La imagen que mejor explica lo que ocurre hoy en Colombia es la de Iván Duque autoentrevistándose a través de una máquina, y en un idioma, el inglés, que no habla la mayoría colombianos.
Esta refleja el autismo[1] en que vive el señor presidente; el grado profundo de soledad y ensimismamiento en que se encuentra y su falta de conexión con sus ciudadanos y la realidad que los circunda. Nos habla de alguien que se ha ido quedando sin interlocutores, que se muestra cada vez más alejado de los problemas que le corresponde encarar, y a quien la única opción que le va quedando es la de responderse a sí mismo sus preguntas y pedirle a su espejo que le califique su gestión.
Si lo primero que se requiere para encontrar el camino que nos lleve a la solución de los problemas es que se reconozca su existencia y las fuentes verdaderas de su origen, muy mal nos vemos en lo que a la actitud del presidente y su gobierno se refiere. Mientras siga empeñado en demostrar que lo que ocurre en Colombia es producto de una conspiración internacional en su contra y no la quiebra de un orden político y social que tiene base en su propia crisis de liderazgo y en la de una dirigencia claramente escindida de unas mayorías a las que definitivamente no representan, no habrá a la vista alternativas posibles.
No es culpando a Nicolás Maduro, a Vladimir Putin, al grupo de Puebla, al Foro de São Paulo o, en el interior, a su antecesor Juan Manuel Santos o al principal líder de la oposición Gustavo Petro, como va a conseguir el presidente sacar al país del estado en que se encuentra; tampoco va a lograr lavarse las manos ante a una comunidad nacional e internacional cuya inteligencia insulta, si es que piensa que le va a copiar la insensatez de su discurso.
Duque es un presidente sin agenda, enajenado en pensamiento, palabra y obra, por quienes desde afuera le manejan los hilos; extorsionado por la coalición de partidos que le aseguran su gobernabilidad en el Congreso; secuestrado por su jefe el expresidente Álvaro Uribe, principal responsable del enanismo al que ha sido llevada su gestión. Además está comprometido hasta la médula con los representantes de los grupos económicos que, mientras con una mano le entregaron los dineros para financiar su campaña, con la otra le confirieron el decálogo de tareas a las que quedaba obligado.
En medio de este panorama es muy difícil advertir las opciones de salida, porque lo que estamos es en un escenario en el que, de un lado están los inamovibles de quienes históricamente han mantenido su capacidad de maniobra para resistirse al cambio y, del otro, los que, hasta ahora excluidos, se alzan para manifestar su indisposición y evitar que esa situación se siga manteniendo. Es el cara y sello de una moneda que está al aire y que no sabemos por qué lado va a caer. Qué peligro.
Lo que vemos en últimas en esta larga jornada de movilización social es un modelo de sociedad cuyos cimientos se sacuden y ponen sobre la mesa la necesidad de un nuevo orden; una ruptura cuya tracción hacia los extremos se desborda en manifestaciones de violencia, ante la negativa de quienes han ocupado siempre las posiciones de privilegio en el tablero de juego y tampoco hoy se ven dispuestos a mover las fichas.
Esto explica por qué, pasados cuarenta días de iniciada la movilización, el proceso de negociación entre el Comité Nacional de Paro y el gobierno nacional no avanza.
Para el gobierno, los puntos que hay que poner sobre la mesa no son de fácil factura en tanto no obedecen a situaciones coyunturales; por el contrario, exigen reformas de fondo y requieren de trámites institucionales de cierto calado y elevada complejidad política; más todavía cuando, como ya se dijo, tocan intereses poderosos. La reforma laboral y al sistema de pensiones, la reforma al sistema de salud, la exigencia de un sistema de tributación más progresivo y equitativo, para referir solo algunos, son de la espina dorsal del modelo de desarrollo y totalmente del resorte de los grupos económicos que controlan las dirigencias de los partidos y sus representaciones en el Congreso.
A lo anterior se agrega el incumplimiento del acuerdo de paz pactado entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la antigua guerrilla de las Farc, que el actual presidente y su partido han desconocido, lo que refuerza la lista de pendientes en cuyas causas están en gran medida cifradas las razones de la movilización ciudadana.
El Comité Nacional de Paro, por su parte, no tiene el control ni la autoridad sobre todos los sectores que se movilizan, en particular los jóvenes, que no se sienten interpelados ni reconocen en él al protagonista legítimo de sus demandas. En medio de una profunda desconfianza en las instituciones, tienen exigencias que no son tampoco de menor envergadura, como la reforma de la policía, por ejemplo, justa y necesaria cuando han sido ellos las principales víctimas de sus atropellos y de la violación de sus derechos.
Mientras el gobierno ha expedido del Decreto 575 de 2021 con el que ordena militarizar algunas ciudades y departamentos, restringiendo todavía más la vigencia de los derechos y pasándose por encima de la autoridad de los gobernantes locales, para el Comité del Paro la desmilitarización y el respeto a la movilización es una condición imperativa para seguir adelante con las negociaciones.
Nos encontramos así en un momento en que las partes se han levantado de una mesa de negociación en la que ni están todos los que son ni son todos los que están. El proceso no avanza y el ambiente se deteriora cada día más, sobre todo cuando la movilización continúa con afectaciones en algunos sectores de la economía y con un saldo cada vez mayor de muertos, desaparecidos y peligrosas acciones de civiles armados que han decidido salir a apoyar la labor de la policía en algunas de las principales ciudades.
Finalmente, no se puede dejar de considerar un hecho que complejiza todavía más el asunto, el papel que el paro pueda jugar en la campaña electoral para Congreso y Presidencia de la república, respectivamente. En una u otra dirección, las fuerzas políticas en contienda tendrán en cuenta lo que este momento de agitación social pueda significar en las decisiones de los electores, cada quien intentará capitalizar, bien a favor de sus propuestas o bien para fustigar o deslegitimar a sus adversarios.
La crisis de representatividad y legitimidad que viven la derecha y la extrema derecha, sin duda la más alta en toda la historia de Colombia, podría abonar el camino para que se modifique el mapa representación en el Congreso de la República y un gobierno de izquierda tome el relevo en el 2022. De manera que un nuevo bloque histórico podría estarse fraguando en medio de la enorme crisis política y social que toma lugar en la movilización ciudadana que hoy sacude al país.
Frente a ello, la derecha hará todo el esfuerzo para no perder el control en las instancias de poder; sobre todo el uribismo, la fuerza política en torno a la cual se concentra el núcleo más duro de los defensores del establecimiento, y que está acostumbrado a nutrirse de las situaciones de crisis y violencia para hacerlas rentables a sus intereses políticos y electorales. Esa ha sido su manera de sintonizar con el imaginario de una sociedad acostumbrada a asimilar el orden con la defensa del statu quo, la democracia con la existencia formal de las instituciones y la seguridad con la represión y el autoritarismo, con lo que en las últimas décadas ha logrado mantenerse en el control casi absoluto de los órganos del Estado.
El desenlace está por verse, solo nos queda esperar que esta innecesaria y elevada cuota de sangre que hoy tiene a Colombia ocupando las primeras páginas de los principales diarios del mundo, sea la muestra de que una nueva sociedad está naciendo, al menos para nuestras próximas generaciones.
[1] De acuerdo con el diccionario, el autismo es un trastorno psicológico que se caracteriza por la intensa concentración de una persona en su propio mundo interior y la progresiva pérdida de contacto con la realidad exterior.