El terror de protestar en Colombia

El terror de protestar en Colombia

"Los paros están condenados a ser debilitados a punta de violencia. No hay marcha en donde no lleguen un par de vándalos a dar la excusa para que el Esmad reviente"

Por: Christian Manuel Castro
abril 29, 2021
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El terror de protestar en Colombia
Foto: Las2orillas / Leonel Cordero

El 28 de abril de 2021, contra toda expectativa y en medio de una pandemia, el pueblo se vuelca a las calles. En Bucaramanga, particularmente, se vive la exacta definición de una marcha pacífica e inofensiva, colmada de puro pueblo, sin distinción de edad, sexo, raza, clase social o equipo de fútbol. Avanza en medio de música y culmina en la Plaza Galán con un plantón, que, para ser sinceros, parece un picnic de familiares y amigos. Sentados en el suelo, se concentran, sin representar ninguna amenaza más que la de la democracia viva. Ni siquiera se ven personas haciendo grafitis o alguna escaramuza con la policía; todo paz y dignidad

Mientras el sol de la tarde cae sobre la plaza y el viento lozano bumangués refresca a los manifestantes, cualquiera puede pensar que la jornada acabará tranquilamente. Hasta que alguien decide que ya ha sido suficiente democracia. Aquel director sin rostro, del que nadie habla, pero todos creemos conocer, rascándose la barriga y babeando de excitación, frente a sus quince monitores, levanta el teléfono y da la orden: luces, cámara y acción.

De golpe y sin aviso, aparecen diez encapuchados y empiezan a lanzar piedras a las ventanas del Palacio de Justicia, quebrando algunas. En ese instante, el plantón más tranquilo de la historia se rompe, las familias y los amigos se repliegan detrás del escenario de disturbio, protegiéndose entre ellos. Cuando llega el Esmad, la voz ingenua de un abuelo comenta que han llegado a proteger a los ciudadanos y a contrarrestar a los "vándalos", pero aquella especie de androides, más máquinas que personas, ignoran a los que tiran piedras y avanzan implacablemente ante la inmensa multitud pacífica que se resguarda de la situación.

"Que reviente", ordena el director y babea expectante. Primer estruendo. Los manifestantes intentan alejarse de la situación, salir por algún lado, su intención no es precisamente quedarse. Segundo estruendo, lanzan el gas lacrimógeno directamente a la multitud y la calma se pierde, empieza la correría y el sálvese quien pueda. Tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo estruendo. Todas las salidas de la plaza están repletas de gas. Los jóvenes, ya curtidos en el arte del tropel, dan instrucciones a los ancianos y adultos para batallar contra el gas lacrimógeno, pero el pánico y el terror se apodera de todos. El ambiente es insostenible, dantesco, las personas corren ahogadas en sus propios mocos, se escuchan arcadas, el cielo es azul, pero para algunos ya se vuelve morado, gritos, confusión, terror, terror y terror.

El pueblo intenta escabullirse entre calles de la inmensa nube de gas verde vomitivo que arropa a la Plaza Galán, pero en cualquier punto se encuentran Esmad apuntándoles al cuerpo con escopetas y marcadoras. Corran, hijueputas, dice uno de los androides, en medio de risas.  Los ciudadanos, hechos más mocos que personas, salen a la Carrera 15 buscando refugio, pero solo encuentran otro escuadrón del Esmad, quienes, sin asco alguno o temor de nada, nuevamente apuntan sus armas y disparan más gas. La marcha más pacífica e inofensiva de la historia se revienta, se disuelve, la gente se retira a sus casas agotada. En un lugar, qué aún no sabemos, pero pronto si, el director oculto ríe a carcajadas y sus babas ya le empapan el vestido. La puesta en escena ha terminado, los actores hacen la venia y el aplauso pútrido de la opresión resuena.

El paro nacional de 2019, aquellos días maravillosos repletos de dignidad, en dónde se protestaba todos los días, de todas formas y en todos los lugares, no perdió fuerza por casualidad. No, de ninguna forma: lo ablandaron a punta de gas, bala, estruendo y terror. Y así ha sido y así será hasta que no se hable y se exponga la estrategia terrorista que adopta el Estado para mermar la fuerza de las manifestaciones sociales: infiltrar y actuar con una represión de escándalo.

En Colombia los paros están condenados a ser debilitados a punta de violencia estatal. No hay marcha pacífica en donde no lleguen un par de vándalos a dar la excusa para que el Esmad reviente. Pero el Esmad tiene ojos, saben quiénes son los vándalos, que son pocos y que pueden controlarlos, pero no van hacia ellos, sino hacia la inmensa multitud pacífica. Y no disuelven con un gas, sino que revientan con docenas de lacrimógenas en todas las salidas posibles, para generar caos y terror. Al final, ninguno de los vándalos es capturado y si la inmensa mayoría pacífica es reprimida. ¿Por qué será? ¿Quién se atreve a ser malpensado?

Si bien es cierto que existen vándalos en propiedad, personas que expresan su inconformismo rompiendo el mobiliario o ejerciendo violencia, hasta que no se pruebe que aquellos son personas del común, siguen teniendo la misma o más posibilidad de ser un policía infiltrado. ¿O es que acaso la excelente reputación de la Policía Nacional hace pensar lo contrario? ¿Es acaso algo impensable de la policía colombiana? No lo es, se ha documentado hasta la saciedad la infiltración de personas dedicadas a agitar marchas y a crear pretextos para que el Esmad reprima con violencia; basta googlear para corroborar. Además, con puestas en escena tan obvias como la de ayer en Bucaramanga, solo queda más que confirmado que algo raro ocurre y que es sistemático. ¿Quién es el director que babea excitado por la belicosidad? ¿Quién da la orden?

Hay que decirlo fuerte y claro: en Colombia no se puede protestar en paz. Por el contrario, da terror salir a manifestarse. Y si no se puede protestar, es porque en realidad no estamos en democracia, sino en un Estado autoritario que, además de cooptar entes de control y concentrar el poder, tiene una política de represión terrorista de las marchas. Infiltran y reprimen con una fuerza bestial, para que el manifestante se lo piense dos veces antes de salir a protestar. ¿Empezamos a hablar de esto ya o cuándo?

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