La Iglesia católica ha ejercido un nocivo protagonismo en el mundo desde aquel nefasto Concilio de Nicea, en el que el emperador Constantino acosado por múltiples problemas, vio en aquellos revoltosos religiosos una tabla de salvación, que gracias a aquella aparición: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, hicieron extensas las predicaciones de Jesús a los gentiles y convirtieron lo que en un comienzo fue solamente sermones de reproches a la asamblea de los judíos, en el credo religioso que adoptó el mundo occidental.
En el siglo III antes de Cristo, 70 sabios judíos escribieron para la biblioteca de Alejandría la historia del pueblo de Israel, más conocida como El Antiguo Testamento. Después de la muerte de Jesús se anexaron los evangelios y surgió el Nuevo Testamento, que adicionado al anterior, constituyó la Biblia. Desde entonces, la Iglesia católica ha permanecido inflexible en su literatura profética, en su doctrina, y en sus ciencias teológicas. Mientras la ciencia evoluciona todos los días, se actualiza de manera permanente, se corrigen situaciones y se enmiendan errores, la Biblia ha dormido por cinco mil años el sueño de los justos, obligando a los fieles a practicar creencias que en este siglo están completamente fuera de contexto.
Algunos sacerdotes todavía miran a las mujeres como aliadas del demonio, a pesar de ser ellas las que más acuden y rezan en los templos, y la Santa Sede se opone que ellas puedan disponer con plena libertad de su propio cuerpo. Oponerse al aborto es no solo desconocer la esencia de una comunidad que viaja a velocidades vertiginosas, sino que, no pueden invocar principios y creencias religiosos que sin duda menoscaban la dignidad y la libertad de millones de mujeres creyentes. Es evidente que el extremismo religioso vulnera seriamente el derecho de las mujeres a decidir y estigmatiza a quienes quieren interrumpir sus embarazos, y aunque pudiera entenderse que la moralidad apoya el precepto religioso, proscribir el aborto argumentando los valores morales carece de sensatez y solo contribuye a prolongar injustamente los riesgos contra su salud y su vida.
En un acto de irracionalidad y fanatismo religioso los obispos católicos de los Estados Unidos acaban de redactar un documento en el que manifiestan que se abstendrán de dar comunión al presidente Joe Biden por ser un férreo defensor del aborto.