“Cuando seamos incondicionales frente a la defensa de la vida y la libertad de los nuestros, es decir cuando seamos menos individualistas y más solidarios, menos indiferentes, y más comprometidos, menos intolerantes y más compasivos, entonces creo que ese día seremos la nación grande que todos quisiéramos que fuera. Esa grandeza está ahí dormida en los corazones, pero los corazones se han endurecido y pesan tanto que no permiten sentimientos elevados. El dolor ajeno cuando hace parte de las estadísticas no le importa a nadie”. Es éste apenas un aparte de la conmovedora carta que Ingrid Betancourt enviara a su madre en los días más aciagos de su cautiverio. Y como ella misma lo expresó en ese mismo texto, dejó su alma en ese papel.
Ingrid fue secuestrada por las Farc, en el gobierno de Andrés Pastrana, el 23 de febrero de 2002, en su condición de candidata a la presidencia de Colombia. Había decidido acompañar al alcalde de San Vicente del Caguán quien hacía parte de su mismo grupo político Verde Oxígeno en aquellos tiempos de la zona de distensión creada por Pastrana. Tenia en ese momento 41 años, y todas las ganas, la voluntad y las capacidades para cambiar a Colombia. Llegó al Congreso con la votación más alta y se dedicó con vehemencia a denunciar la corrupción. Su voz siempre serena pero contundente puso a temblar a más de un político. Una mujer muy bien formada, joven y con mundo, que se permitía proponer y, sobre todo, controvertir.
El gobierno no solo no le autorizó un cupo en el helicóptero del ejército que se desplazaba hacia el Caguán, sino que le canceló su esquema de seguridad. Decidió entonces, como correspondía, hacer el viaje por tierra en compañía de su fórmula: Clara Rojas.
Fue liberada el 2 de julio de 2008 en la operación Jaque. Permaneció privada de la libertad seis años, cuatro meses y nueve días, como quien dice gran parte de la vida. Víctima de todo tipo de vejámenes, intentó fugarse varias veces sin éxito, y los crueles castigos por atreverse a intentarlo no se hacían esperar como lo narra en su libro: No hay silencio que no termine. En esos interminables años perdió a su padre, sus hijos crecieron sin esta ella presente, y muchos colombianos hicieron suyo su sufrimiento y el de su familia. También Francia, su segunda patria, donde vivió y se educó, siguió cada momento de su secuestro.
A pesar de todo lo vivido, ha sido una férrea defensora de la paz, señalando que el acuerdo firmado, no es perfecto, pero sí es el camino.
________________________________________________________________________________
Ingrid y los demás secuestrados de Colombia merecen que se les pida perdón desde el corazón por todos aquellos que los revictimizaron y hacer un propósito de no repetición
________________________________________________________________________________
Tal vez por esa convicción Ingrid aceptó la invitación del padre de Roux y de la Comisión de la Verdad y por primera vez enfrentó cara a cara a los comandantes de la desmovilizada guerrilla de las Farc, sus captores. Su intervención nos conmovió hasta las lágrimas. Claramente expresó que la guerra logró deshumanizarlos, y que en sus intervenciones estaban repitiendo un discurso en una coyuntura política, sin emoción alguna y que sus palabras no provenían de sus corazones. Su recomendación fue que debían trabajar para llenar de emoción verdadera la retórica de sus palabras.
Esto ya era suficientemente fuerte. Sin embargo, lo que más me conmovió de su intervención, además de su valentía y dignidad, fue cuando señaló que los secuestrados eran revictimizados por la sociedad. Coincido plenamente con ella. Se les señala que fueron irresponsables e imprudentes y por tanto culpables de su secuestro. Si interpone, como es su más estricto derecho, una demanda por perjuicios se le señala de injusta y malagradecida con quienes la liberaron y el acoso social es de tal magnitud que se ve obligada a retirarla. Esas acusaciones no las hicieron exclusivamente algunos de los ministros de entonces; las compartieron muchos más colombianos de los que hubiera sido deseable. Esto es demasiada ignorancia y demasiada crueldad. Ingrid y los demás secuestrados de Colombia merecen que se les pida perdón desde el corazón por todos aquellos que los revictimizaron y hacer un propósito para la no repetición.