La primera línea es el recordatorio de que, aun en las sociedades cuyo tejido social ha sido devastado por la violencia sistemática y la progresiva destrucción de los valores sociales, la dignidad pervive y se expresa con toda su fuerza en los sectores populares. A diario vemos cómo miles de jóvenes, salidos de entre quienes menos oportunidades han tenido, usan un escudo de lata o de plástico para, a riesgo de sus vidas, proteger a quienes participan de las marchas y sufren la violencia policial y paramilitar.
Sin duda, el paro nacional, que ya completa un mes, pone de presente que la sociedad colombiana padece una crisis de proporciones gigantescas. Es la expresión de las contradicciones de un país en el que una elite mezquina y corrupta capturó el bienestar y las oportunidades de desarrollo para ellos exclusivamente, despojando a millones, la inmensa mayoría de colombianos, de perspectivas de futuro. Por eso hoy amplios sectores de la población colombiana tienen la claridad de que no hay futuro para ellos, que ni siquiera su existencia física tiene certidumbre en el futuro inmediato.
Mientras los políticos y unos pocos empresarios vinculados a los primeros viven como reyes con sus haciendas, apartamentos, zonas francas y centros comerciales, producto del saqueo y la captura de la contratación estatal, o se van al exterior a disfrutar del botín robado, millones de colombianos saben que no podrán educarse, emplearse o incluso comer dentro de unas horas. Ante esa realidad la protesta es inevitable. Pero el establecimiento, fiel a su costumbre, optó por la represión policial, la tortura, el asesinato y la desaparición. Con ello buscaban que el temor ante el terrorismo policial lograse que el descontento se encerrase una vez más en los hogares de los colombianos.
No pasó eso. Cientos de miles de colombianos, principalmente los jóvenes, decidieron hacer frente a la represión y permanecer en las calles, implementando diferentes mecanismos para su protección, siendo el principal de ellos la primera línea, aquellos jóvenes que se ubican en la parte frontal de las manifestaciones para proteger a la marcha ante la agresión policial. Han protegido a la manifestación. Sin embargo, han pagado un precio altísimo. Las balas asesinas han cobrado muchas vidas entre ellos. También la represión policial los asesina disparando los gases lacrimógenos directamente a la humanidad de las personas; muchos de ellos han perdido sus ojos, y cientos han sido heridos en otras partes de su cuerpo. Sin embargo, la primera línea ha resistido.
La aspiración del establecimiento es destruir a la primera línea; destruirla porque representa la rebeldía de la sociedad. Contrario a eso, aquella se fortalece. Cada semana escuchamos de nuevos elementos de la primera línea. Las madres que no soportan la idea de que algún día su hijo no regresará a casa porque fue asesinado por la policía, se han constituido en Madres de la primera línea, y algunas ocupan el lugar de un hijo que ha caído, pero que sigue vivo en ella.
También escuchamos de los Profesores de la primera línea, maestros que intentan evitar que sus estudiantes sean una víctima fatal más a manos del Esmad. Hoy escuchamos de sacerdotes de primera línea, experiencia magistral que surge en Cali, la sucursal de la resistencia, con sacerdotes que usan un escudo de plástico para proteger a los manifestantes, en sublime acto de entrega a sus semejantes, al mejor estilo del Nazareno.
Colombia entera empieza a reconocer en la primera línea a ciudadanos que protegen a sus semejantes, lejos de la etiqueta de “vándalos” difundida por los grandes medios. El abogado Miguel Ángel del Río expresó en Twitter su deseo de hacer parte de ella, a lo que su colega Augusto Ocampo propuso conformar una primera línea jurídica para asistir en el terreno a los jóvenes que son víctima de la represión durante las actividades del paro.
De esa manera, la primera línea ya no es solo el grupo de muchachos que con escudos encabezan la marcha, hoy a la primera línea la conforman los equipos de primeros auxilios que atienden a los heridos, quienes organizan la olla comunitaria, las madres, los profesores, los sacerdotes, los abogados. En suma, la primera línea son todos aquellos que sostienen las manifestaciones en resistencia contra una realidad que se percibe como insoportable y que se tiene que cambiar. Toda Colombia ha de constituirse en primera línea, en ese momento la transformación de nuestro país será inevitable.