¿Qué tal todos los ingredientes de corrupción, violencia, abuso del poder, falta de justicia y burla de la misma, y todo lo que estamos viendo inermes los colombianos todos los días? Parecemos narcotizados; nada nos mueve. Todos lo vemos y lo dejamos pasar como si nada. Perdimos la capacidad de asombro. La situación del país en todos sus frentes se nos volvió paisaje.
Este no era propiamente el tema que tenía para el regreso de mis vacaciones, pero lo que estamos viendo hoy en nuestro país no permite más que hablar de una nación prostituida desde donde se le mire.
Colombia está en actitud de “mujer fácil”, como decía mi mamá. De piernas abiertas para un Congreso ávido de prebendas y de la mermelada que hay que darle a cambio de todos los votos que puso para la reelección, y para que apruebe todo lo que se viene, comenzando por la reforma tributaria.
De piernas abiertas en un proceso de paz permisivo, en el que hemos tratado de creer pero que parece una burla; con un remedo de guerrilla oligarca que descalifica, desmiente y ridiculiza al creador del asunto; que transgrede los límites de la negociación, que se toma el tiempo a su antojo, entre habano y habano, y desconcierta cada día más a la mayoría de colombianos.
De piernas abiertas con unos organismos de control politizados y al servicio del Gobierno. Para no ir tan lejos miremos la Fiscalía General de la Nación, con un líder que en nada se parece al del comienzo de su gestión —equilibrado y sensato—, que se ha mostrado bocón, parcializado y cómplice de actos circenses como el del inflado hacker, un chiflamicas del espionaje criollo.
De piernas abiertas ante la indiferencia de gobiernos que por décadas pudieron evitar el fallo de La Haya frente a nuestro disminuido archipiélago de San Andrés.
De piernas abiertas ante una sociedad que se fija más en la sexualidad de sus dirigentes, que en valorar su aporte a la construcción de este país desde sus diferencias.
De piernas abiertas para los pocos beneficiados con la inoperancia y las carencias del sistema de salud
De piernas abiertas ante una justicia inoperante, también politizada y con “roscograma propio”, a la que no se le ha querido reformar y actualizar al ritmo que exige la aparición constante de nuevas formas de delincuencia y corrupción frente a carruseles hasta de pañales, y de exfuncionarios públicos que se van del país fácilmente para evadir, o por lo menos no enfrentar con entereza los cargos que se les imputan.
De piernas abiertas ante el más perverso de los alcaldes que ha tenido Bogotá y cuyo mejor símbolo de su fallida gestión es la máquina tapahuecos.
Podría seguir enumerando muchas más razones para justificar por qué pienso que Colombia es un país de piernas abiertas. Agregue las suyas para que vea que se queda sin sueño como yo, aburrido de tanta porquería y concluyendo que en términos crudos y reales, nuestro país está empalado con la complicidad que genera nuestra indiferencia.
¿Feliz resto de semana?