No hay duda de que un proyecto de reforma tributaria es uno de los textos más escrutados, analizados y discutidos que puede radicar un gobierno. La tercera reforma tributaria del gobierno Duque (con un nombre más patético e impreciso) y la más ambiciosa en lo que va del siglo no sería la excepción. Cada uno de sus 163 artículos han sido analizados con lupa por los equipos legislativos de los congresistas, en este caso, dada la enorme oposición, por todo el espectro ideológico. Académicos, expertos y hasta los medios han revisado los detalles de sus impactos. De ahí que hubiera sido diseñado por el equipo económico del Ministerio de Hacienda y revisado por el Ministerio del Interior con filigrana.
Mucho más cuando viene antecedido por una comisión de expertos; socializado con bancadas de gobierno y los técnicos de hacienda, todo esto para decir que Duque no tenía ni idea que su reforma busca gravar con IVA los servicios funerarios. En entrevista con Vicky Dávila expresó no entender por qué “eso estaba ahí”. ¿Acaso no se leyó el texto?
Lo que para muchos es una clara señal de honestidad, yo lo veo más como una muestra del nivel de desconexión del presidente con parte de su equipo. Duque no solo está desconectado del país y la ciudadanía, al parecer, su equipo económico goza de mucha autonomía creativa. Ahí lo grave es que es él quien debe asumir todo el costo político, pues Carrasquilla y su viceministro Londoño, el primero que ni sabe el precio de un huevo y el segundo que dice sin pudor que el café no es un producto básico en la canasta familiar, no son políticos. Solo son tecnócratas que al concluir el gobierno volverán a torres de marfil académicas o a firmas de consultoría. Es Duque, como suprema autoridad administrativa y garante de su equipo, quien termina asumiendo el costo político de la “ligereza” de sus funcionarios.
El poco capital político que le quedaba se lo arrasó su tercera reforma tributaria y de paso, para fortuna del país, se está llevando al uribismo por delante.
Desconocer que la reforma busca gravar los servicios funerarios, en medio de la mayor mortandad de la historia reciente, afrontando una crisis social y económica que solo ha dejado muerte y devastación, es una señal extrema de indolencia. Eso solo lo puede pensar una persona con el sentido de la empatía hecho polvo, incrustado en la tranquilidad de las élites, un sinvergüenza al que no le importa el sufrimiento de millones de personas. Para Duque fue un error, eso sí, lo justificó al afirmar que no generaría mayor recaudo. Que un presidente no conozca al detalle el articulado de su reforma más ambiciosa, presentada en un momento sumamente inconveniente y con la popularidad por el suelo, no me cabe en la cabeza.
Hasta me da cierta tristeza porque conocí y destaque el trabajo del Duque senador, tampoco creo que sea el bruto extremo que pintan en algunos memes, pero si está haciendo mucho mérito para que lo crea. Cada vez está más desconectado.
En la ambientación de la reforma tributaria se presentaron muchos errores; primero, salen los técnicos que nunca han tomado aguapanela a dar cátedra de consumo en los hogares; segundo, no se adelantó una adecuada socialización con las bancadas de gobierno, es decir, no se aseguró previamente que el proyecto ingresaba con unas mayorías fijas, eso era responsabilidad del ministro del Interior y no pudo; tercero, ni la bancada del partido de gobierno conocía con detalle el texto. Apenas el Centro Democrático acaba de proponer un texto sustitutivo que de facto reestructura la reforma.
Son pasos básicos que debe recorrer un proyecto de ese tamaño y eso Duque lo tiene claro, pues siendo senador integró la comisión económica y le toco lidiar con dos reformas del gobierno Santos. Ahí no sé qué pasó o es que Duque le dio mucha larga a su equipo (nada que ver con la microgerencia de Uribe), se desentendió del asunto o se dedicó a preparar su programa de televisión, sin preocuparse por leer el articulado del proyecto.
Como ha cambiado el Duque presidente del Duque senador. Si hoy fuera oposición, seguro sería un activo contradictor de la reforma, con argumentos e invitación a las movilizaciones ciudadanas. Así lo hizo con Santos cuando despedazaba sus reformas tributarias. Muchas veces le di la razón. Ahora, solo da es pena. Vaya legado el que va dejando quien solo llegó a la presidencia impulsado por el fantasma del castrochavismo, el Ñeñe Hernández y el miedo a Petro. Tampoco se podía esperar mucho de alguien así.