Las movilizaciones, marchas o mítines no son más que la expresión puntual del ejercicio del derecho a reunirse. Hay quienes se confunden y arman un escenario catastrófico.
La verdad es que el paro es una realidad. La mala gestión de la pandemia ya acabó con los pequeños comerciantes, los independientes y los rebuscadores, y esta obra se las debemos más a los gobernantes que a la movilización popular.
La marcha del 28 de abril estaba programada desde noviembre del año pasado, solo que el señor Duque colaboró echándole la gasolina de la reforma tributaria y la señora Claudia con sus cuarentenas estrictas. Tal para cual.
De suerte entonces es que ya ni siquiera se han necesitado los alienados que dicen "yo no paro, yo produzco", porque a esos ya los tienen paralizados hace rato con los cierres y cuarentenas.
Y si algo de ganas les queda de seguir haciendo patria con su "emprendimiento", pues ahora viene la expropiación llamada tributo solidario que incrementa los costos de los insumos para la producción en un 19% facial, pero mucho más en la realidad si se suman los costos asociados.
De lo que se trata con los actos de protesta no es de hacer lo que ya hicieron los gobernantes, sino de hacer digerible a las masas esa realidad y explicarles que sus gobernantes les deben dar cuentas y si salen rajados se les debe pedir la renuncia.
Así ocurre con todos los mandatarios sean contratados o elegidos. Como se ve, el cambio de mandatarios no tiene por qué verse como un desastre. Es mejor corregir a tiempo que esperar a que por arte de efectos psicológicos nos cambie la realidad.