El paro nacional o la olla que puede seguir explotándonos en la cara

El paro nacional o la olla que puede seguir explotándonos en la cara

"No hay sueño revolucionario romántico impulsado por la necesidad de un mundo más justo y menos desigual, hay, en cambio, un batazo de realidad visceral y lacónica"

Por: Sebastián Acosta Zapata
mayo 12, 2021
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El paro nacional o la olla que puede seguir explotándonos en la cara
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

Colombia ya casi completa 15 días en manifestaciones constantes y prolongadas, y cada vez más violentas y degradadas. La gota que derramó el vaso fue el intento de una reforma tributaria lasciva contra los sectores medios y populares del país. Y a los ricos, muy ricos apenas los nombraron. ¡Y estallamos! O al menos hay una fisura de todo lo que se venía gestando desde siempre.

Este país, como toda América Latina, es profundamente desigual y pobre. Lo dice ONU, Cepal, Oxfam y muchos más. También es muy violenta, de 3 muertes violentas que ocurren en el mundo, 1 pasa en nuestro subcontinente, siendo apenas el 13% o el 15% de la población mundial. Y en parte el legado colonial, las élites del poder y la forma cómo nos estratificamos, son muy responsable de ello.

No nos consideramos nunca como iguales, ni en la colonia ni hoy. “Somos naciones a pesar de nosotros mismos”. El grandioso artilugio de la filosofía política que habla del necesario contrato social para la construcción del Estado no es más que una ficción porque todos no nos sometemos a él. La justicia no es la misma para todos, y los derechos son más privilegios particulares que obligaciones universales. Tocqueville, Rousseau y el mismo padre del liberalismo, Locke, hablan de lo importante que es para un Estado y una democracia tanto la libertad como la igualdad, lo que pasa es que lo hemos olvidado.

En particular me gusta cuando Locke avala el “derecho a la rebelión”, es el recurso último del pueblo (que para el liberalismo clásico no son todos, sino los potentados, pero eso posiblemente ya lo superamos) cuando el gobierno no respeta ninguno de los derechos naturales del hombre: vida, libertad y bienes. No ocurre por una mala gestión, porque la gente aguanta mucho, sino por procesos de inercia que, generación tras generación, niega esos derechos naturales.

Dando un salto de garrocha, se me vienen a la mente las revoluciones grandiosas que cuentan la historia y que estudiamos. Empiezo por la que nunca consideramos como una revolución sino como una “gesta independentista para librarnos del yugo español”. El nacimiento de nuestras naciones tuvo mucha sangre, mucho caos. Fue una barbarie. Inició exigiendo participación en las decisiones del reino cuando Fernando VII fue capturado por Napoleón, y terminó con la independencia de “Las Américas”. Las Juntas de Cádiz no venían como interlocutores válidos a los nacidos en estas tierras y tampoco veían como una posibilidad reducir su poder, ni compartirlo, ni perderlo aquí. También hubo saqueos, también hubo crisis económica, también hubo aprovechados, también hubo desmanes e injusticias.

La Revolución Francesa de 1789, nos llegó a nuestros días edulcorada con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, pero la parte de la barbarie de la guillotina y del Terror de los Jacobinos (1792-1794) no llegó muy a ser muy presente en la mitología del surgimiento del Estado moderno. Así como el gran vacío de poder (Furet) que hubo en ese tiempo y que solo capitalizaron los Jacobinos. Víctor Hugo en Los Miserables cuenta la cotidianidad en “la rebelión de junio de 1832”. Las barricadas y los desmanes de lado y lado. Y en la Revolución de octubre de 1917, en Rusia, persiguieron y masacraron a todos los aristócratas y grandes dueños de los medios de producción, así como a la monarquía, tal vez inspirados en la Revolución francesa, y hubo un vacío de poder que solo logró concretarse cuando los bolcheviques se toman el poder por la fuerza y desplazaron a los otros grupos revolucionarios, que no eran pocos.

El conflicto es una relación social, y como tal es consustancial a la historia del hombre en sociedad. Como toda relación, cambia, mutua y está en constante transformación, así como el resultado final. Porque todo conflicto siempre apunta al cambio social, que es tan incierto.

Ahora, en todos los ejemplos que me he atrevido a citar ha habido degradación. Hoy estamos viendo en primera fila eso. Y más en Cali. Un gobierno nacional cada vez más solo y acorralado, y que como todo animal solo y acorralado se vuelve más violento; unos gobiernos locales sin ningún tipo de injerencia; unas élites déspotas y mezquinas; una fuerza pública con disposición para agredir y violentar; unas clases medias y acomodadas excluyentes y cansadas de los que siempre han estado cansadas; un sector productivo egoísta e individualista, como fiel heredero del liberalismo; unos medios de comunicación masiva cada vez más develados hacía el poder, complacientes con los poderosos, duros con los desposeídos; unos sectores pocamente enriquecidos e hijos de su débil estatus, que procuran defender a sangre y fuego realmente. Y luego, al final de todo, la gente que se manifiesta.

Jóvenes desposeídos, sin esperanza de futuro, marginados y excluidos, y que sienten que todo está mal porque a ellos les va muy mal, y tienen razón. Habrá algunos que han pensado más que sentido, otros no, porque la educación misma que han recibido, otorgada por el Estado, es deficiente. Habrá algunos que aprovechan oportunidades para recoger las migajas: cobrar peajes ilegales, saquear estaciones de gasolina y tiendas en general, y robar. Mostrarle a los que siempre los hemos invisibilizado, su hambre, su sed, su pírrica ambición, su agencia sentida, más que pensada. Ese último y marginal eslabón de nuestra estratificada sociedad no está pensando en la insurrección popular ni en acabar con las élites, ni en un futuro mayor a 6 horas. Son los que más han degradado la situación hoy, porque siempre estuvieron degradados. Las nociones y dimensiones de la vida cambian cuando el futuro no se piensa a 20 o 30 años, sino a 6 horas.

Los que hoy están en primera línea son los que siempre han estado en última línea. Los muchachos que están dejando la piel en la calle, los que le ponen el pecho a las balas, los que a tiros responden con piedras, los que también son producto de la desigualdad, injusticia y marginación, son los que no están bajando los brazos. Ellos sí se piensan el futuro más allá a seis horas aunque lo único que tienen por perder es la vida, porque se sienten y se saben que esto, tal vez, pueda nivelar la cancha para que ellos puedan jugar con condiciones similares al resto el juego de la vida. Ellos son diversos y entusiastas, y a lo mejor nunca habían tenido sueños tan grandes como los que empezaron a construir hace 15 días, ni habían comido tan bien, ni habían aprendido tanto, ni habían sido tan importantes para el resto, para nosotros.

Cualquier análisis que se haga, o cosa que se escriba, siempre será famélico y minúsculo ante una realidad tan compleja, vasta, interminable, y muy difícilmente descifrable. No hay sueño revolucionario romántico impulsado por la necesidad de un mundo más justo y menos desigual socialmente, hay, en cambio, un batazo de realidad visceral y lacónica, que puede seguir sumergiéndose en espirales de degradación.

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