En el Golfo de Morrosquillo por los lados del Caribe ardiente y virginal (hasta hace poco), se vive una aparente tragedia ambiental por cuenta de la descarrilada locomotora del petróleo y se empieza a padecer el terror de los momentos que presagian un futuro comprometido en cuanto a su fragilidad como ecosistema.
El “miedo ambiente” que se respira en el Golfo de Morrosquillo, desde San Onofre, Tolú, Coveñas (en Sucre) hasta San Antero (Córdoba) ya no es por cuenta del paramilitarismo que atracó sus tenebrosos barcos de muerte en sus aguas y tierra firme durante los años recientes; ya no es por cuenta de nuestros políticos que secuestraron sus regalías con saña y sevicia de depredador, hasta modificar el mapa municipal de la subregión y escindir territorios para administrar chequeras personales; ya no es el aparente “empuje paisa” colonizador que sin hacha y perro andariego se tragó las playas con la población nativa de relleno del sándwich y hoy es dueña casi que absoluta de todas las moles de cemento, ladrillo y arena que pelean contra el mar, los manglares y la fauna; ya no es por la conquista española del siglo XV cuando Alonso de Heredia venido de Cartagena pisó el insano golfo de los morros de ese entonces, soñando encontrar la gloria en medio de los pantanos y de las tierras de los cenúes que los esperaba más allá de los linderos naturales.
Hay un coro de dolientes por la tragedia ambiental de derrame de petróleo en el Golfo de Morrosquillo muy variopinto: los mandatarios locales porque les toca a la fuerza pronunciarse y la manera como la hacen no es que sea la más sensata y coherente —la gestión del riesgo en sus planes de desarrollo es un saludo a la bandera—; los técnicos del Ministerio del Medio Ambiente, también a la fuerza, presionados por un país mediático que forma la alharaca; la prensa regional que se ocupa más del sensacionalismo que de un seguimiento serio al manejo ambiental que tanta falta hace en el Golfo; los ambientalistas del territorio no se pronuncian porque no existen como grupo de presión visible y coherente; los nativos sin fuerza no son escuchados porque no tiene por donde gritar; los pescadores levan sus redes vacías porque el Golfo se está quedando sin nada que pescar; la mayoría de los paisas con intereses en la zona guardan silencio y solo los empresarios hoteleros medio organizados gimen con sordina el reclamo.
Por cuenta de las redes sociales no se sabe si lo que se dice tiene tanto de verdad como de mentiras. Acusaciones mutuas entre petroleras y comunidades, entre petroleras y autoridades, entre petroleras y dolientes verdaderos; hasta las fotos que circulan de la tragedia ambiental tiene un tufillo de dudas en medio de un escándalo más que de una conciencia sobre los verdaderos alcances de la contaminación.
Por lo menos el derrame de petróleo hizo olvidar a muchos que los verdaderos problemas ambientales del Golfo de Morrosquillo corren por cuenta de las autoridades locales que no han sido capaces de poner a funcionar un sistema de alcantarillado eficiente y teniendo toda la plata del mundo para invertir (Tolú y Coveñas); por cuenta de Carsucre que no controla la depredación y el deterioro del santuario de flora y fauna en peligro por la tala de manglares y la construcción residencial y comercial; por las planes de ordenamiento territorial (POT) de los municipios del Golfo que no han sido capaces de ejecutarse de manera estricta y han dejado avanzar un “pequeño Bocagrande” en Coveñas que rompe con la finalidad misma del área ambiental, reservada para el turismo al natural y no el turismo con más de lo mismo de Cartagena y Santa Marta —por ejemplo— y también culpa de nosotros los raizales y sabaneros del Caribe que no nos hemos organizado para defender como comunidad activa a ese patrimonio ambiental.
A casi nadie le duele el Golfo de Morrosquillo, la mayoría lo vemos como un punto lejano para de vez en cuando bajar a asolearnos más de lo que nos hemos asoleado y subir la foto en Instagram, otros como el lugar de inversión sin diversión, unos pocos como lugar de trabajo obligado antes que un sitio para soñar y encoñar y en medio de esos afectos disimiles; los nativos se contagian también de la falta de querencia y terminan cortando en el árbol la rama sobre la que están montados ciegamente.
Coda: Bañarse en Tolú y para allá va Coveñas, es correr el riesgo de estar revolviéndose con la misma agua que lava y se lleva los desechos humanos al mar y como en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, vivimos revolcaos en un mismo merengue (amarillo) y en el mismo lodo (mar) todos manoseaos.