevaron de "gancho ciego".

En La Luciérnaga de Caracol — con la combinación de voces de un exprestigioso periodista y de un calandraco de la peor calaña— se aseguran de que el público se preocupe por el "respeto a las garantías procesales" de esos nacionales. Incluso le dan estatuto de "fuente" a una cadena de WhatsApp según la cual la primera dama habría declarado que esos "colombianos le salvaron la vida a ella y a sus hijos".

Con el dicho basta, ya no hay preguntas, ya la presencia de una cuadrilla de perpetradores de los llamados falsos positivos "viajando por Haití" no les resulta en lo más mínimo sospechosa. "Hay que investigar" dicen y se ríen en la cara de los que saben lógicas y las vergüenzas que el hecho conlleva. En sus mentes seguro va la imagen de una furgoneta de "misioneros" recorriendo unas geografías humanas que urgen de "ayuda humanitaria".

Para esos equipos y "mesas de trabajo" ya no tiene límites la ductilidad del mimetismo periodístico. Su vida está entre las máscaras de la sorpresa indignada ante cualquier reclamación o acción de los débiles y el gesto desentendido ante cada execrable suceso que tenga como protagonistas a las estructuras criminales afectas al proyecto político que gobierna. Esos hombres de medios son los mismos que se escandalizaron porque un maestro de arte les respondió a sus estudiantes una pregunta sobre la diferencia entre un bloqueo y un peaje.

Esos "comunicadores" son los mismos que fueron contra los sindicatos por las declaraciones del vocero de Fecode. Esos "periodistas" son los que criminalizan el uso de un casco y un escudo y naturalizan los operativos paramilitares contra las manifestaciones en Cali. Esos son los sujetos que son incapaces de hacer preguntas incómodas ante las detenciones ilegales, los allanamientos irregulares y los desaparecidos asociados al paro nacional. Esos son los mismos que en tono juvenil o deportivo dan la noticia del hallazgo de los cuerpos sin vida de una comisión de los programas de restitución de tierras desaparecida varias semanas atrás en el Oriente del país.

Los locutores no se cuidan en contener ni disimular el que los habiten —desde la piel hasta las profundidades del alma— las expresiones y las formas mafiosas. Son y están conmovidos por el bandidaje. Aman las leyendas de los carteles. Quizás guarden en alguna libreta un autógrafo de Popeye. Sus jefes —ellos lo saben— con frecuencia escuchan que les pidan decir "whisky" estando hombro a hombro con capos o con abogados de "duros". Es por eso por lo que, siguiendo un libreto pronto, torpe y descarado, asumen una campaña para desentrañar a los colombianos que ocupan cargos importantes a nivel mundial.

Según ellos, la idea es "equilibrar la forma como nos ven en el mundo". ¿Quién dijo que la labor de los medios informativos es salvar la imagen internacional del país? Una vez más, nos sitúan ante el espectáculo del cinismo y de la estupidez. Los medios informativos colombianos son expertos en hacer el quite, en disponer las justificaciones y en pulir los pretextos. Ningún tema lo asumen en un ánimo analítico, como objeto de investigación o como asunto que requiere de lectura disciplinar. Nuestros medios caben en la imagen del "quemador", que es complementaria a aquella metáfora del "ventilador" por ellos propuesta. Siendo en sí el abanico una burla que va del escándalo al fresquito, de la indignación al rotundo olvido.

Saben que condensar el ruido permite superar la información sin realizar el abordaje crítico. Por eso, sus emisiones son un caldo de escándalos, de preguntas inútiles y de comentarios clasistas, sexistas, racistas, regionalistas, en fin. En medio de una estética que garantiza el bienestar del imperio de las mafias. Sus socios y amigos, sus fuentes y los signos de sus "algoritmos del poder". En sus emisiones no cabe una voz que no sea posible en la sujeción del sensacionalismo. Eso lo pretenden identidad. En medio del desconocimiento de los conceptos básicos de un Estado social de derecho, todo lo administran de forma tendenciosa. Para asegurar que lo que "de ahí resulte" solo sea estruendo e indignación. Asumidos estos como elementos de naturalización de lo insustentable. En tanto al país, el de ellos y ellas es un "amor sin preocupaciones", bajo el efecto de lo incondicional, por lo que no son una opción en la advertencia de un estado de cosas cada vez más indigno y horroroso.

Por el contrario, ellos han de buscar "lo positivo" en medio del chiquero. La aguja de oro en un pajar bañado de guano. Con las manos untadas de sangre y estiércol mantienen la cabeza en alto para decir: "no se puede confiar en ninguna información que venga de Haití, un país tan miserable y corrupto". Convencidos de que vivimos entre lo óptimo y lo ideal, intentarán que mantengamos "el ánimo en alto". Que no nos quitemos la camiseta. Que convengamos lo incuestionable de nuestro "don de gentes", de nuestra "pujanza y berraquera", de una grandeza hecha de eslóganes y de falacias.

Es una responsabilidad de los medios el que no se advierta la situación dramática en lo social en la que se encuentra el país. Es una responsabilidad de los grandes medios informativos el que no se entiendan las consecuencias en lo propio y en lo relacional de nuestras complejidades. Es una culpa del código propagandístico esa voluntad del extravío, ese convencimiento por bellezas que de supuestas pasan a incuestionables, ese deseo de hacer el quite, esa condena a la eternidad en medio de lo improbable. Esas ínfulas de superioridad nos son impuestas. Por lo que no entendemos la necesidad de asumir que Colombia es la desventura con himno nacional.

Gloria a Dios, las poblaciones no son tontas, en medio de los públicos se intuyen los límites del simulacro, la marmolina no logra disimular por y para siempre los caudales de sangre y de lágrimas que son la servidumbre de nuestra cotidianidad. Estoy seguro de que ellos — directores y opinadores— van a la cama, después de abandonar las pantuflas sobre la alfombra, sin ingratos sabores de boca, sin preocupaciones objetivas por aquello que hierve bajo la superficie. Tienen una gran confianza, porque la poética de la impunidad que domina a Colombia también les cobija. Los arropa. Les garantiza el bienestar y el empacho. Duermen, no sueñan, reciben los adjetivos que han de usar para extraviar el entendimiento de las mayorías de lo que son los índices, los síntomas y las evidencias de una circunstancia —no casual, un objeto de diseño— subsanable, si Colombia se juega por desmontar el traqueterismo feudatario y dejar de pensar en amos y patrones, en "clase" y "estilo", en éxito, motor, caballo y pistola, para jugar por competencia, inteligencia y justicia.

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