La capacidad de los habitantes de Cartagena para dar pronta solución a los problemas que genera la ciudad es digna de un premio. Alguna de esas organizaciones globales debería inventarse el World Prize to the Most Adaptive Citizens (tiene que ser en inglés, porque eso de Premio Mundial a los Cudadanos más Adaptativos, no suena bien en una ciudad pris pris como Cartagena).
Si usted regresa a los 90, se dará cuenta que la urbe estaba en pleno letargo progresista. El alcalde Paniza lideró la cúspide de esa década, con un proyecto de ciudad asesorado, eso parecía, por la marca ACME. La misma de los productos que ha usado el Coyote para atrapar al Correcaminos.
ACME, significa en griego “el apogeo”. En esa década, por ejemplo, el ciudadano Tasmania, con otros amigos, creó la cooperativa de colectivos de Crespo. Una organización próspera que ofrece servicios de transporte, o movilidad que llaman ahora. La gente hace fila con rigor británico. Nadie se sube al carro que no le corresponde, ni corre a buscar el colectivo que llega. Allí no se ha necesitado ni estrategia de comunicación ni campaña publicitaria, todo obedece al más alto sentido de respeto, ¡qué ciudadanos!
Si hoy usted va del Centro al aeropuerto, y toma un taxi particular, pagará doce mil pesos. Con el ciudadano Tasmania, y su servicio de colectivos, le costará mil setecientos pesos. A ese ciudadano debería dársele un reconocimiento especial. Contribuye al ahorro familiar, al confort del pasajero, a la puntualidad del usuario, a la seguridad en la vía.
La buena práctica (como la llamarían los especialistas) ha sido tan exitosa que hoy existen rutas como Bomba El Amparo-Centro-Bomba-El Amparo. El ciudadano el Chino y otros, establecen las tarifas, desajustada a las tarifas legales expedidas por la secretaría del ramo. Hay ruta Centro-Bocagrande-Laguito-Centro. Centro-Daniel-Lemaitre-Torices-Centro. Centro-Manga-Bosque-Bomba-El Amparo. Empresas ilegales de colectivos, que hacen “legal” la movilidad de la ciudad.
El esplendor de estas organizaciones ciudadanas, coincide con el inicio de la construcción (infinita) de las vías para el servicio de transporte masivo (no es ficción). Un día, ya lejano, un ciudadano se encontraba esperando su bus en el Centro.
La gente se aglomeraba en los alrededores de Puerto Duro. Las rutas de buses, busetas, microbuses, ejecutivos, y Metrocar (hoy decadente) no pasaban. La calle estaba llena de motos de ciudadanos. La desesperación fue tal, que alguien le pidió a un motorizado que lo llevara hasta donde pudiera coger un bus, pero la generosidad y solidaridad ciudadana es ilimitada en esta urbe, y le ofreció llevarlo por “los mismo 500 pesitos” hasta la puerta de su casa.
Así nació ese servicio exclusivo, ágil y perfecto para las escasas vías de la ciudad: el mototaxismo. Es tal el impacto de esta iniciativa ciudadana, que los constructores de los tramos de Transcaribe han dibujado en cada estación, las llamadas motocebras (qué novedad), para que los motorizados no hallen obstáculos en su andar. Y los ciudadanos puedan compartir con las motos, el riesgo que representa cruzar hoy una calle en cualquiera de los tramos de Transcaribe.
Las demoliciones, los cambios de sentido de rutas, los arreglos de vías alternas, siguen dando a la Heroica una atmósfera postsísmica, pero es el ambiente “acme” “el apogeo” que embarga al distrito turístico.
En las esquinas, frente al mercado de Bazurto, se ven ciudadanos comprometidos, que de manera voluntaria y con paletas hechizas de “stop”, o “pare”, organizan el paso de ciudadanos hasta la acera contraria, minimizando el riesgo de accidente. El ciudadano agradecido, ofrece algunas monedas por el servicio. Las autoridades de tránsito ven con recelo la práctica, las que, al parecer, consideran formas “platilleras” mendicantes indignas de la profesión de regulador de tráfico.
La capacidad de liderazgo de los ciudadanos de Cartagena ha superado al de sus gobernantes (desde antes de Paniza, hasta el actual Ahora sí, del Barbita Dioni Vélez). Son seres insuperables en su resistencia, pacientes en la espera y serenos en la adversidad. Nuestros politólogos y pensadores con encuestas y estudios con enfoques “cuali” y “cuanti” (así hablan, y al final de cada frase dicen: “huewón”) andan buscando cómo va Cartagena, cuando todos sabemos que la ciudad va mal, pero sus ciudadanos, hace años, están listo para recibir el World Prize to the Most Adaptive Citizens.