Esta mañana leí con algo de sorpresa e inquietud que la Organización Mundial de la Salud tenía identificados 400 trastornos mentales. Nuestra vulnerabilidad frente a los trastornos mentales aumenta cuando la atención del sistema de salud no responde o no da importancia a las situaciones particulares que parecerían no significar peligro. Podrían responderle a uno cosas del tipo: tranquila que de eso no se va a morir, tómese esta pastilla y duerma, vuelva en tres meses o mejor en seis. Ahora la prioridad es el COVID-19. Si se te ocurriera decir que tu ansiedad y angustia han aumentado con la pandemia te mirarían como si fueras estúpida y podrían responder: para eso no existen las UCI. Si llegaras a llorar te dirán que estás sensible, que tranquila. Si gritas te dirán igualmente que te calmes, que un ataque de rabia lo puede tener cualquiera.
La pandemia ha dejado una sociedad en donde los problemas de salud mental aumentaron y seguirán aumentando por la crisis que de ella se deriva. La salud mental es la fuerza que nos permite no naufragar como seres humanos en cualquier espacio (trabajo, familia, escuela) o cualquier rol (madre, hija, padre, empleado, maestro). Asimismo, gran parte de los problemas que aquejan nuestro bienestar mental están relacionados con lo que nos rodea: pobreza, inestabilidad laboral, mayor vulnerabilidad emocional por la incertidumbre, por los conflictos familiares consecuencia del encierro, por no tener respuestas ni apoyo si llegamos a una situación extrema. La salud mental es el equilibrio necesario para sobrellevar la vida, superar dificultades, es el piso de la tranquilidad y la confianza en uno mismo.
Entonces, ¿quién debe responder por su atención? Está claro que es mínima la importancia que desde el Estado se le pone a la situación y al aumento de nuestro riesgo de llegar a una crisis o situación de enfermedad más grave relacionada con vivir en medio de la pandemia. Saber que tenemos un problema de salud mental es tan importante como conocer lo que nos pasa con el cuerpo. Por tradición, es más fácil decir que estamos enfermos por algo físico. Es aceptado culturalmente que puedes caer en cama agobiado por una enfermedad y no lo es tanto, o casi nada, decir que padeces algún tipo de crisis relacionada con la mente. Aceptar que estás en crisis por algún tipo de trastorno mental se convierte en vergüenza. Socialmente te condenan por “no ser capaz de controlarte”.
La población colombiana necesitará, como todos los países afectados por la pandemia, mucha, muchísima atención psicológica. ¿Pero está preparado el país para esto? Mirando las estadísticas gruesas de profesionales de la psicología, sin detenerme a buscar por especialidad, encontré que en Colombia hay 12.000 profesionales de la disciplina. En Argentina 80.000, en España, que es uno de los países con menos profesionales de la Unión Europea, hay algo más de 33.000. La población de cada uno de estos países, respectivamente, es: 50.34 millones en Colombia; 44.94 en Argentina y 46.94 en España; Así pues, Argentina es el país del mundo con mayor número de profesionales de la psicología y España se encuentra muy por debajo de la media europea.
¿Qué nos dicen los datos? Es, indiscutiblemente, urgente mejorar las condiciones del sistema de salud colombiano, principalmente en atención psicológica para que podamos enfrentar la pandemia y pospandemia. Esto nos afecta a todos: mujeres, hombres, niñas, niños, jóvenes, ancianas, comunidades étnicas, colectivos LGBTI, cuerpos de seguridad (en estos es especialmente urgente la atención).
La salud como asunto político de principal importancia también recorre las calles de Colombia. Las movilizaciones hablan de eso.
