De farras, jolgorios y otros demonios en Cartagena

De farras, jolgorios y otros demonios en Cartagena

"Dicen por ahí que están prohibidas las aglomeraciones y las fiestas públicas por la contingencia del COVID-19. Pero acá hay todos los días"

Por: Winston Morales chavarro
mayo 03, 2021
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De farras, jolgorios y otros demonios en Cartagena

A propósito del Día Internacional de Concienciación sobre el Ruido.

En Cartagena de Indias no existe el derecho al silencio. El silencio, que debería constituirse en otro derecho fundamental, nunca se halla en las murallas ni en el resto del "Corralito de Piedra". Acá todo el tiempo es fiesta, bulla, ruido, jolgorio y pachanga. "En Cartagena de Indias parece que todos los días fueran festivos", me dijo Emilio Ballesteros Almazán, un amigo español que visitó la ciudad hace un par de años.

Para quienes concedemos un valor excepcional a la tranquilidad y a la música de la naturaleza, Cartagena es una ciudad inviable e invivible. Lo peor de todo es que no hay autoridad. "Bienvenido a la costa", me respondieron de la estación de policía cierto día que llamé a poner las quejas a eso de las tres de la mañana. "Todos los días hay música a alto volumen", rezongó al otro lado del teléfono la mujer que contestaba. Se ha naturalizado tanto el ruido que cuando los estudiantes costeños llegaron a la Universidad de Pamplona (Norte de Santander) pensaron que la ciudad estaba de luto. Y entiendo que el medio lo determina todo, que una cosa es nacer en el fragor y el estruendo del caribe colombiano y otra muy distinta en las faldas de las montañas que besan y bordean a Neiva, Tunja, Manizales o Popayán. Eso lo entiendo; el caribe es alegría, fragor, sudor, pálpito.

Pero en estos tiempos, y más cuando la muerte nos sonríe todos los días en la cara (que digo, nos saca la lengua) la empatía debería habitar en nuestros corazones, entender que en medio del dolor de muchos, el silencio es un derecho que debe ser firmemente respetado. Todos aspiramos y anhelamos al silencio, incluso en las horas más festivas. Y si a usted le gusta la champeta, el reguetón, la salsa, el trap está en todo su derecho, puede oírlos a las horas que estime conveniente (ojalá con audífonos) pero lo que no puede es tratar de democratizar su ruido (incluso el mal gusto de algunas de sus canciones) invadiendo con su música los espacios íntimos y personales de sus vecinos. El picó (de la voz inglesa "pick-up") de su solar puede reproducir la Novena Sinfonía de Beethoven, pero a ciertos decibeles esa sinfonía también puede ser una tortura, una descarga eléctrica en el más fino de los oídos.

Dicen por ahí —en Cartagena de Indias parece que fuera letra muerta— que están prohibidas las aglomeraciones y las fiestas públicas por la contingencia del COVID-19. En Cartagena hay fiestas todos los días y no necesariamente en la noche.

¿Cuántos policías hay en la ciudad? ¿Cuántos de ellos hacen respetar la norma y exigen el derecho? Según información de la propia institución hay más de diez cuadrantes y cinco estaciones. ¿Se ha naturalizado el ruido por parte de los uniformados?

El Código de Policía contempla que "perturbar la tranquilidad de la comunidad con ruido, reuniones o fiestas" debe ser castigado. ¿Por qué no se cumple ese principio en la amurallada? ¿Por qué todo el mundo anda campante, de barrio en barrio, de fiesta en fiesta, por las principales calles y avenidas de la ciudad?

Uno de los pilares de la modernidad y de la convivencia es el respeto al otro, el respeto a los otros. Debe existir un mínimo de consideración con el vecino que lee, con la niña que escribe, con el muchacho que estudia. Debe existir conmiseración con la mujer que acaba de parir, con el taxista que tiene el turno de la noche, con el ama de casa que sufre de migraña. La música que a usted le gusta no necesariamente le gusta a su vecino; lo que para usted es un disfrute, para su vecino puede ser un suplicio y un castigo. Sus derechos terminan donde comienzan los de los demás, y en términos de música y de ruidos las fronteras son invisibles, pero absolutamente cercanas. Haga el ejercicio de imaginar a un adolescente de su barrio "enamorando" sus oídos en el tremendo picó del Rey de Rocha mientras suena Welcome to the jungle de los Guns N’ Roses o Hammer Smashed Face de Cannibal Corpse. ¿Le gusta la idea?

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