En la noche del pasado domingo 25 de abril cerca de quinientos hinchas del club Nacional se apostaron frente al estadio de Techo. Su equipo jugaba contra La Equidad por los cuartos de final del fútbol colombiano. Hacían cánticos, prendían antorchas y se contagiaban suavemente de COVID 19. Creían que estaban en Europa, que su equipo tenía algún peso internacional. Si, es el mejor equipo de una Liga que hace cuatro años es inferior a la boliviana. Es que los equipos de ese país, el más pobre futbolisticamente de la región ha clasificado en las últimas cuatro ediciones de la Libertadores, tres equipos a Octavos de Final. Colombia, apenas dos en ese mismo lapso de tiempo.
Y se vive un drama tremendo porque Claudia López, con decisión, cortó con la guachafita de permitir futbol en una ciudad sumida por la pandemia. Ni Santa Fe, ni Millonarios ni La Equidad les permitirá, por medio del decreto 157, continuar usando los estadios El Campín y el de Techo. En Tunja ya les dijeron que tampoco los querían, ni a ellos ni a sus barras bravas.
En Cali, en Barranquilla, en todos los países de la región la tercera ola del virus arrecia y amenaza con llevarse todo. Acá los insaciables dirigentes colombianos esperan hacer Copa América, como si el palo estuviera para cucharas. Al principio de la pandemia, cuando creíamos que la crisis nos iba a hacer mejores, creíamos que el fútbol había sido reducido a sus justas proporciones: un deporte en donde 22 tontos le daban patadas a una pelota. Otra vez volvimos a sorprendernos de nuestra propia maldad. Mientras cientos de miles de familia pasan hambre, hay gente que se enriquece en medio de la crisis. Los dirigentes del fútbol son unos de ellos. Que se acabe de una vez el fútbol colombiano, total ¿a quién le importa?