Nunca pensé que en medio de esta vorágine de acontecimientos tuviese que escribir mi columna semanal para dedicarla a La Gorda, Deidania Delgado. Siendo una mujer que se merece todos los homenajes, jamás imaginé el día que las dos fuimos diagnosticadas con covid, la Gorda –como la llamábamos cariñosamente- ya no fuera a estar con nosotros apenas una semana después. Hoy en medio de mi proceso de recuperación y devastada por su partida inesperada en nombre de mi familia y del mío propio le dedico estas líneas a mi amiga, a mi compañera de vida.
Deidania no era mi empleada, era parte de mi familia. Más de treinta años juntas, conllevando alegrías y sinsabores, viendo crecer y ayudando a criar a mis hijos y nietos, acompañándome en lo público y en lo privado. Con la alegría y el sabor de la gente de Buenaventura donde había nacido, la Gorda llegó a mi vida por la salsa y la cocina, dos pasiones que compartimos ambas. Estábamos impulsando un proyecto cultural y gastronómico en Medellín de comida de mar que fue un gran éxito gracias al sazón de la Gorda. Todos quienes la conocieron darán fe de su capacidad de crear y de comunicarse a través de la comida. Era un sabor del otro mundo, porque le encantaba cocinar. Lo hacía con amor, con el toque exacto de sal y cariño como me lo repitieron tantas veces quienes probaron sus exquisiteces.
Era un sabor del otro mundo, porque le encantaba cocinar
Negra rebelde se ufanaba de haber sido parte de las protestas contra la Sociedad Portuaria de Buenaventura y haber estado presa por ello. De gran agudeza e inteligencia, quizás si hubiese tenido otras oportunidades en su momento se hubiera destacado en la vida pública. Siempre leal en medio de mi conflictiva trayectoria política, tenía el sexto sentido de aconsejarme y alertarme de peligros y traiciones. Aunque algunos no lo notaran, estaba más al tanto de noticias nacionales e internacionales que muchos, y con la capacidad de identificar las notas o hechos que mayor influencia tuvieran para el quehacer político. El café de la mañana con la Gorda implicaba conocer el resumen de noticias. Con 75 años de intensa vida despotricó con su saber popular de los gobernantes del país desde Laureano Gómez por racista, hasta el actual presidente Duque por su ineptitud. Era claro que la Gorda tenía razón, y que una mujer del pueblo, negra, bonaverense y con su sensibilidad social no se podía sentir a gusto con cómo se ha manejado el estado colombiano.
Era un portento de mujer. De gran disciplina y muy estricta. Sencilla y humilde, pero exigente con todos los que trabajaban con ella. Con su amabilidad y voz gruesa se ganaba el cariño de todos y todas. De pulcritud impecable, memoria prodigiosa y gran capacidad para el orden Era ella la que sabía dónde estaba todo y nos conocía los gustos y disgustos a todos los miembros de la familia y a quienes frecuentaban mi casa. Meticulosa, muy arreglada y perfumada era mi asesora de estilo. No solo me aconsejaba sino que muchas veces me definía lo que debía ponerme acorde a la ocasión. Miles de anécdotas vivimos que no caben en estas líneas y en ninguna. La recuerdo cuando viajamos a Cuba y fuimos al Gato Tuerto a disfrutar de una velada de música del Caribe, donde la Gorda gozó como ninguna y dio muestras que llevaba la música y el ritmo en la sangre.
Con toda la familia, de paseo en Puerto Rico
Salsómana de tiempo completo y gran bailarina, digna hija del Pacífico: “Tengo derecho a ser feliz” nos decía la Gorda, refiriéndose a una de sus canciones favoritas. Con “Triste y Vacía” y “Por alguien que se fue” eran su trilogía musical. En esa pasión por la salsa y el baile también nos encontramos todos estos años.
Aunque no se le notaran los años, el tiempo y los descuidos le pasaron factura. No gustaba mucho de los controles médicos y con la pandemia desbordada no fue posible salvarla. Verla sufriendo y luchando por su vida durante 6 días en una UCI, me partió el corazón. Vivo en carne propia el dolor de las más de 71.000 familias que han perdido sus seres queridos en medio de esta tragedia sanitaria de la que no se ve fin próximo.
Repito, Deidania no fue mi empleada, era mi familia. Para mí la gorda se fue muy pronto, porque aún teníamos mucho por vivir. Seguía conmigo por su voluntad y me acompañó hasta sus últimos días en esta tierra. Estábamos no solo acostumbradas, sino proyectadas para seguir viviendo juntas y compartiendo todo. La gorda era para mí como una mamá. Como dice la canción fue la que más me amó y fui la que más la amé. La gorda no ha muerto, ha trascendido.
Este testimonio es para decirte gorda lo mucho que te quiero, lo triste que estoy y la falta que me haces. Eres una mujer irremplazable. Espérame en el cielo corazón, ya que te fuiste primero.