Las palabras obscenas que recientemente ha utilizado Gustavo Bolívar (senador de la Colombia Humana) para referirse al país denotan claramente que estamos ante un personaje totalmente lumpenizado, que hace parte de la posmodernidad y que no admite la razón sino la emoción; elementos que están inmersos en el marxismo cultural, para que las personas pierdan la axiología y de esa manera las sociedades se conviertan en manadas, con lo que en estas calendas se conocen como “nuevo orden mundial” o el “gran reseteo” que busca robotizar a los seres humanos, haciéndoles perder la conciencia.
Y es que a Bolívar no le hemos conocido posturas equilibradas, como si el país viviera únicamente en medio de pandillas, desconociendo que cerca del 99% de la población colombiana es gente de bien, así el término no le guste a la secta política a la cual pertenece; porque la gente de bien la constituye la gran mayoría de humildes ciudadanos que pasan necesidades diarias y que se tienen que rebuscar pero sin hacerle daño a sus semejantes. De hecho, desde luego, esa gente de bien es la que compone las capas medias y sectores encopetados de la población, cuyo comportamiento no afecta a los demás, de manera que las ofensas de señor de marras en contra de la ciudadanía constituyen exaltación al odio, que indudablemente es el fundamento del engendro comunista.
Igual que el comunismo, los idiotas útiles que le hacen el juego son irracionales, produciendo apología a la violencia como ha ocurrido con Gustavo Bolívar en ocasión del paro nacional. No en vano, el senador tiene una demanda ante la Corte Suprema de Justicia por financiar vándalos que atacan a la fuerza pública, además de apoyar a los bloqueos; acciones que, como hemos dicho en otras oportunidades, no solo violan el Código Penal, sino que también se pueden configurar como un crimen de lesa humanidad de acuerdo al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, al no permitirse el acceso de alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad que requiere la ciudadanía para vivir. Sin embargo, a estos mamertos poco les interesan las afugias de la gente, pues lo que les importa es darle rienda suelta a sus veleidades, caprichos y apetitos.
Los vándalos y terroristas que han sembrado el caos durante las protestas que se iniciaron en Colombia desde el 28 de abril no obedecen a expresiones espontaneas, puesto que detrás existe el adoctrinamiento marxista que por más de 60 años se ha dado en la educación, principalmente la pública. Y con semejante trabajo ideológico, los resultados están a la vista. Ya que ello conduce a que muchos jóvenes terminen enajenados y adocenados por las practicas marxistas que se mueven en torno al odio y la violencia, que aprovechan los resentimientos sociales para convertir en un caldo de cultivo a muchachos que son fácilmente cautivados por el discurso miserabilista, convirtiéndolos en masa de maniobra para los fines totalitarios de marxismo-leninismo, que considera a los seres humanos simplemente como herramientas.
Así pues, la posmodernidad y la lumpenización que caracterizan a Gustavo Bolívar responden a una estrategia cultural para esclavizar política y económicamente a Colombia. De ahí que sin lugar a dudas en estas dificultades que estamos viviendo no se puede negar el papel del marxismo cultural de la Escuela de Fráncfort, que mediante periodos determinados conspira en contra de la democracia en Colombia, buscando la alienación de la ciudadanía, para que se les facilite a las fuerzas absolutistas sus objetivos estratégicos liberticidas de llevar a la sociedad a la cautividad, mediante la violencia y el miedo.
Las movilizaciones que se han realizado en el país tienen mucho de justas, por la deuda social acumulada durante tantas décadas de parte del Estado, pero desgraciadamente el totalitarismo comunista las utiliza inescrupulosamente, en atención a lo cual las protestas deben de mostrar reivindicaciones tangibles en beneficio de la población. Lo anterior está en contrapelo a las intenciones infames de quienes instrumentalizan a la juventud para pescar en río revuelto y así llevar a la práctica un proyecto político que le trae inmensos sufrimientos al pueblo, convirtiéndolo en el despojo de una organización genocida como lo es el marxismo, que con sus múltiples disfraces embauca a una buena parte de la ciudadanía, en donde personajes como Gustavo Bolívar hacen el papel de calanchines con la lumpenización y la posmodernidad.