Leí esta semana una frase de John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos, que me dejó pensando por su enorme -y lamentable- pertinencia para el presente de nuestro país. En una carta que Adams le escribió a Thomas Jefferson, el 9 de julio de 1809, le decía que “Mientras todas las ciencias han avanzado, el gobierno está estancado; apenas se le practica mejor hoy que hace 3.000 o 4.000 años”.
Aún no había yo comenzado a leer el libro La Marcha de la locura, de Barbara Tuchman, apenas comenzaba a ojearlo. Así como cuando uno toma por primera vez un libro y tira sobre él el anzuelo para ver si pesca un pedazo de pasto con barro o si se le aparece una sirena con picada de ojo y tal.
Cuando pesqué la frase de Adams no pude hacer otra cosa que distraerme de la lectura mientras pensaba en Iván Duque, Claudia López, Jorge Iván Ospina…
¿Si esto pensaba John Adams en 1809, hace exactamente doscientos doce años, qué pudiéramos pensar nosotros hoy? -me dije.
Con solo pensarlo casi me desmayo.
Es que la ecuación mental que se deriva es muy sencilla: si los avances en ciencia y tecnología de la época de Adams nos parecen hoy como del prepaleolítico y el de Adams fue, de lejos, un mejor gobierno que los de Iván Duque y Claudia López y Jorge Iván, ¿entonces de qué tamaño es el abismo que hay entre los avances de nuestra civilización en todos los órdenes y los atrasos calamitosos que persisten en el arte y la ciencia de gobernar?
El libro de Barbara Tuchman es muy interesante porque se trata precisamente del tema de los malos gobiernos; o mejor, de los pésimos gobiernos porque los malos han abundado tanto que escribir sobre ellos no resultaría tan atractivo. De allí, el título tan bien puesto: La marcha de la locura -La sinrazón desde Troya hasta Vietnam-.
Lástima que la autora haya muerto en 1989… si viviera aún, podríamos invitarla a Colombia para que cerrara con broche de oro su último capítulo.
Para la mejor comprensión del lector me permito transcribir un párrafo del libro que puede ilustrarle en mejor medida que un resumen que yo pueda hacerle:
“El mal gobierno es de cuatro especies, a menudo en combinación. Son: 1) tiranía u opresión, de la cual la historia nos ofrece tantos ejemplos conocidos que no vale la pena citarlos; 2) ambición excesiva, como el intento de conquista de Sicilia por los atenienses en la Guerra del Peloponeso, el de conquista de Inglaterra por Felipe II, por medio de la Armada Invencible, el doble intento de dominio de Europa por Alemania, autodeclarada raza superior, el intento japonés de establecer un Imperio en Asia; 3) incompetencia o decadencia, como en el caso de finales del Imperio romano, de los últimos Romanov, y la última dinastía de China; y por último, 4) insensatez o perversidad. Este libro trata de la última en una manifestación específica, es decir, seguir una política contraria al propio interés de los electores o del Estado en cuestión.”
A mí me da esa especie de risita con piedra que nos da a los colombianos cuando alguien que debería representarnos nos hace quedar como un zapato. Es lo mismo que percibimos en nuestra cultura cuando vemos lo que sufre un niño porque su papá borracho se pone a hacer el oso o, cómo no, lo que experimentamos cuando nuestros gobernantes se comportan como estúpidos.
Es tan ridículo el espectáculo de los dirigentes de izquierda que se desgañitan por demostrar que los malos gobiernos son los de derecha como majadero el espectáculo de los dirigentes de la derecha que contraargumentan que no, que los malos son los de izquierda.
Lo primero que nos demuestra este libro con sus abundantes referencias de la historia universal es que antes de que se hubiera instalado la estúpida costumbre de descuartizar la política con troqueles de izquierdas y derechas, ya la humanidad había padecido la tragedia de los pésimos gobiernos.
Lo segundo, que la causa principal de estas pesadillas no son necesariamente la ideologías; la insensatez ha sido una de sus causas más destacadas.
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Ambos padecen eso que uno podría llamar el Síndrome de Blanca Nieves por aquello que les encanta rodearse de enanitos
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A veces me pongo a pensar, por ejemplo, por qué Iván Duque y Claudia López pelean tanto si son tan parecidos. Estoy convencido de que el motivo principal de sus desgobiernos es la insensatez metida hasta la médula de sus respectivas personalidades. Ambos juran que se las saben todas y desprecian la experiencia, ambos padecen eso que uno podría llamar el Síndrome de Blanca Nieves por aquello que les encanta rodearse de enanitos, a ambos podría acomodárseles la frase célebre con que la Enciclopedia Británica describe a Felipe II, el más testarudo de todos los soberanos: “Ninguna experiencia del fracaso de su política pudo quebrantar su fe en su excelencia esencial”.
Es que por encima de pertenecer a partidos distintos, marcados los unos y los otros como de derecha y de izquierda, esa generación de dirigentes políticos a la que pertenecen Iván Duque y Claudia López se junta y se identifica en algo que los une más que cualquiera otra cosa: son políticamente correctos.
Ojalá los colombianos hayamos aprendido a través de estos dos desgobiernos que, en Colombia, no se puede ser gobernante y políticamente correcto al mismo tiempo.