Casi nada de lo que dice el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos resulta sorpresivo. Los colombianos ya sabíamos casi todo lo que allí se narra. Nos lo habían contado a través de radio bemba, de las redes, de los videos y de los relatos de quienes tuvieron que soportar lo vivido durante los 45 días de paro. Lo habíamos visto en los estupendos reportajes que Óscar López Noguera a través de Telepacífico nos había presentado con los muchachos de la Resistencia o con los de la Primera Línea. Nada entonces de lo narrado nos lleva a asombro. Lo que si hace pensar mucho es la falta de dientes del informe y las tímidas recomendaciones que más parecen los consejos de una madre abadesa y no los de una entidad de tanta envergadura como dicen que tiene. Como no son duros sino blanditos en las descripciones, son paternalistas y humildes en las recomendaciones. Pero aunque para muchos resulte un saludo a la bandera, para los actores, manifestantes y policías, gobernantes e instigadores tras bambalinas se abre la posibilidad no de sentarse a dialogar sobre pretendidas metas sino a alistarse para la próxima batalla.
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Hasta ahora los unos usaron piedra, gasolina y candela y los otros balas, gases y patadas de robocops. Pero arriba, los dueños del poder, insisten en no darse cuenta de la dura realidad
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Nos dicen que comenzará el 20 de julio. Que hasta el mascarón de proa del movimiento que se autodenomina Comité de Paro ha convocado a una nueva gran movilización el día de la Independencia. Ya en varias zonas de Bogotá, Medellín y Cali han estado celebrando escaramuzas para irse entrenando. Ya los asustadores de profesión, los pertenecientes a esa nueva clase social que ha surgido en Colombia, “la gente de bien”, están llenando las redes sembrando el pánico y pidiendo que se organicen los Comités de Defensa para impedir que los bloqueos se vuelvan a dar. Es decir, todos quieren prepararse para la segunda batalla. El daño ocasionado por la primera no parece haberles mermado las ganas de seguir destruyendo y de vernos sufrir angustias. Al gobierno y a los policías parece que tampoco. Ni cambian de métodos ni les da vergüenza los muertos a bala y menos los daños causados por la imprevisión. Hasta ahora los unos usaron piedra, gasolina y candela y los otros balas, gases y patadas de robocops. Pero arriba, donde están los dueños del poder, insisten en no darse cuenta de la dura realidad. Esto ya no es un grito. Es un vómito de democracia y con diálogos de convento no se va a poder calmar las ganas de usar armas de fuego.