Por primera vez en mi vida, tengo la sensación de que Colombia puede estar viviendo un cambio sin reversa. Es una sensación porque no hay certezas cuando se piensa sobre el futuro de una sociedad y porque está marcada por los sesgos de mis emociones. La sensación tiene, por supuesto, un componente racional: es evidente que una movilización de más de dos semanas es inusual en la historia de un país que no ha tenido una tradición de movilizaciones prolongadas. Acá ha habido tradición de violencia, de matar a los disidentes y a los críticos, desde lo que llamaba Álvaro Gómez “el régimen” o bien desde los mismos grupos disidentes que, casi siempre, terminaron convirtiéndose en lo mismo que combatían. La movilización, además, ya ha tenido consecuencias concretas: la caída de la reforma tributaria, la renuncia de Carrasquilla, la caída de la casa estudio de Duque, la muerte de decenas de manifestantes pacíficos, el juicio a policías que hicieron mal uso de sus armas, la evidencia que grupos armados tienen mayor control social que el estado en varias ciudades del país. Todo eso es relativamente inusual: por ejemplo, no ha sido este un país en donde la calle tumbe ministros, y menos de hacienda. Si algo, son los ministros los que han tumbado a la calle.
Yo nací en 1986 y entonces no me acuerdo de las discusiones alrededor de la constitución de 1991, la última vez que Colombia vivió un cambio sin reversa. Algo me acuerdo del proceso 8000 y la sensación, otra, que todo el tiempo se hablaba de Samper y del narcotráfico y no mucho más. Luego vinieron los años del frente nacional Uribe-Santos, en donde gobernaron los mismos con las mismas y que, más allá de conflictos personales, tuvieron un eje conductor claro: la seguridad democrática para derrotar a las Farc. Tan es así, que Santos fue el ministro de Defensa más relevante del gobierno de Uribe y Sergio Jaramillo fue quien diseñó la esencia de la seguridad democrática. El otro negociador en La Habana, Humberto de la Calle, apoyó la reelección de Uribe. Santos ganó porque lo puso Uribe – y por el empujón de Odebrecht para la segunda vuelta- pero sabía que el cierre de la lucha contra las Farc necesitaba de un diálogo. Uribe también sabía, pero la mezquindad lo cegó.
Entonces, la oportunidad del siguiente cambio sin reversa, haber concluido un proceso de paz con las Farc con el apoyo la mayoría del país terminó en el desastre del plebiscito. Ganó el No al proceso de paz por la habilidad política de Uribe y porque Santos confió demasiado en la fórmula que le había dado la victoria en la segunda vuelta de 2014: repartir plata a raudales para que los políticos regionales hicieran lo que tuvieran que hacer y para comprar pauta en medios nacionales. No funcionó. Con el sol a sus espaldas, ya no era atractivo para la política regional, más interesada ya en ese momento en la campaña de Vargas Lleras que parecía invencible. La pauta en medios nacionales ya no tiene el impacto de antes. El proceso de paz con las Farc fue un paso importante, pero, ya hemos visto, tiene muchas reversas. Es frágil.
El final del 2019 tuvo el comienzo de una ola de protestas fuerte. Sin embargo, ya hacia enero de 2020, principalmente por el cansancio ciudadano con el paro, ese proceso estaba agotado. El comité del paro no logró representar a las mayorías que marcharon en noviembre de 2019 y unas semanas después de marchas multitudinarias y cacerolazos nacionales, ya solo quedaban focos de violencia esporádica en algunas ciudades. El gobierno, sin hacer nada, ahogó el apoyo a la protesta. Simuló una conversación ciudadana y listo. Llegó la pandemia, Duque se encerró en la casa estudio, y el poder nacional encontró el rumbo que nunca había tenido: atender el día a día de la pandemia.
Hasta que fue suficiente. La gente se agotó y salió a la calle. La reforma tributaria –presentada de manera desastrosa por la tecnocracia, pero principalmente por Carrasquilla y Duque- fue la excusa perfecta. Contrario a lo que pasó con las protestas de 2019, acá la tensión se ha mantenido más días. El comité del paro parece haber entendido que tiene inmensos problemas de representatividad. Los políticos que han apoyado la protesta transitan con mucho cuidado su relación con ella: la gente en la calle no responde de manera homogénea a ningún liderazgo definido. Los congresistas que han ido a la calle a grabarse posando de líderes, han salido corriendo cuando el conflicto crece. Han hecho el ridículo y no más. Si la vez anterior de 2019, las banderas políticas se agotaron rápido, acá ya ha habido intentos de renovación del discurso: no solo era la reforma tributaria, ahora la lucha va contra la reforma a la salud, por la reforma a la policía. Sin duda, esta protesta es distinta a la anterior, se ve más madura. La vez pasada había, principalmente, dibujos de Duque como marrano y cantos a Uribe paraco, que servirán de desahogo, pero no forman la transformación de casi nada.
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La narrativa que, sin duda, ha perdido es la de que el paro es un montón de vándalos violentos pagados por Maduro. Muy poca gente cree eso
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Las encuestas de la semana pasada muestran un abrumador apoyo ciudadano al paro. La clase media está con el paro mayoritariamente. Hay diferencias sobre las formas: la mayoría también está en contra de los bloqueos. La narrativa que, sin duda, ha perdido es la de que el paro es un montón de vándalos violentos pagados por Maduro. Muy poca gente cree eso. Las redes sociales que han mostrado abusos de la fuerza pública sirven para hacer contrapeso a los medios que se enfocan en la violencia de los vándalos. En este contexto, es obvio que las próximas semanas serán definitivas para ver hacia dónde va este paro.
Y, la pregunta fundamental, será cuál va a ser la conducción política de la movilización. Es inevitable. Un grupo grande de seres humanos jamás va a coordinarse sin una estructura clara de tomas de decisiones, que usualmente termina siendo jerárquica. Las personas con más experiencia, usualmente desde la izquierda que conoce y ha estudiado las movilizaciones, llaman a darle más peso al comité del paro o a que se conformen asambleas regionales. Esos llamados son difíciles porque la gente en la calle no está esperando órdenes. Sin embargo, basta con ver algunos procesos de movilización como han terminado: en Chile, con una constituyente; en España – el 15-M- con la irrupción de Podemos como partido político importante; en Estados Unidos – Occupy Wall Street- con la consolidación de figuras como Sanders y Ocasio-Cortez. La movilización ciudadana o se tramita por alguna expresión política o se disuelve.
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El apoyo mayoritario al paro se va a diluir si no hay una agenda concreta, una reducción de la violencia y cese de los bloqueos. El gobierno jugará a que pasen los días
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En Colombia no hay un estado insurreccional. Duque no se va a caer. Los militares no van a dar golpe. Las mayorías no van a llenar las plazas indefinidamente. El apoyo mayoritario al paro se va a diluir si no hay una agenda concreta, una reducción de la violencia y cese de los bloqueos. El gobierno, ya solamente afincado en el poder que le da manejar los organismos de control y el presupuesto nacional, jugará a que pasen los días.
Yo siento que este paro es la semilla para un cambio sin reversa. Decía en la primera frase que era eso, una sensación. Ya expliqué las razones, pero también hay emociones: ver de cerca la devastación del covid, con su impacto para las familias, para la salud de las personas, para el trabajo, para las relaciones personales, me hacen sentir que el sentido de la vida va a terminar cambiando por siempre. Eso, por supuesto, tiene un componente personal de cómo uno entienda la vida y la muerte, pero la hipótesis de la columna es que, inevitablemente, el contenido social de ese cambio dependerá del orden político. Al cambio sin reversa que se viene hay que darle un contenido, que no cabe en un tuit ni en una pancarta. Y una conducción porque sino se estallará por su propia fuerza. Sería, en ese caso, lo que sabemos: el paro que lo cambió todo para que nada cambiara.
@afajardoa