¿Qué tal si más allá de la infamia imaginamos un país distinto?
¿Un aire limpio del venenoso discurso de los opresores, sin miedos, donde reine el arte como la más grande de las pasiones?
En las calles la voz de los jóvenes acallará el ruido de los fusiles y hasta las mascotas caminarán con ellos.
La gente ya no será manejada por el corrupto, ni será intimidada por el mafioso, ni será comprada por la elite esclavista, ni será tampoco minada por las noticias falsas del telediario.
El miedo dejará de ser el integrante más destacado de la ciudadanía y será tratado como una fábula de antaño.
Se incorporarán nuevos códigos de la alegría, donde el único delito será sentirse amargado, en vez de vivir para protestar, el pueblo cantará para celebrar, aunque sepa que no canta bien y jugarán los niños en las placitas centrales de cada ciudad.
En el país ya no habrá desapariciones ni torturas, irán presos los corruptos, militares y policías que no quieran cumplir el código de la vida y la alegría.
Nadie vivirá para sufrir, porque todos nos ayudaremos para vivir y ser felices.
No existirá macroeconomía que convierta a las personas en cifras, ni se llamará calidad de vida a la acumulación de inútiles cosas.
Los chefs en sus restaurantes no querrán vulnerar la vida de animales inocentes, ni habrá muchedumbres en las plazas celebrando entre la sangre de los toros, la proclama será el arte vivo.
Los gobiernos no creerán que a los ciudadanos les encanta ser violentados y reprimidos, ni los corruptos pensarán que a los pobres les encanta dormir con el estómago vacío.
La risa dejará de ser una virtud reservada a unos pocos, y nadie se tomará en serio sino aquellas cosas que realmente merezcan serlo.
La muerte y el sufrimiento dejarán de ser el lucro de canallas que se exhiben cual virtuosos ciudadanos.
Comer no será una utopía ni la mercancía con que se negocie la dignidad de nadie, porque comer y vivir serán verdaderos derechos para todos.
Las personas no serán tratadas como artículos desechables, ni basura descartable porque sus tonos de piel luzcan distintos. No habrá ricos ni pobres, porque la gente no tendrá valor de mercado.
La educación no será moneda de cambio para que las élites subyuguen, porque no habrá élites que puedan comprar dignidades ni conciencias.
La equidad y el respeto por el otro serán conceptos hermanados, que viajarán juntos, bien cerca uno del otro, hombro a hombro.
No hablaremos de falsos positivos, sino de verdades objetivas, no padeceremos amnesia al recordar los tiempos de la opresión y la violencia, ello nos recordará jamás volver a repetirlos.
No habrá dogmas repletos de fruslerías y suspicacias, recordemos que las únicas normas serán la vida y la alegría, que por decreto se celebrarán cada amanecer hasta la mañana del siguiente día.
Habrá menos edificios que bosques, serán bibliotecas lo que antes eran estaciones de policía, será reforestada la confianza en el otro, incluso por los desiertos del mundo recorrerá el agua.
Con paciencia aguardaremos por los desaparecidos, serán reencontrados en nuestros pensamientos, ellos quienes desesperaron antes que nosotros ya no seguirán perdidos.
Seremos un solo pueblo, iguales dentro de nuestras diferencias, con la voluntad de la equidad para todos, luzcan como luzcan, sean como sean, sin que existan fronteras de colores o de género.
No buscaremos las banales perfecciones del aspecto, ni el privilegio de las viejas castas y las elites, ni el agobio de ser competitivos, ni la falsa postura de ser algo diferente de quienes realmente somos.
Ese lugar donde todos cabemos, se levanta hoy entre barricadas improvisadas y cánticos que claman por justicia, en una noche tan lóbrega que parece ser la última, pero nos queda aguardar por el mañana, por ese país que hoy soñamos un ratito.