El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución 181 por la cual se ponía fin al Mandato Británico y que dividía ese territorio, después de un estudio preparado por un comité de expertos independiente y neutral, en dos estados: uno judío y otro árabe. Sin entrar a analizar si el reparto era justo o no, y si se correspondía con los anhelos e intereses de ambas partes, los dirigentes del naciente Estado hebreo lo aceptaron como un “mal menor”, mientras que los palestinos, armados hasta los dientes y apoyados por todos los países árabes, se preparaban para la guerra, todavía no concluida y que ha dejado en el camino miles de muertos en los dos bandos.
Al día siguiente de aprobarse la resolución, siete judíos fueron asesinados por árabes en tres incidentes distintos, varios autobuses y aldeas hebreas fueron atacadas por grupos organizados por los palestinos, entre noviembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, en que se proclamó finalmente el Estado de Israel. Los combatientes y los ataques terroristas siguieron hasta 1949, en que la superioridad israelí sobre el terreno llevó a los países árabes, bajo la supervisión de las Naciones Unidas, a aceptar un armisticio con Israel, siendo aceptado y firmado el mismo por Jordania, Egipto, Siria y el Líbano. Había concluido la primera guerra árabe contra Israel, que como todas las demás fueron un fiasco para los palestinos.
Miles de palestinos, a tenor de no haber aceptado el plan inicial “diseñado” por las Naciones Unidas, fueron expulsados de su casas; hubo entre 10.000 y 15.000 víctimas árabes y otras 7.000, aproximadamente, en el bando judío. Israel aumentó su territorio en un 23%, y Gaza y Cisjordania quedaron en manos árabes, mientras que Jerusalén quedaba bajo supuesta supervisión internacional pero, de facto, estaba controlada por Jordania.
Dos décadas perdidas sin acuerdos
Después del armisticio, y en el curso de un conflicto interminable, Israel ha tenido guerras con los árabes en 1956, 1968 y 1973, habiendo derrotado, sucesivamente, a Egipto, Jordania, Siria y Líbano en todas ellas. Egipto perdió el Sinaí en la Guerra de los Seis Días, en 1967, y Siria los estratégicos Altos del Golán en el mismo conflicto. En 1979, Egipto firmó la paz con Israel, devolviendo el Estado hebreo Sinaí a los egipcios. Más tarde, en 1994, Jordania hizo lo mismo con Israel y llegó la década de los grandes acuerdos entre palestinos e israelíes, fruto de los cuales se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Isaac Rabin, como primer ministro de Israel, y Yasser Arafat, como líder de los palestinos.
El asesino de Rabin, sin embargo, paralizó, en gran medida, el proceso de paz entre ambos pueblos, demostrando la importancia del liderazgo en algunos momentos políticos clave. Pese a todo, el presidente norteamericano Bill Clinton, empeñado en la paz en Oriente Medio, volvió a sentar al líder palestino Arafat y al primer ministro hebreo Benjamín Netanyahu, paradójicamente presentado hoy como un “enemigo de la paz”, en una mesa de negociaciones y les arrancó a ambos los acuerdos de Wye Plantation.
En el 2005, pese a que el terrorismo palestino seguía atacando objetivos civiles en todo el territorio israelí, el primer ministro israelí Ariel Sharon aprobó y ejecutó el plan de desconexión de Gaza y otras colonias palestinas, aunque no por eso mejoró el clima político ni contribuyó a un diálogo fructífero entre las partes. Israel, por su parte, ya se había retirado de la Franja de Seguridad del Líbano, en 2003.
Pese a que los palestinos habían conseguido muchos avances y una cierta autonomía en Cisjordania y Gaza, desde el año 2007, en que el grupo terrorista y fundamentalista Hamas se hizo con el poder en Gaza, rompiendo sus relaciones con la Autoridad Nacional Palestina radicada en Ramala, la situación no ha hecho más que empeorar, pero más por razones exógenas que endógenas.
En primer lugar, Siria nunca ha tenido ningún interés en resolver por la vía política sus contenciosos con Israel y se niega a reconocer al Estado hebreo, habiendo abogado siempre por la desaparición por la fuerza de lo que denomina Damasco como la “entidad sionista”. Como buen aliado de Irán en la región, el régimen sirio de Bashar El Asad apoya a los dos grupos terroristas que hostigan sistemáticamente a Israel desde el Líbano y Gaza, Hezbolah y Hamas, respectivamente.
Irán, con una gran influencia en la región y cuyos tentáculos e influencia llegan hasta el Líbano, Siria y Gaza, nunca ha apoyado una salida negociada al conflicto político entre israelíes y palestinos, habiendo inundado, literalmente, de armas, misiles y asistentes militares la región. Así las cosas, y si a esto añadimos la división del liderazgo palestino entre Al Fatah y Hamas, las injerencias externas permanentes han impedido avanzar en la famosa fórmula de los “dos estados” para solucionar este eterno embrollo.
Las causas del actual conflicto
¿Cómo es posible que hayamos llegado a este estado de cosas y a este clima de abierta guerra entre las partes? Sin esa influencia externa de la que hemos hablado antes, pero sobre todo por parte de Irán y Siria, seguramente los palestinos, bien pertrechados y armados por Teherán, no se habrían radicalizado tanto, ni lanzado miles de misiles sobre territorio israelí. Pero tampoco debemos perder de vista que desde la llegada de Netanyahu al ejecutivo hebreo, en el año 2009, el gobierno hebreo no ha mostrado mucho interés en negociar con los palestinos una salida pacífica al conflicto, sino más bien ha intensificado la instalación de colonias judías en los territorios palestinos, en un juego siempre peligroso, ha consolidado la hebreización de Jerusalén y apostó muy hábilmente por un acercamiento al mundo árabe sin precedentes en su historia que ha arrinconado, claramente, a los palestinos. Netanyahu, obviamente, no era Rabin ni el contexto era el mismo. Aun así, Israel tiene derecho a defenderse, como ha dicho el presidente Joe Biden.
Por otra parte, también hay que reseñar una cierta responsabilidad occidental en todo lo que está ocurriendo ahora en la región. Tanto la administración de Barack Obama como la de Donald Trump, cuyas simpatías proisraelíes eran notorias, no mostraron ningún interés ni capacidad de liderazgo para haber puesto, como hizo Clinton, un ambicioso plan sobre la mesa para llevar la paz a la región. Europa, más concretamente la Unión Europea (UE), tampoco hicieron nada para haber forzado al cumplimiento de los Acuerdos de Oslo o, en su defecto, haber organizado algo parecido a la Conferencia de Madrid para Oriente Medio (1991), cuyos efectos positivos y resultados evidentes pusieron los carriles para una negociación posterior entre Israel y los palestinos. Sin una implicación de los Estados Unidos y Europa en este conflicto, por su ascendencia sobre los líderes judíos, nunca habrá paz en esta machacada, abatida y ensangrentada parte del mundo. Lo que estamos viviendo en estos días son las consecuencias de casi dos décadas de inacción occidental en Oriente Medio.