De 'Historia de las alcobas' de Michelle Perrot

De 'Historia de las alcobas' de Michelle Perrot

Hay muchas reflexiones que hace la autora en el libro que pueden relacionarse con la poética del tango. Una mirada

Por: Laura Cecilia Bedoya Ángel
mayo 25, 2021
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De 'Historia de las alcobas' de Michelle Perrot

La catedrática Michelle Perrot en Historia de las alcobas presenta una genealogía detallada de las habitaciones motivada por muchas razones, entre ellas “un cierto gusto por la interioridad, por la turbación que se puede sentir al entrar a una habitación con el ser amado y también sobre un lugar lleno de recuerdos”.

De las alcobas han salido variadas descripciones, desde su tamaño, belleza, temperatura y como dice la autora: “La literatura la engalana con todos los colores posibles, azul, blanco, rojo, amarillo”. También ha insinuado la diferencia en el trato a la mujer, pues aquellas que desempeñan oficios de servicio doméstico en estas son llamadas sirvientas o camareras, en cambio a los hombres en las cortes se les llamó “ayuda de cámara”.

Por otro lado, es sustancial pensar en el significado de la alcoba de Van Gogh pintada por él mismo, que al mirarla nos sobrecoge el alma; en la de los emperadores está Carlos V quien en el umbral de la muerte hizo que organizaran su cámara en el salón de ceremonias para “expirar allí con toda su dignidad real”; en la habitación como testigo y escenario del hombre que se transforma en un monstruoso insecto desvalido, tema kafkiano por excelencia. La autora conduce en su narrativa a un destino que nunca debió existir. “Me acuerdo” decía Perec evocando las habitaciones en que había dormido y sabiendo que jamás encontraría la cámara de gas en la que su madre pereció”.

Ahora bien, reflexionando sobre la relación entre sujeto y habitación, ella es testigo del cuerpo despojado, de la interacción de los mismos y de la asociación libre de pensamientos y recuerdos, de ahí la importancia de la intimidad en hechos referidos a la vida activa, porque de los instantes en los que nos abandonan el aire y la tibieza, no quiero hablar hoy.

Después de esta introducción, es preciso hacer una relación de alcobas al interior de la poética del tango, las que han sido nombradas como cuarto, cotorro, bulín y piso, por ejemplo. De esta selección abre el tema Mi noche triste, cuando el lamento retrata el cotorro abandonado, sin señas de una mano femenina que lo componga, Contursi, autor de ambas historias, también recrea el cotorro ya sin luz y envuelto en sombras cuando escribe la primera letra de La Cumparsita y solloza la ausencia de la amada.

Otra dimensión de los cuartos es la hondura de la soledad, no en vano Alfredo Le Pera le cantó un día tomando como unidad de medida “las horas que agonizan,” y Cadícamo escribió uno de los títulos más sentidos, inteligentes y precisos, Cuando tallan los recuerdos, “aquí solo en esta pieza…/ esta tarde tengo ganas, /muchas ganas de llorar”.

Pero cómo escribir de alcobas y tangos y no ponerles color, de esto recuerdo un consejo de Mario Savino:

¡ Hacé bulín!

Píntalo verde turquesa (…)

Agregar al tema un piso dispuesto únicamente para el amor, decorado por la lujosa tienda de muebles Maple, sin ruidos, con mudos testigos y un tono nunca imaginado, el del crepúsculo, “Y todo a media luz/crepúsculo interior”, diseño erótico salido de la pluma de Carlos Lenzi.

No sería justo dejar por fuera las letras de Mario Battistella, hay que trasladar el recuerdo a “la turbación sentida al entrar en una habitación con el ser amado” y rehacer el instante en Cuartito azul con música de Mariano Mores; escenario donde se recitaron los versos de aquel poeta exaltado por Rubén Darío y Pushkin fusilado a los 31 años durante la Revolución Francesa; tal vez las líneas de La joven tarentina resonarían en el eco de ese altar para el amor relatado en el tango.

Cuartito azul, dulce morada de mi vida (…)

Cuartito azul

de mi primera pasión,

vos guardarás

todo mi corazón.(…)

Aquí viví toda mi ardiente fantasía

Y al amor con alegría le canté;

aquí fue donde sollozó la amada mía

recitándome los versos de Chénier…

No ha sido la alcoba sitio único para el amor o para dormir, Barba Jacob, en Parábola del retorno traza un retrato, una instantánea del momento, en una inolvidable evocación:

…Recuerdo... Éramos cinco. Después, una mañana,

un médico muy serio vino de la ciudad.

Hizo cerrar la alcoba de Tonia y la ventana...

nosotros indagábamos con insistencia vana,

y nos hicieron alejar.

Tornamos a la tarde, cargados de racimos,

de piñuelas, de uvas y gajos de arrayán.

La granja estaba llena de arrullos y de mimos...

¡Y éramos seis! ¡Había nacido Jaime ya! (...)

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