No existe alguien mejor preparado para ser presidente desde el intelecto hasta su hoja de vida pulcra que Alejandro Gaviria. Un lector ávido de Stanislaw Lem, un rector ejemplar como demostró en sus cuatro años en Los Andes que es el político de vanguardia que podría salvarnos de los extremos que amenazan con seguir devorando el país.
Pero sobre el profesor Gaviria pesa un hecho como un yunque y que tal vez es lo que le impide lanzarse sin requemores y desde ya a la presidencia. Es la muerte de Camila Abuabuara. En el 2014 la joven de 25 años sufría de leucemia linfoblástica aguda, lo único que podría salvarla era una intervención quirúrgica en el MD Anderson de Cáncer de Houston que ya estaba aprobada en Estados Unidos. Y se la iban a hacer si el Ministerio de Salud, en cabeza en ese momento de Alejandro Gaviria, no hubiera intervenido.
Ante el estupor nacional el Ministerio de Salud apeló la sentencia e impidió la operación. Todo para que el Estado no tuviera que cubrir operaciones de ese tipo en un futuro. El entonces ministro dijo en su momento: "El trasplante de Camila se puede hacer en Colombia, tenemos experiencia y tradición. "Es un caso complicado, debemos ser sensibles ante esta tragedia, pero tenemos que cuidar los recursos de la salud".
Las críticas arreciaron como un aguacero sobre él. Se puso en ese momento de máxima tendencia en el país #NoMateACamilaMinistro. La propia afectada se manifestó con rudeza:
Como resultado de esta interferencia Camila fue operada el 19 de diciembre del 2014 en la clínica las Américas de Medellín. Dos meses después murió por una infección digestiva producto del procedimiento. Uno de los últimos trinos de Camila fue el siguiente: "Las entradas a la unidad de cuidados intensivos me han debilitado, así como los medicamentos y la cantidad de ciclos de quimioterapia que tuve que recibir".
Fue un error que el propio Gaviria debe seguir lamentando seis años después de la muerte de Camila.