En el año 2002, ad portas de unas elecciones legislativas en Alemania, la popularidad del canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder estaba por los suelos y los conservadores alemanes le aventajaban en seis puntos en casi todos los sondeos. Los socialdemócratas iban a recibir, previsiblemente, una rotunda y contundente derrota en las elecciones convocadas para septiembre de ese mismo año hasta que ocurrió el “milagro”.
En agosto de ese mismo año, los ríos Mulde, Elba y Danubio se desbordaron, debido a unas potentes lluvias de verano, y numerosos pueblos y ciudades alemanas quedaron devastadas a causa de las riadas. Schröder se puso las botas pantaneras, agarró a todo su equipo y visitó todas las zonas afectadas, hablando con la gente, liderando la reconstrucción y dando ánimos a los afectados. Se colocó al frente del país, con fuerza, valentía, brío y energía, convirtiendo una catástrofe en un soplo de vitalidad y unidad nacional frente a una grave crisis. Entonces, el canciller Schröder, cabalgando en medio de la catástrofe, ganó las elecciones de septiembre de 2002, derrotando a los peores pronósticos y a las encuestas.
El presidente Iván Duque, en medio de la más grave crisis nacional debido a los paros, ha estado dudando hasta el último momento si ir hasta Cali, ciudad incendiada y sumida en un caos total debido a las protestas, el bloqueo de sus principales vías y también a la falta evidente de liderazgo. Obligado por las circunstancias y por las críticas, incluso algunas desde su mismo partido, Duque finalmente ha viajado hasta Cali para realmente no decir nada y seguir en ese tono dubitativo que le acompaña desde sus primeros días de gobierno, como si el país le hubiera quedado grande y careciese de ideas y equipos para gestionar la actual situación.
¿Por qué es tan impopular Duque? Cuando al presidente le quedan todavía muchos meses de gobierno por delante y algunos tienen serias dudas acerca de si podrá concluir su mandato, es hora de analizar las razones de la impopularidad de unos de los presidentes que si sigue empeñado en sus errores, como pretenden algunos de sus colaboradores, podría encabezar con deshonor la lista de los peores presidentes de la historia de Colombia.
En primer lugar, hay que bajar a la calle, como Schröder, hablar con la gente, codearse de tú a tú con los vecinos de tu barrio, dejar a los guardaespaldas en casa y patear las calles, conocer los problemas de los ciudadanos de a pie, no que te los cuenten, y conocer la realidad de tus ciudades y pueblos. Al parecer, el presidente Duque cuando hace la compra va acompañado por decenas de guardaespaldas y escoltas, vacía los supermercados para no toparse con la gente y nunca pasea por ningún sitio ni habla con nadie, es un perfecto desconocido en su país y de su país. Salga a la calle, presidente, y compórtese como un ciudadano más, abandone esa máscara, distante y fría y verá que a lo mejor las cosas comienzan a mejorar por sí solas sin necesidad de tanto asesor de salón.
Como segundo elemento que explica su fracaso es su estrategia mediática, articulada y vertebrada en esa vomitiva intervención televisiva diaria en el programa Prevención y acción, alarde de propaganda barata que provoca náuseas a millones de colombianos y que no ha conseguido, en términos de popularidad, levantar la maltrecha imagen presidencial. Como señalaba el periodista Santiago Torrado, “Durante la fase más aguda de la crisis, el mandatario colombiano, de corte conservador, comunicó mucho pero no mostraba acciones concretas. Más que un escenario de rendición de cuentas, su programa se siente como un monólogo”. Desde luego, pero un monólogo soporífero, repetitivo, simple y pueril.
Luego la saturación televisiva, como señalaba el diario español El País, puede llegar a ser contraproducente: ”Cuando un presidente habla todos los días, como lo está haciendo Duque, genera varias consecuencias nefastas para él en términos de imagen”, apunta Eugénie Richard, docente experta en comunicación y marketingpolítico de la Universidad Externado de Colombia. Las intervenciones de un mandatario deben mantener cierta aura y solemnidad, señala, estar reservadas a grandes momentos en los que hay que convocar a la nación. Esta saturación del espacio mediático hace que la palabra presidencial pierda su importancia. Y eso es grave en términos de reputación”.
En política, además, hacen falta los buenos escuderos, algo que se echa en falta en este ejecutivo. Los ministros de Duque son unos perfectos desconocidos, porque muchos nombramientos no se hicieron atendiendo a criterios de profesionalidad, sino más bien a cuotas políticas y a la cercanía con el presidente, que se ha llevado a su administración a numerosos cuadros y amigos de su antigua universidad, la Sergio Arboleda.
Si se hiciera un estudio de mercado sobre qué ministros conocen los colombianos y a cuántos podrían nombrar, el presidente podría saber de primera mano a que grado de irrelevancia y desconocimiento ha llegado su equipo de gobierno. Este tercer elemento que explica la impopularidad de Duque tiene mucho que ver con la ausencia de un liderazgo sólido, con autoridad política y moral, y a la falta de un verdadero equipo profesional, audaz y con capacidad política para ponerle pasión a la resolución de la crisis. La política, señor Duque, tiene mucho que ver con la pasión, tal como le puso el canciller alemán Schröder al enfrentar las inundaciones y salir a la calle a levantar el ánimo de la gente desesperada.
Esa falta de equipo, de hombres capaces, alrededor del presidente, le llevó a Duque a tomar decisiones erróneas, como la famosa reforma tributaria del defenestrado Carrasquilla, el hombre que no sabía el precio de un huevo en Colombia. “Pues se necesita una inconsciencia muy particular, una desconexión con la realidad muy aguda, para encontrarse así, en medio de una crisis de salud que ha matado a 70.000 personas, y proponer un impuesto del 19% a los servicios funerarios”, escribía en un periódico español el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.
Medio millón de negocios han cerrado. La pobreza aumentó en 6,8% y ya supera al 42% de la población. Hemos perdido quizá una década y los datos económicos, en general, son los peores de la historia desde que se tienen datos en el país. El desempleo se ha convertido en algo generalizado entre los más jóvenes, que ven como sus expectativas ante el futuro más próximo son nulas y quizá solamente les quede abierta la puerta de la emigración. Esos millones de jóvenes, abandonados durante décadas por sucesivos gobiernos, son ahora el germen de las protestas que vemos en nuestras ciudades y pueblos. Lo sorprendente no es que estas manifestaciones y marchas hayan surgido casi como un rayo inesperado, sino que haya todavía gente, sobre todo en nuestra elite política y económica, que se sorprenda de que la gente proteste y esté masivamente insatisfecha. Eso revela la desconexión entre el país real y nuestra elite, que vive realmente en otra galaxia, y que se está revelando como absolutamente incompetente, incluido su presidente, para sacarnos del agujero en que nos encontramos. Que Dios nos coja confesados.