Se equivocan los medios, nacionales e internacionales cuando suponen que los marchantes en mayo 2021 en Colombia son jóvenes sin esperanza, rogando por migajas de pan a un soberano indiferente. O quienes afirman que la primera línea no tiene ideas claras, ni un pensamiento profundo, ni un líder especifico, ni un norte.
Sí se hace una simple suma, y se cuenta el año 2000 como el primer año del tercer milenio, la primera línea está conformada por los primeros jóvenes del tercer milenio de la historia de nuestra civilización, quienes se están caracterizando por estar descontentos con el estado actual de nosotros como Homo sapiens. Jóvenes quienes inundan las redes sociales y portales de internet con evidencias de problemáticas tan desoladoras como la crisis climática, la extrema pobreza, guerras, hambrunas, migraciones, deforestaciones, el uso excesivo de la fuerza policial, el matrimonio infantil, la violencia intrafamiliar, la desigualdad económica entre naciones, la injusticia al interior de las naciones, la corrupción endémica de gobiernos democráticos, el no respeto de los derechos humanos, el maltrato animal, la degradación humana, el cinismo de políticos, solo por citar algunas.
La primera línea nada tiene que ver con doctrinas filosóficas anticuadas. Por el contrario, la primera línea es el brazo juvenil bogotano alzado de colectivos intelectuales globales que actualmente están realizando profundas reflexiones acerca de cómo debemos reinventarnos como civilización en los últimos dos siglos de la inteligencia humana tal como la conocemos hoy, por citar al filósofo israelí Noval Harari. También de librepensadores como el filósofo australiano Roman Krznaric, quienes preguntan: ¿qué clase de antepasados queremos ser para futuras generaciones?
Los primeros jóvenes del tercer milenio están impulsando a sus comunidades para la creación de una civilización humana más justa, más bonita, más ecológica. Son una generación que sueña con una civilización humana futura donde los combustibles fósiles son reemplazados por energías limpias, la pobreza extrema es erradicada, humanoides conquistan el espacio y galaxia, los niños vuelven a ser niños, donde los ciudadanos mundiales viven en paz, empatía y tolerancia, las mujeres no son tratadas como objetos, las instituciones democráticas son fuertes e independientes, y las nuevas tecnologías como la Inteligencia Artificial y la bioingeniería son usadas para el bienestar humano general, y no solo para generar ganancias a pocos monopolios digitales.
Aún no se ha entendido que la primera línea es un movimiento social descentralizado que no pretende gabelas individuales políticas, sino que aspira a un cambio radical del estado actual de nuestras comunidades. Su pensamiento no es cortoplacista y caudillista, sino que aboga por una planificación catedral a largo plazo sobre como reinventarnos como país y como seres humanos. Su aspiración es resetear el chip individualista de ciudadanos, empresarios y gobiernos codiciosos quienes trabajan para su beneficio individual, y olvidaron pensar en lo colectivo. Especialmente aquellos gobernantes que olvidaron que un buen gobierno debe ser diseñado para la implementación de políticas que creen riqueza, más no para despilfarrar el presupuesto nacional.
También se equivocan aquellos que piensan que los de la primera línea se autodenominan así porque son los primeros en situarse físicamente cara a cara contra miembros de fuerzas del Estado. Se designan así porque son los que están escribiendo la primera línea de la historia de Colombia en el tercer milenio de la civilización humana. La primera línea no es otra cosa más que la Atenea suramericana dándole la bienvenida a una nueva era. Un movimiento conformado por la estirpe rebelde de la generación de la 68, y los nietos de Gaitán. Quienes, en el futuro, serán los tatarabuelos de futuras generaciones que ya no lucharán por el derecho a no ser explotados, sino para no ser prescindibles por las economías debido a la incursión de humanoides inteligentes.
Al igual, la primera línea es una ola social la cual solo retrocederá con un pacto nacional de multitudes para el diseño de políticas económicas, ambientales, humanas, de género, y tecnológicas por parte de todos los actores de la sociedad colombiana con miras al tercer milenio de nuestra civilización. Su inconformidad solo cesará en el momento en que vuelvan a creer que un futuro para sus descendientes sí es posible.
Por mi parte, únicamente espero que los primeros jóvenes del tercer milenio sean buenos ancestros y no condenen a futuras generaciones colombianas a vivir otros cien años de violencia. Asimismo, deseo puedan sortear el no ser usados como títeres por políticos anticuados oportunistas, y puedan presenciar el surgimiento de auténticos líderes del siglo XXI. Por último, anhelo que todos como nación no nos conformemos con ser espectadores tolerantes de un exterminio sistemático de soñadores, y entendamos que los dos factores necesarios para el progreso económico son la paz y la democracia.