La desinformación es enemiga del conocimiento, cuando no se la reconoce a tiempo y se interpreta su mala intención. Impide que se establezca una idea concreta de la realidad: oculta la verdad que la llamada gente de bien no quiere que se conozca. Se ha manifestado malinterpretando el paro, rechazando la legitima protesta que el pueblo caleño tiene derecho a desarrollar. Si bien ella condena la violencia que se ha insertado en el paro, como la condeno yo, no se atreve a explicar por qué la juventud que se inmola en las calles ha decidido sublevarse. No le conviene hacerlo, pues quedaría mal parada la burguesía local que interesadamente quiere reivindicar.
Esta es la verdad: los ricos no quieren que se conozca la raíz del problema social que hoy tiene a la capital del Valle sumida en una crisis económica sin igual. En este orden de ideas, si queremos dilucidar el trasfondo de esta problemática, se debe decir que en esta ciudad desde la colonia se estableció una cultura servil, en la que el indio y el negro solamente podían ser siervos o lacayos sin derecho a nada. Pasó el tiempo, los comienzos de la vida republicana, pero en lugar de incluir a los maltratados se los siguió excluyendo. Su empresariado, lleno de ínfulas aristocráticas, nunca ha sido equitativo, por lo tanto, muy poco ha hecho por el verdadero desarrollo de la región. Sin embargo, ahora se siente perjudicado y clama para que los insurrectos dejen de protestar.
Esta burguesía local se olvidó de construir región y país: únicamente le ha importado explotar, bajo la consigna del emprendimiento y la creación de empleo, a un pueblo que siempre quisieron mantener callado y empobrecido. La tocó ver cómo los nuevos ricos, los narcos, empezaron a apropiarse de sus espacios figurativos, hasta el punto de hacer negocios con ellos y establecer la renovación social de la “gente de bien”, ese grupo de “patricios” que vive en Ciudad Jardín y que respira por los poros la cultura traqueta que el Cartel de Cali dejaría para siempre en la ciudad. Estos tampoco han hecho nada por la región, simplemente se ufanan con humillar al que menos tiene.
Si lo que le digo le sirve para comprender lo que pasa en la sucursal de la “gente de bien”, pues sepa usted, amigo lector, que clase alta caleña da asco: es la más racista y excluyente del suroccidente colombiano. Ahora se queja, desde sus reductos, o sea, sus unidades residenciales y casas campestres, que la están bloqueando y que le impiden llevar una vida normal. Sin embargo, nunca va a reconocer el daño social que le ha generado a la región, aprovechándose de los cargos públicos y enriqueciéndose a costa de una clase trabajadora empobrecida. Me uno al paro, pero sin violencia. Y condeno a todos esos que se creen “gente de bien”, cuando lo único que hacen es esconder sus negocios turbios y sacar rédito de un país que justifica la pobreza.