Colombia está atravesando uno de los momentos más complejos e icónicos. Desde 1948, el país ha sido testigo de una violencia que se repartió entre conservadores, liberales, Farc, M-19, ELN, AUC, Ejército, Esmad, Policía, bacrim y un sinfín de actores que han nublado una realidad que los medios de comunicación se encargan de tapar.
El descontento del pueblo que hoy se manifiesta en las calles y que hace sonrojar a los sectores más elitistas no es culpa de la pandemia, no, es la acumulación de injusticias y arbitrariedades contra los estratos menos favorecidos. Una muestra de esto es el indicador del Dane que muestra cuándo comienza la pobreza para una persona, que se ubicó en $331.688, y que la directora del noticiero de RCN Radio, Yolanda Ruiz explicó de forma exquisita en su anterior columna de El Espectador.
Ahora que las redes sociales permiten evidenciar los eufemismos de los medios, los colombianos yo no pueden permitirse lo que por décadas hicieron: mirar para un costado. Las huelgas, los desabastecimientos en los supermercados y los incrementos en los alimentos básicos son la punta del iceberg de un Estado fallido, dividido en dos corrientes políticas y movido por un solo patriarca.
Cientos de los jóvenes que desde hace 16 salieron a las calles a luchar por un ideal a duras penas podrán ingresar a una universidad o competir mano a mano con estudiantes de otros países, porque la educación es otro de los temas que descuidó el Estado hace varios años.
Estado de guerra
Aquí ni los ricos ni los pobres son los culpables. La desigualdad social limitó las oportunidades y dejó aisladas a cientos de familias que fueron desplazadas por una guerra de casi 60 años o por el narcotráfico que tanta fama nos hace en Netflix. Alberto Carrasquilla era el reflejo de esa brecha que existe entre el estrato 1 y el 6, porque cuando se tienen todas las ventajas es difícil ponerse en los zapatos del que a duras penas come dos veces al día.
El panorama parece no mejorar. Al contrario, es más complejo cuando vemos que Cali y sus alrededores se asemejan a auténticas trincheras, que la Policía no respeta ni a quienes protegen los derechos humanos y que los políticos de vieja guardia aparecen como "salvadores" para darle una mano al presidente de turno, cuya impopularidad es proporcional a las decisiones que está tomando.
Quizás la cita más acertada para cerrar esta reflexión es la del periodista y exfutbolista argentino Diego Latorre, quien durante el partido entre Junior y River Plate por Copa Libertadores, en un ambiente que parecía Siria o Irak en sus peores momentos, indicó: "Parece un acto de irrespeto hablar del fútbol cuando están pasando cosas graves que importan de verdad, al igual del fútbol, en otra escala". Porque al parecer lo único que interesa hoy por hoy es que Colombia organice la Copa América para quedar bien con Conmebol.