Las protestas sociales suelen, además de manifestarse con pancartas y arengas, expandirse por otras vías. Adquieren multiplicidad, se diversifican en diálogo con el sentido del reclamo y su propia cultura. El arte es históricamente otra respuesta natural a la fuerza. En la medida que los estados la ejercen a través de sus organismos, que los organismos la aplican y exceden, la ciudadanía, tal y como hemos sido testigos en los últimos días, parece comprender de forma unánime que el camino debe virar hacia otras lindes. En Cali, por ejemplo, transformaron algunos CAI en bibliotecas populares.
Las expresiones artísticas representadas a través de las diferentes manifestaciones, parecen buscar algo inmediato, a diferencia del arte elaborado únicamente como representación de la belleza. Hay quiénes calcan los cuerpos, pintan estaciones, bailan en las calles, gritan en los barrios, leen en los parques. Cada puesta es efímera, y aunque algunas representaciones son descarnadas, dejan en las calles emociones menos agobiantes que los tiros, el sabor picante del gas y los gritos de socorro. Otras, como la iniciativa que se adoptó en Cali en el sector, Loma de la cruz (ahora loma de la dignidad) no solo se ha replicado en diferentes lugares de la ciudad, también apunta a crear espacios duraderos, bases para propiciar diálogos, ideas y un nuevo tejido social.
El lenguaje, el diálogo y el arte son en este momento una contrapropuesta a los abusos, asesinatos y desapariciones cometidos a raíz de la violencia disfrazada de orden y la intolerancia vestida de blanco. Pero también una crítica a la naturaleza estrictamente mercantilista del neoliberalismo. En estas bibliotecas o librerías populares se usan trueques en lugar de pesos y voluntarios en lugar de colaboradores, cambios que dicen mucho sobre la interpretación de estos sectores en tiempos de economía naranja o mercantilización de la cultura.
A estas bibliotecas se acercan vecinos y habitantes de sectores aledaños. Donan libros, intercambian, toman prestados o sencillamente se los llevan. Los ejemplares son exhibidos dentro y fuera de los antiguos CAI. Los visitantes también participan en actividades que van, desde lecturas infantiles y talleres de poesía, hasta elaboración de instrumentos musicales con materiales reciclados, todos dictados por voluntarios. El nombre de la primera revaloriza el reclamo ciudadano: Biblioteca Popular La Dignidad. Otras en cambio, simbolizan la memoria, son monumentos que honran víctimas de la violencia policial: Biblioteca Popular Nicolás Guerrero, antiguo CAI metropolitano (Paso del aguante), Biblioteca Popular Marcelo Agredo Inchima, en Puerto Rellena (Puerto Resistencia). La más reciente se encuentra en reconstrucción (antiguo CAI El comercio) sobre la principal entrada al norte de la ciudad. Los colores frescos de los murales, se mezclan con el hollín de las primeras mañanas de mayo. Entre quienes se encargan de organizar los espacios, se encuentran artistas, trabajadores del sector cultural, libreros y Quijotes de siempre; ciudadanos que encontraron entre plantones, histeria y persecución, otra forma de resistir.
Estas propuestas, originadas en los momentos más acalorados del estallido, son formas de empezar a concertar refugios que incluyan a quienes, acostumbrados a vivir sin lo básico, encontraron en medio de la conmoción, la comida, acompañamiento y dignidad que la estructura oficial les continúa negando.