"No sé qué clase de bárbaros son"

"No sé qué clase de bárbaros son"

Una perspectiva a raíz de la situación que actualmente enfrenta el país

Por: Andrés Cabal G.
junio 23, 2021
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Foto: PxHere

En su ensayo De los Caníbales, dijo agradablemente Montaigne: "Así pues, podemos muy bien llamarlos bárbaros con respecto a las reglas de la cultura y la razón, pero no con respecto a nosotros, que los superamos en toda suerte de barbarie". Con ello (aclaro) Montaigne no se refería a los vándalos, que, según el diccionario, son personas que cometen acciones propias de gente salvaje y destructiva, sino a nuestros indígenas ancestrales que en 1562 eran vistos en Europa como seres sin alma, bárbaros, inhumanos, sin ninguna civilización, ni cultura. Ni mucho menos, sobra decir, se refería a nuestros jóvenes vándalos infiltrados por Maduro y el ELN que, según el presidente Duque, su ubérrimo jefe y demás ministros de la Sergio Arboleda, están destruyendo lo mejor que teníamos como país: “la capacidad de aguante, el miedo y el silencio obediente, frente a la corrupción y cinismo de su pobre gestión”.

Sobra anotar que frente a la “salvaje protesta” de nuestros jóvenes que sin motivos se tomaron las calles, pintaron paredes, quemaron llantas, gritaron arengas con una irresponsabilidad masiva y resistieron los abusos del Esmad; el uribismo regurgitó, como un jugo de banano y fresa mal licuado, toda su gramática de miedo y fascismo, postulando como supremo principio el uso de la fuerza para la defensa de la institucionalidad y seguridad democrática, conocido estribillo que con generaciones anteriores de colombianos les funcionó a la perfección. Lo que no ponderaron bien es que el dominio de los grandes medios de comunicación tradicionales no les sería suficientes para construir su versión de la realidad y su posverdad ante la comunidad internacional. Por ello, poco a poco, han tenido que volverse a tomar las moléculas disipadas de su jugo regurgitado y, en consecuencia, les ha tocado ir reculando el lenguaje frente a la presión de diversos organismos internacionales que no les creen mucho a las presuntas investigaciones sobre los evidentes vídeos de las redes sociales.

Pero desgraciadamente, la estolidez e indolencia no son los únicos defectos de la narrativa del gobierno, el otro gran defecto de esa narrativa es que es contagiosa e incita a la violencia de sus partidarios, como le pasó a la impúdica “gente de bien de Cali”, que el 9 de mayo gritó a los indígenas de la minga: ¡secuestradores!, ¡invasores!; o, en su efecto, escribieron mensajes menos viscerales y mejor redactados, como el de la directora del zoológico de Cali, María Clara Domínguez: “Los indios no son la autoridad, lárguense de nuestro territorio”; o las no menos acogedoras palabras del decrépito cacao conservador Omar Yepes Álzate: “Indígenas que salen de su hábitat natural a perturbar la vida ciudadana”. Estas enunciaciones no requieren mayores comentarios, formulan con claridad lo que quieren expresar. Pero, además, para no dudar del poder persuasivo de la narrativa del Centro Democrático (que no tiene nada de centro, ni de democrático), cabe agregar que también hubo gente de bien que disparó armas de fuego frente a la anuencia displicente de los policías que, con una lógica extraña, cuidaban a los civiles armados de los civiles desarmados.

De la lógica y de las balas no diré nada, "no sé qué clase de bárbaros son" y parece una conducta normal en los partidarios de las políticas de la seguridad democrática y la confianza inversionista, pero, sin duda, lo sorprendente son las indecorosas manifestaciones racistas, hechas por fuera de casa, de gente de bien tan distinguida y educada, porque parecen más los comentarios de unos europeos del año 1562 y no de caleños del 2021. Esto justifica muy bien la contundente actualidad de Montaigne y clarifica, mediante el ejemplo, el concepto de barbarie de los “hombres civilizados” al que se refiere en su ensayo.

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