Han pasado un poco más de dos meses desde que inició el paro nacional en Colombia. Como ya sabemos, gran parte de la población se ha tomado las calles debido a tanto abuso y falta de oportunidades en un país donde el futuro esperanzador parece ser para unos pocos.
La esperanza la han creado inmensidad de manifestantes, que han tenido una mirada histórica y aprendieron mucho sobre aquello que llaman no tragar entero, lo más triste de esta historia son las cantidades de desgracias que han dejado las manifestaciones. Agresiones faciales, oculares y el peor de los casos la muerte.
Nos ha tocado pasar noches de terror, miedo en la calle, pero tranquilidad en los medios de comunicación tradicionales. Como ya es viejo en Colombia, vender seguridad parece cuento mandado a recoger, sí en la calle hasta los mismos niños ya temen a nuestras fuerzas públicas es porque algo grave ha estado ocurriendo.
Me nace escribir estas humildes letras y haciendo honor al título de esta opinión, les quiero expresar y hacer reflexión sobre los días posteriores a tantas noches de tristeza, donde se callan las ideas con el férvido ruido de las balas. En Colombia muchas personas se levantan con la obligación de poder subsistir, mientras en algunos hogares familias lloran la pérdida de un ser querido.
Parece extraño, pero la empatía de muchos es tan grande, que sentimos todas las víctimas en carne propia, y sí, la calle tiene piel, los árboles están quietos, se ha escuchado mucho silencio, la noche manchada de sangre ha hecho sentir posteriormente que lo único que suena fuerte son los motores de los sistemas de transporte público, en muchas caras de ciudadanos se ve la desesperanza, y sí, yo también he sentido ese nudo en la garganta al saber que están matando las ilusiones, los cuerpos se van, pero los ideales siguen presentes y en pie de lucha en cada una de las personas que sueñan con un mejor mañana.
Nos ha tocado ver nuestras calles llenas de tristeza, quietas, el tiempo corre y no se ve la salida de superar las heridas que han quedado en el alma de muchísimas personas, que han dejado en evidencia que la lucha no tiene fines políticos en la mayoría de los manifestantes, es una falta de respeto, incluso cuando se dice que la juventud está patrocinada, cuando la triste verdad es que hay cantidad de jóvenes llegando a sus casas sin ver un solo pan sobre la mesa.
De los golpes de la vida, y creciendo en una nación tan desangrada en todos los aspectos sociales, políticos, económicos, culturales, etc. Hemos aprendido que al final del camino oscuro siempre hay una luz y en este caso será de esperanza, la esperanza que han sembrado millones de jóvenes en todas las grandes ciudades, municipios y toda clase de territorios, será de alegría, y se ha demostrado, que a pesar de tanta violencia, siempre habrá tiempo y espacio para hacer del folclore y el arte, el color y la sonrisa gigantesca que merece tener nuestro territorio colombiano.
