Cuentan algunas versiones que cuando Roma ardía, el emperador Nerón tocaba la lira bailando desnudo; no es nuevo que las ciudades civilizadas ardan bajo la mirada tranquila de sus dirigentes. Basta con revisar el pasado, una historia de infamias.
Colombia ha vivido esta semana un escenario apocalíptico, resultado de un estallido social que ha mostrado la indignación del pueblo con sus gobernantes. Sin embargo, antes de atender lo inmediato, pongamos en contexto el resultado del presente. La generación de nuestros padres y abuelos, quizá por ignorancia o quizá por emoción, ha elegido durante más de 30 años a la misma clase política reencauchada en los discursos esperanzadores de siempre. El cambio lo estamos presenciando hoy. La hija de Pizarro o el hijo de Lara Bonilla en el Congreso, el hijo de Galán en el Concejo y así por todo el país. Los hijos de los mismos son los que han tomado las decisiones.
Me cuesta creer que el gobierno actual ha sido el que más votos haya sacado en la historia. Tres años después, los mismos que lo apoyaron lo tachan de incapaz y de inexperto. Si bien cada uno de sus antepasados, no sin entelequias, ha dejado su legado: Gaviria, la apertura; Pastrana, el Cagúan; Uribe, la guerra; y Santos, la paz. El joven Duque, que hace cabecitas en televisión, toca la guitarra y hace piruetas, a un año de entregar su mandato no aspira a hacer ningún proyecto ambicioso. Se va sin un legado, pero eso sí, deslumbrado por los focos del estudio donde vive.
Es por eso esta semana la juventud desbordó las calles de más de 73 municipios en todo el país. Sus voces se unieron en medio de las aturdidoras, el fuego y las piedras para gritar la indignación, la desidia y el hambre. Los ciudadanos de todas las clases se unieron en una rebeldía nunca antes vista, dispuestos a reivindicar la memoria de sus ciudades. Lograron derrumbar una reforma, muchas estatuas y los mitos de quienes no creen que en las calles se debaten los cambios.
En el tercer pico de la pandemia, el COVID-19 arrastra a la última generación de nuestros abuelos. Ahora somos los jóvenes los que cuidamos a nuestros padres. Ahora en nosotros recae la responsabilidad de hacer patria, ese sentimiento que es más una convicción que una realidad. Cada uno de nosotros es consciente del poder de una generación informada, cohesionada, valiente, esa conciencia colectiva nos tiene que llevar a votar bien, a levantar nuestras voces ante las injusticias, nos tiene que hacer brotar esa semilla de patriotismo que inspiró a Bolívar, a Galán, a Garzón, y nunca olvidar sus palabras:
“Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvarlo, nadie”.