Por estos días al ver las noticias nacionales, internacionales y las publicaciones en las diversas redes sociales sobre cómo se está desarrollado esta coyuntura social y cuál es el manejo que el gobierno está aplicando para contrarrestar el creciente descontento ciudadano y las masivas manifestaciones, sobresale la testaruda idea de mantener como sede principal de la Copa América a Colombia. Esto mientras que en diversas zonas del país la fuerza pública excede con ferocidad sus funciones, violentando de manera descarada a las personas que participan activamente en las marchas. Además, no menos importante, pero sí espeluznante, es la aparición a plena luz de civiles armados, disparando indiscriminadamente a las multitudes, con la aquiescencia de algunos sectores y ante el inerme estado de la policía. Dichos civiles encajan perfectamente con el perfil de organizaciones al servicio de grupos de poder arraigados en el Estado y en la sociedad colombiana, quienes tienen claros intereses en deslegitimar y minimizar las voces de protesta de colombianos alrededor del mundo.
Es así como empezamos a escuchar distintas voces en la escena política y social, con total frescura y tal vez ignorancia, etiquetando a los manifestantes, a los observadores de derechos humanos, indígenas y a todo aquel que no sea a fin al partido del gobierno como “guerrilleros”, “vándalos”, “petristas” y “mantenidos”; conceptos replicados por los medios de comunicación afines al gobierno, quienes pretenden a su vez suprimir la realidad de una mala administración y del incremento de la corrupción a todo nivel. Sin embargo, la situación se hace más preocupante cuando en las noches se prefiere el abuso de la fuerza pública, se reprime con violencia el descontento del pueblo y entonces la señal del internet en las zonas mas golpeadas empieza a fallar y las redes sociales censuran algunas imágenes que muestran la cruda realidad.
Y ante este panorama se opta entonces por ignorar las verdaderas razones del descontento ciudadano y se da preferencia por el inicio de una campaña internacional para justificar el accionar policial y negar los casos de víctimas de la fuerza publica reportados por organizaciones de derechos humanos e invertir alrededor de 42.201 millones de pesos para acondicionar al país con miras la Copa América, en plena crisis del COVID y mientras el país se sume en una crisis social; personas ajenas a Colombia tienen mayor conciencia social y rechazan la realización del mencionado evento.
Así pues, estos hechos nos obligan a recordar el contexto social en el que se desarrollaron por ejemplo los juegos olímpicos de 1936 en Alemania, bajo el mando de Hitler, quien pretendió apaciguar el ojo crítico internacional y demostrar que Alemania era un país tolerante, pacífico, unido, robusto y moderno; mientras que detrás de bambalinas se había iniciado una persecución y aniquilación sistemática de la población judía, romaní, entre otros. Pero no es necesario ir tan lejos en este recordatorio, si no basta con mirar a un país muy cercano, Argentina, quien para los años de 1976 hasta 1983 estuvo bajo el mando de una junta militar encabezada por Rafael Videla; cuyo gobierno se caracterizó por la utilización indiscriminada del rotulo de “subversivos”. Para la junta militar eran todos aquellos que no convenía con su política de mando, eran los estudiantes, los trabajadores, los sindicalistas, las madres que buscaban a sus hijos desaparecidos, todos ellos encajaban en esta definición.
Y entonces las noches para los jóvenes argentinos se convirtieron en noches de terror, ya que la mayoría de las detenciones ilegales se llevaban a cabo en estas horas y se crearon centros como el Esma o la Pecera, donde eran llevados, retenidos y hasta torturados. Y la lupa internacional se centró en Argentina y se empezó hablar de violaciones de derechos humanos, desapariciones, retenciones ilegales, abuso militar y policial.
No obstante, la estrategia entonces fue clara desde el primer momento, Argentina hizo lo posible para ser la sede del mundial del 78 y la prensa simpatizante se encargó de magnificar y difundir temor ante la amenaza de una campaña anti argentina liderada desde el exterior y por “terroristas subversivos” que debía ser contrarrestados y eliminados. El mundial sirvió entonces para mostrar a los participantes y aficionados una argentina incluyente, que había diluido sus desigualdades mediante el torneo del fútbol.
De este modo vemos con algo de horror que lo nos parecía lejano, pasado y contrario a nuestros regímenes políticos tenga hoy algunos matices y escenas calcadas de estas nefastas administraciones totalitarias, carentes de respeto por los individuos, las ideas, los argumentos, las manifestaciones pacíficas y en general a los derechos humanos, que son universales.
Si bien es cierto que en Colombia no estamos en presencia de una dictadura, también es cierto que podemos caer fácilmente, como al parecer lo estamos haciendo, en actos atentatorios y contrarios a nuestra constitución, tratados internacionales y demás normatividad, que buscan garantizar y proteger los derechos de los ciudadanos ante el poderío estatal.
La pasión del fútbol no debe ser la cortina de humo con la cual pretendan que todos giremos la cabeza para que no veamos lo que pasa durante la continuidad de las protestas en Colombia, para que ignoremos que sigue latente la desigualdad, la corrupción, el desempleo, la pobreza, el abandono por parte del Estado en varias zonas del territorio nacional, la falta de oportunidades, de educación, entre otros males.
Las diferencias de pensamiento e ideologías no pueden llevarnos a señalamientos injustificados y peligrosos y mucho menos a persecuciones y abusos por parte de la fuerza pública o de civiles armados. Los diálogos en los cuales participen todos los sectores y los jóvenes protestantes, siempre será la manera correcta de abordar y conocer más fondo la diversa problemática y descontento de la población, de esta manera la participación y la inclusión engendrara las posibles soluciones a estos.