La palabra se convierte en arma peligrosa si se lanza sin cautela. El lenguaje es algo maravilloso que nos permite compartir con otros todo tipo de conocimientos, experiencias y sentimientos, pero si se lanza sin cuidado y sin respeto puede causar mucho dolor, angustia, y confusión. A menudo, para probar un punto, el uso de la palabra se hace de manera indiscriminada, como medio hacia un fin, sin importar lo que se destruye en el proceso.
En muchas instancias de la vida como, por ejemplo, en la participación en redes sociales, en el discurso del político, en el sermón del sacerdote en el púlpito, en los salones de clase, en todo tipo de encuentros, sesiones de chismografía, reuniones familiares, etc., la escogencia equivocada de vocablos ha iniciado guerras, destruido reputaciones, contribuido a todo tipo de miedos y pánico y ha humillado y discriminado a muchos seres humanos.
Es importante, en el trato con los demás, ya sea en el lugar de trabajo, en el hogar o en cualquier lugar de encuentro, tomar consciencia del poder de la palabra y hacer una reflexión: En muchos casos, es más importante el sentimiento de alguien que probar un punto. Escuchar antes de hablar. Es muy difícil borrar lo que ya se dijo. Debemos intentar no herir la persona a quien nos dirigimos y lograr expresar nuestro punto de vista con ideas y no con insultos y siempre pensar qué y cuánto perdemos al probar el punto.
Hablemos de la misma forma en que deseamos nos hablen. Comprendamos que los puntos de vista de los demás pueden ser diferentes a los propios y que eso está bien. Que nuestras palabras nutran, apoyen, eduquen, de ser posible expresen amor y aprecio, y contribuyan a hacer del mundo un mejor lugar.
¡Lo que dices refleja lo que eres!