Todos vimos a una mujer policía denunciar en las noticias el abuso sexual dentro de un CAI, en las dinámicas oscuras del paro. Declaró de espaldas a la cámara y su identidad fue protegida por temor. Días después un hombre de la policía denunció ante las cámaras que había sido torturado por manifestantes, lo hizo con su imagen y voz distorsionada y sin nombre alguno. Si los policías apoyados por una de las fuerzas armadas más grandes de Latinoamérica y por el peso político y judicial de un gobierno que posee todos los entes de control, tienen temor de que sus identidades sean reveladas, cómo no van a sentir temor los jóvenes de la primera línea.
Parece que lo que necesitan son nombres para desprestigiarlos, necesitan individuos para comprarlos o amedrentarlos en solitario, necesitan destruir la lucha colectiva. Ahora salen con la falacia de que no negocian con encapuchados, en un país que debe acostumbrarse a tener medio rostro cubierto, por la torpeza, demora y negligencia en el manejo de la pandemia.
En la jerga policiva se habla de individualización; la individualización identifica, separa, aliena, debilita. Marcos, Galeano y otros, dieron a los zapatistas la posibilidad de ser los protagonistas de su propia lucha en ese conflicto regional mexicano. La enseñanza de que el rostro oculto es el rostro de todos, permitió que la voz detrás de la capucha, se convirtiera en la voz de cualquiera, la voz comunitaria, el mensaje deja de matizarse en la historia personal y se llena de los detalles del pueblo.
Colocar al mismo nivel a manifestantes y grupos terroristas es despreciable, pero nos regresa a la practicidad y racionalidad de aprender a valorar los hechos, los recursos y el conocimiento del enemigo desde una posición diferente a la resistencia. Desde siempre hemos sabido con quién tratamos, esperar honorabilidad y pulcritud en el actuar, es continuar con la indignación paralizante, desgastante. No van a cambiar, la avaricia no cambia, el poder no va a cambiar su proceder, debemos cambiar nosotros, vencer requiere de cierta frialdad a la hora de plantear las estrategias para ganar en las urnas, despedir a ese monstruo gigantesco de pocas cabezas requerirá mucho más que la expresión continua de la impotencia.
No se quiten la capucha, no les den la oportunidad de quitarnos lo conjunto y de convertir la lucha justa en una campaña agresiva de propaganda negra y amenazas a sus vidas y la de sus seres queridos.